La transgresión permanente — letraese letra ese

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La transgresión permanente


En la figura de Jean Genet, único poeta maldito del siglo XX francés, se confunden la mitología romántica del delincuente impenitente y la saga del novelista, poeta y dramaturgo vuelto, muy a pesar suyo, una celebridad. ¿De qué manera explicar el fenómeno inaudito de un hombre reconocido como gran maestro de la lengua francesa a pesar de haber abandonado sus estudios a los doce años? Si a ello se añaden los largos años que el escritor pasó en cárceles diversas y el escándalo mayor, para su época, de ser homosexual y haberlo reivindicado en sus obras literarias, lo que queda es un trayecto biográfico fascinante y la prueba elocuente de que el medio social no determina el éxito o la frustración de un talento, dado que el privilegio de un gran artista es poder contrariar los determinismos o las fatalidades de su propia suerte.

Vocación de un aprendiz de criminal

Jean Genet nace en París en 1910, hijo de una madre soltera que, por presiones económicas, lo abandona a las 36 semanas de nacido, dejándolo al cuidado del Estado. Las autoridades proceden a encontrarle padres adoptivos, bajo la condición de que a los 22 años deberá prescindir de toda tutela, garantizar su manutención y organizar su propia vida. En sus años escolares Genet se muestra como un niño retraído, un tanto afeminado (en contraste con la imagen de truhán endurecido que de él se consignará más tarde), y sobre todo como un voraz y prematuro lector de novelas, entre las que figuran obras de Alejandro Dumas, Víctor Hugo y Georges Sand. Lo que se conoce de esa ápoca proviene de archivos penales o escolares, de testimonios de condiscípulos, o del recuento autobiográfico, a menudo magnificado o tergiversado, que el autor propone en algunas de sus novelas (Nuestra señora de las flores, El milagro de la rosa o Diario de un ladrón), y de modo especial, de la monumental biografía que en 1993, y al cabo de una investigación de siete años, le dedica el escritor norteamericano Edmund White.

Uno de los aspectos más originales del personaje Jean Genet es la manera en que construye, a través de su obra literaria, su propia mitología novelada. Aun cuando los testimonios dan fe del cuidado y paciencia que le prodigan sus diversas figuras tutelares (familias adoptivas, editores o mentores literarios), el escritor suele atribuirles propósitos de maldad o deslealtad, con el fin de acrecentar su aura de marginal incomprendido. Su primer gesto de revuelta consiste en practicar múltiples robos y latrocinios que no tienen la finalidad del lucro, sino simplemente la intención de responder con el delito, en tanto gesto gratuito y arbitrario, a las afrentas que alega haber recibido desde niño. Cuando incluso se difunde la imagen de las condiciones crueles que habría padecido Genet en las mazmorras penales que recrea en sus novelas, el autor se apresura a idealizarlas volviéndolas refugios entrañables donde se practica la camaradería viril y en las que una gran familia de truhanes remplaza ventajosamente a los ámbitos domésticos negados.

El amor que provocadoramente escupe su nombre

En este contexto de una marginalidad airosa y desafiante, el deseo homosexual aparece entonces como el símbolo mayor de una transgresión permanente. Su poema más célebre, El condenado a muerte, y el conjunto de sus cinco novelas escritas entre 1940 y 1947, afirman y celebran la homosexualidad como una libre elección existencial y no como esa fatalidad impregnada de culpa con la que otros escritores franceses, contemporáneos suyos, vivieron su inclinación sexual disidente. Señala Edmund White: “Mucha gente en la clase media solía pensar la homosexualidad como una enfermedad y solicitaban de parte del lector heterosexual algún grado de compasión. La originalidad en Genet es haber elegido otras dos posibles metáforas para la homosexualidad: el pecado y el crimen. Genet sería así un miembro de una tradición malévola que en la literatura francesa incluye al marqués de Sade, a Rimbaud y a Baudelaire. Si uno es un católico romano, siempre percibirá el otro lado de la moneda. Como en la historia del hijo pródigo, el pecador siempre estará más cerca de Dios”.

Aunque Genet admite que Marcel Proust es una de sus mayores influencias literarias, y que André Gide no sólo es el escritor admirado, sino un vigoroso director de conciencia, en realidad de ellos rescata el modelo de rigor y elegancia artística, pero les opone su propia urgencia de transgresión libertaria, en particular en el ejercicio diario de su sexualidad. Rechaza la huida de Gide a territorios de un exotismo africano para remediar sus conflictos morales, y viaja a todas partes del mundo para confundir su propia suerte de paria social con la de los desheredados de otras latitudes, siempre con una actitud de empatía primero moral, y luego de abierta militancia política (solidaridad con los Panteras Negras en Estados Unidos, con el radicalismo terrorista alemán o con la causa insurreccional palestina), expresada de modo contundente en sus obras teatrales más provocadoras (El balcón, Los negros, Los biombos).

La estrategia narrativa y política que usa Genet para socavar la arrogancia social de una burguesía francesa que él proclama detestar, es siempre novedosa. En un momento en que se derrumba el colonialismo europeo y en que Francia debe abandonar una Argelia pujantemente independiente, el autor satiriza a sus compatriotas nacionalistas presentando en el escenario teatral la caricatura mordaz de sus rancias pretensiones coloniales. Sus obras son aplaudidas en el extranjero, censuradas en Francia, y a la postre universalmente celebradas por su originalidad y audacia sulfurosa. Jean Cocteau, su primer mentor y cómplice literario, asiste maravillado a la metamorfosis del antiguo rebelde iconoclasta en el inesperado ícono de una vanguardia teatral que incluye a Samuel Beckett y a Eugène Ionesco.

Los brillantes harapos de la celebridad

El ánimo provocador de Genet admite las paradojas más perturbadoras: el autor reivindica sus amoríos fugaces con un soldado nazi (en su novela Pompas fúnebres) y al mismo tiempo ostenta como pasiones máximas lo mismo a prostitutos y chantajistas que a fieles amantes de origen árabe que suelen volverse sus protegidos heterosexuales. El también autor de Querelle de Brest se proclama ateo y en su teatro practica la blasfemia, pero pronto convierte su rebuscado culto al Mal en una variante de la liturgia católica. Es una elegante figura de dandy revestida ocasionalmente con los harapos del indigente que probablemente sea un antiguo compañero suyo de celda. No es un azar que figuras como Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre hayan apreciado tanto sus provocaciones y su revuelta existencial, al grado de que el autor de El ser y la nada aceptó escribir en 1952 un prólogo de 700 páginas titulado San Genet, comediante y mártir para las obras completas que Gallimard, la prestigiada editorial francesa, le publicó al autor de Nuestra Señora de las Flores cuando éste cumplía apenas 42 años. Irónica canonización de una rebeldía permanente.

Jean Genet falleció el 15 de abril de 1986, a los 76 años, en un modesto hotel en París. Sus restos reposan en un cementerio del puerto de Larache, Marruecos.

 

 

 

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