Extraña historia norteamericana — letraese letra ese

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Extraña historia norteamericana


¿Cómo entender la paradoja de que Estados Unidos, a menudo proclamada la mayor democracia del mundo, sea un país construido a partir de la exclusión de sectores importantes de su población? La historia de esa nación ha estado marcada por un continuo enfrentamiento entre el puritanismo heredado de sus fundadores y la contestación libertaria que les opone una sociedad civil progresista. En una época como la actual, tan proclive a la polarización ideológica, resulta interesante considerar el registro histórico que señala los cambios sociales y culturales que han moldeado una identidad estadounidense más diversa y multirracial de lo que suele aceptarse. En su libro A Queer History Of the United States, Michael Bronski, crítico cultural y responsable del programa de sexualidad y género de la Universidad de Harvard, plantea una forma alternativa de entender el devenir histórico de la diversidad sexual en Estados Unidos. Su investigación es aleccionadora y necesaria.

Una sociedad inquisidora

Aun cuando el propósito inicial del profesor Bronski haya sido elaborar una historia queer de Estados Unidos, en realidad su estudio abarca cinco siglos, desde 1492, fecha del descubrimiento de América, hasta inicios de los años noventa del siglo pasado. La justificación de esa ampliación cronológica es pertinente, pues en opinión del autor conviene entender la historia de prejuicios y persecuciones que han padecido diversas poblaciones en la nación nortemericana a partir de una tradición de intolerancia religiosa y saqueo económico que caracterizó a las intervenciones de conquista territorial de todo el continente americano. Los proyectos de colonización en que participaron naciones como Gran Bretaña, Francia o España procuraron obtener un máximo de ganancias políticas y financieras, pero en el caso de Estados Unidos el protestantismo británico dejó una honda huella en la cultura norteamericana y, de modo particular, en la forma de entender la conducta sexual y las relaciones de género. Lo primero que causó estupor entre los nuevos colonizadores fue la forma muy libre que tenían los nativos de concebir y practicar la sexualidad. Refiere Bronski que en algunas de las tribus originarias, a cualquier hombre que desde su infancia mostrara claras señas de afeminamiento, o una inclinación a sentirse como una mujer, se le colocaría entre las chicas de su edad e incluso se le permitiría casarse con otro hombre. La fluidez en los comportamientos sexuales era algo común en algunas poblaciones indias de Norteamerica. Sin embargo, estas infracciones a la moral puritana no escandalizaron a todos los colonos por igual. Hubo el caso de Thomas Morton quien en 1624 fundó un pequeño poblado en las afueras de Boston llamado Merrymount, donde se practicaba una gran libertad sexual, presidida por un monumento fálico al centro de una plaza, y donde se alternaba socialmente con las tribus nativas, pudiendo los colonos llegar incluso a contraer nupcias con algunos de sus miembros, todo ello en un franco repudio a los excesos del puritanismo. Cinco años después, un grupo de moralistas enfurecidos invadió y destruyó el asentamiento, poniendo fin al experimento libertario y desterrando a Morton hasta Londres, donde este pionero de la liberación sexual pasaría el resto de sus días denunciando el exterminio de los pueblos nativos por parte de la corona británica. Pedro Font, un fraile franciscano de paso por el territorio que hoy es California, consigna en su diario en 1775 que el pecado de sodomía es un vicio que prevalece en ese lugar más que en cualquier otra lugar del mundo. “Habrá mucho qué hacer cuando la santa fe y la religión cristiana por fin se establezcan aquí”, escribe. Y en efecto, acota Bronski, mucho se hizo y con mucha violencia. Los europeos que llegaron a Norteamérica tenían un sentido muy arraigado de cómo debían expresarse la sexualidad y el género. Habían huído de la Gran Bretaña porque sintieron, entre otras cosas, que aquella nación se había vuelto una madriguera sifilítica”.

Las respuestas libertarias

El proyecto del libro de Bronski es ambicioso, pues resulta imposible cubrir en muy pocas páginas, apenas doscientas cuarenta, una historia completa de Estados Unidos, así sea ésta queer, alternativa o extraña. Pero el crítico cultural consigue lo esencial: rescatar y ordenar episodios muy reveladores de ese gran relato histórico que alterna las miserias y grandezas morales de una joven nación y de sus ciudadanos más menospreciados. Pocas personas conocen con detalle la participación de mujeres que asumieron la identidad masculina para participar activamente en la guerra civil norteamericana o de la mujer evangelista transgénero, Jemima Wilkinson, que a principios del siglo diecinueve luchó por la igualdad de género, como también lo haría después Charlotte Cushman, actriz shakesperiana, que no tuvo reparo alguno en proclamar su identidad lésbica. Esas reacciones tan airadas al puritanismo dominante fueron posibles gracias a la asimilación de algunas ideas de la Ilustración francesa como la libertad sexual que los revolucionarios jacobinos plasmaron en 1791 al abolir las leyes de sodomía bajo el principio de garantizar “la libertad de hacer todo siempre y cuando no se lastime a nadie”. En sentido estricto, la persecución y castigo de las minorías sexuales tuvo como propósito básico afianzar la unidad de los colonizadores y consolidar un cuerpo social homogéneo (el wasp —blanco, anglosajón, protestante), con base en el estímulo a la procreación y la defensa de la familia y sus valores tradicionales. Las reacciones a la moral puritana represora provenían en buena medida del mundo cultural, ya fuera de Walt Whitman, Edward Carpenter o Emily Dickinson, quienes en sus poesías y escritos elogiaron la opción homoerótica. Luego vinieron las guerras mundiales del siglo veinte y con ello el colapso moral de los ideales de masculinidad, generadores de odio y violencia destructora. También se sucedieron avances emblemáticos: el descubrimiento de la pildora anticonceptiva que logró disociar a la procreación del sexo, reivindicando el placer erótico, y la emergencia de movimientos sociales (feminismo, antirracismo, derechos civiles), y una progresiva salida del clóset de la comunidad gay que culminará con las revueltas de Stonewall en el verano neoyorkino de 1969.

Una conquista perdurable

Michael Bronski describe en su libro el infatigable embate del conservadurismo moral que busca eliminar los derechos sexuales de las minorías, y le opone la conquista de la visibilidad social de los gays como una victoria civil decisiva. Las batallas culturales emprendidas por la comunidad LGBT —en contra del prejuicio moral, la discriminación social o la apatía institucional ante la epidemia del sida— han tenido saldos muy positivos. Posiblemente el mayor de ellos haya sido lograr que las nuevas generaciones de heterosexuales no vean ya la lucha de las minorías como algo totalmente ajeno a sus propias vidas e intereses. Esta habrá sido, en su opinión, la ganancia social más perdurable.

 

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