Jaime Gil de Biedma, el cónsul de sodoma — letraese letra ese

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Jaime Gil de Biedma, el cónsul de sodoma


La figura literaria de Jaime Gil de Biedma, poeta español nacido en Barcelona en 1929, es particularmente novedosa. Hijo de una familia de la alta burguesía catalana, su iniciación a la literatura es vacilante. Su primera formación se relaciona más con lo empresarial que con las artes, ya que apenas concluida su carrera de abogado su padre lo coloca en un puesto ejecutivo en la Compañía de Tabacos de Filipinas. Esta aparente contradicción entre su vida profesional y su vocación de poeta pronto se refleja también en su vida íntima donde entran en pugna su pretendida bisexualidad y una fuerte inclinación por el sexo masculino, misma que deberá ocultar en público, pero a la que dará un curso clandestino en una promiscuidad sexual perturba a sus compañeros de ruta literarios. Ellos le reconocen, con ironía, el talento de poseer una esquizofrenia perfectamente controlada.

Gustos refinados

De haber nacido en la Francia de finales del siglo XIX, Gil de Biedma habría visto su sensibilidad de artista marcada por el decadentismo, a tal punto corresponde su perfil, en la España de la posguerra, al de un anacrónico esteta, un dandy cultivador del buen gusto y el refinamiento en el vestir y en las maneras. De modo más paradójico aún, el poeta apasionado de Baudelaire volcará muy pronto su entusiasmo hacia un tipo de poesía de corte social, marcada por un compromiso político de izquierdas, donde se cuestiona la hipocresía del sistema capitalista y los rigores del patriarcado.

Intenta incluso afiliarse, como varios de sus amigos literatos, al partido comunista, pero en repetidas ocasiones se le rechaza la adhesión debido a su incómoda reputación de homosexual burgués. En su biografía Jaime Gil de Biedma (Circe, 2004), el crítico literario Miguel Dalmau explica la significación del rechazo: “La España franquista no era el mejor escenario para ejercer de poeta homosexual comprometido. La burguesía no quería homosexuales, la Iglesia no quería homosexuales, la universidad no quería homosexuales y los comunistas tampoco querían homosexuales. Nadie quería homosexuales salvo unos pocos amigos. En el fondo era otra estación más en su vía crucis particular, sólo que se producía en un marco –el comunismo– que se jactaba de luchar por las libertades. Fue otra de las grandes paradojas de su vida: verse condenado por el rigorismo moral de los de su clase, y hallar esa misma moral puritana –aún más severa– en la izquierda clandestina de los años cincuenta”.

No es un azar que el escritor que reconoce como mentores literarios a las figuras españolas de Jorge Guillén, Luis Cernuda y María Zambrano, haya desarrollado después un entusiasmo tal vez mayor por algunos poetas descubiertos en los pocos años formativos que pasó en Londres. Admiró ahí el rigor poético de T.S. Eliot, pero sobre todo el ánimo libertario de Christopher Isherwood, Stephen Spender y W.H. Auden en sus andanzas por el Berlín de los años treinta. La experiencia hedonista y creadora de esos poetas viajeros, aunada a las itinerancias del largo exilio de Cernuda, acrecentaron en el barcelonés el deseo de sacar el mayor provecho literario a sus repetidos viajes empresariales a la ciudad filipina de Manila, un edén de libertad y exotismo muy alejado de la grisura franquista, en el que podía dar rienda suelta a su doble búsqueda de inspiración poética y de placeres carnales.

Desencantado de una poesía eminentemente intimista, pero también de una noción de compromiso político que ahora se le revelaba como algo excluyente, el poeta opta por una filosofía de la experiencia que afianza sus nexos con la sensibilidad de un grupo de escritores, la llamada generación de los 50, entre los que destacan Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Gabriel Ferrater, José Manuel Caballero Bonald y el novelista Juan Marsé.

Inclinaciones canallas

En el ambiente confesional y represivo de la España de Franco, la homosexualidad era un secreto peligroso que pesaba sobre Gil de Biedma, pero también sobre su familia y sus amigos más fieles. Estos últimos, algunos militantes comunistas, debían soportar el doble estigma social de ser perseguidos políticos y compañeros de un invertido al que la dictadura consideraba una lacra social. En una escena muy dura, referida por el biógrafo Dalmau, don Luis Gil de Biedma, padre del poeta, acepta con pesar la tardía confesión del hijo homosexual, y le comenta: “Acabas de hacerme muy desgraciado. ¿Por qué –repuso el poeta–, Porque soy maricón? —No, hijo. Porque me has convertido en un mentiroso para el resto de mi vida. Siempre he dicho la verdad. Y a partir de ahora tendré que mentir por ti”. “Aunque el hijo lleva una doble vida, el padre se verá abocado a ella en contra de su voluntad. En cierto sentido arrastra también el peso del secreto, una rutina de engaños y disimulos. Para un hombre como él, el fingimiento supone una auténtica tortura. Ha de perdonar al hijo, callar y cubrirle las espaldas. Don Luis sabe mejor que nadie que un escándalo acabaría no sólo con la carrera de Jaime, el Elegido, sino con la reputación de toda la familia”.

En toda la obra poética de Biedma se manifiesta de modo insidioso el fantasma de la culpa y la idea de una imposible plenitud amorosa. El poeta no se avergüenza de sus “inclinaciones canallas”, y aunque no las exhibe tampoco se afana en ocultarlas. Crea en torno de ellas un halo de misterio y transforma en mitología mundana sus encuentros sexuales con proletarios y chaperos, cinturillas de barriada o mestizos filipinos que lo mismo pueden ser criados o amantes, pues en materia de amores furtivos el gran señorito barcelonés –mundano y culto, inteligente e ingenioso– no sabe de discriminaciones. Sin embargo, el juego hedonista termina por aburrirle y la materia de su poesía se impregna de un nihilismo fatalista con notas de autoconmiseración, cuando no de autodesprecio (“Me odio a mi mísmo porque tengo que envejecer, porque tengo que morir”). El hombre seductor y apuesto que fuera Gil de Biedma, “tenaz agotador de las noches”, no soporta a partir de los 40 años ver decaer sus oportunidades de goce físico y cada vez está más consciente de la imposibilidad de una reciprocidad amorosa en la vejez. Esta constatación amarga se agudiza cuando después de descubrirse una extraña lesión púrpura en la pantorrilla, recibe el diagnóstico de un cáncer de piel denominado sarcoma de Kaposi, padecimiento asociado a la infección por VIH. El poeta había publicado ya en 1978 un autobiográfico Diario del artista seriamente enfermo, a propósito de una vieja tuberculois ya superada. En una reciente reunión de sus Diarios figura el Diario de 1985, en alusión al año en que se le diagnostica el sida. Gil de Biedma, para muchos críticos el mayor poeta de su generación, muere en 1990 a los 60 años.

Apostilla

Obras recientemente reditadas: Poesía y prosa (Galaxia Gutenberg, 2010) y Diarios 1956-1985 (Lumen, 2015). En 2009 el director valenciano Sigfrid Monleón propuso en su película de ficción El cónsul de Sodoma una intensa incursión en la vida privada de Jaime Gil de Biedma. El actor Jordi Mollà ofrece en ella una memorable caracterización del poeta.

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