Aprendizaje en la pandemia — letraese letra ese

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Aprendizaje en la pandemia


La escena ha sido constante desde hace un año. Renata, de 11 años, se sienta en el comedor para conectarse a sus clases en línea, mientras Fernando, su hermano, de 15 años, permanece en su cuarto, tomando las materias de secundaria que le corresponden. Gloria, la mamá de ambos, procura rondar de un espacio a otro, en los momentos que su propio trabajo a distancia (que lleva a cabo desde la sala) se lo permite. Todas las mañanas, la rutina de la familia transcurre entre tres pantallas de computadora, y Gloria confiesa que es muy claro que su hijo e hija han resentido el confinamiento, incluso de maneras que a ella todavía no le alcanza para entender.

En México, el 20 de marzo de 2020 marcó, sin todavía saberse, el inicio de una cuarentena que ha mantenido a niños y niñas alejados de los recintos escolares. En un intento por frenar los contagios del nuevo coronavirus, la Secretaría de Educación Pública instituyó las vacaciones de Semana Santa a 30 días, y después de eso ya nada volvió a ser igual.

El panorama nacional prepandemia era ya de por sí poco alentador: menos de la mitad de la población total mexicana tiene acceso a las llamadas nuevas tecnologías, y la mitad vive en situación de pobreza. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2020), sólo 44.3% de los hogares cuenta con una computadora y 56.4% tiene conexión a Internet, mientras que el 10.7% de las personas deben acceder a la red desde otro lugar diferente a su casa. En este contexto, miles de menores vieron limitado su acceso a las clases en línea (cuando sus profesores estaban en condiciones de impartirlas) y tuvieron que echar mano de computadoras portátiles o celulares de segunda mano para que todos los miembros de familias con dos o tres hermanos pudieran acceder a la educación en esta modalidad.

Pandemia y exclusión

El saldo de este primer año de confinamiento fue evaluado por el INEGI en su reciente Encuesta para la Medición del Impacto COVID-19 en la Educación (ECOVID-ED), publicada en los últimos días de marzo, en donde analizó la situación de la población estudiantil de entre 3 y 29 años de edad. Los datos arrojaron que de los 54.3 millones de personas en este rango de edad y que podrían estar cursando algún nivel educativo, 2.3 millones no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021 por motivos asociados a la emergencia sanitaria, 2.9 millones no lo hicieron porque no cuentan con recursos económicos, y 3.6 millones porque tuvieron que comenzar a trabajar. En total, 8.8 millones de estudiantes no se integraron al sistema educativo en el año lectivo actual.

Una arista de este contexto, en la que no ahonda la encuesta del INEGI, es la situación educativa de las niñas y adolescentes mujeres en la pandemia de COVID-19. Al respecto, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), publicado en agosto de 2020, alertó sobre los impactos diferenciados de la emergencia sanitaria en función del género. “Para muchas mujeres y niñas, el confinamiento significa una exacerbación de la carga de trabajo de cuidados no remunerados que, a su vez, tiene consecuencias en su aprendizaje”, advierte el organismo.

También considera que, dados los datos que se conocen sobre la violencia de género antes y durante la pandemia, “es posible asumir” que las menores están expuestas a un mayor riesgo de enfrentar diversos abusos, pues en otros contextos de desastre o de epidemias (como la crisis del ébola en África), los cierres de escuelas acarrearon un aumento en el matrimonio temprano y forzado, así como del comercio sexual, el abuso sexual y el embarazo adolescente, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2015).

 

El cambio de rutina, el sentido de pérdida (de lo cotidiano, de la seguridad, de la certidumbre) y el encierro físico son factores que llevan 12 meses afectando a niñas, niños y adolescentes mientras aprenden en casa, con efectos todavía poco claros.

 

Vida chatarra

En cuanto a los hábitos de salud, otra encuesta reciente, ésta conducida por el Instituto Nacional de Salud Pública, estimó que niños y niñas menores de 12 años aumentaron su consumo de alimentos chatarra, redujeron su nivel de actividad física y pasaron más tiempo frente a dispositivos electrónicos, a la vez que estuvieron expuestos a altos niveles de estrés.

A partir de cuestionarios realizados a 3 mil padres y madres de familia, la investigación encontró que productos como mantequilla, mayonesa, crema y manteca, así como bebidas azucaradas, botanas, dulces y postres, productos considerados como no recomendables para infantes, fueron consumidos en los hogares entre tres y cuatro veces por semana. Esto puede dar sentido al hecho de que 47% de los padres y madres dijeron haber notado un aumento de pesos en sus hijos e hijas a partir de marzo de 2020, cuando comenzó el confinamiento.

Asimismo, el uso de dispositivos electrónicos como medio de entretenimiento para los menores alcanzó el 97% en niños y niñas de 2 a 11 años, el 73.2% en infantes de 6 a 23 meses e incluso el 17% en bebés de 0 a 5 meses de edad. Los padres y madres también observaron que los menores hacían menos actividad física que antes de la pandemia, al tiempo que han aumentado los desvelos.

Por otro lado, se identificó que entre los factores causantes de estrés en niños y niñas se encuentran “las afectaciones a la economía familiar, los cambios en la rutina diaria y la pérdida de empleo de algún miembro de la familia”.

Un panorama de afectaciones

Desde abril de 2020, Javier Cifuentes-Faura, investigador de la Universidad de Murcia, España, había adelantado un panorama de afectaciones a los niños y niñas que se veían obligados a cambiar radicalmente su dinámica escolar. De acuerdo con el académico, asistir a la escuela permite a las y los menores el desarrollarse en los ámbitos personal, emocional y social.

Había que considerar, primero, que para algunos infantes era una novedad pasar tanto tiempo en casa, pero para otros la situación se tornaría difícil en caso de que no fueran felices en sus hogares. Sumado a esto, la situación provocaría que pasaran más tiempo con ciertos miembros de la familia, pero menos con otros, como abuelos y abuelas, lo que terminaría repercutiendo negativamente en los pequeños.

“Los niños ya no tienen la posibilidad de jugar en el recre o de la escuela, de pasar el tiempo con sus amigos o de realizar actividades de ocio habituales, por lo que se ven privados de la mayor parte de su interacción social, que se ve reducida solo al contacto familiar”, señala el autor en su artículo “Consecuencia en los niños del cierre de escuelas por Covid-19: el papel del gobierno, profesores y padres”, publicado en la Revista Internacional para la Justicia Social, de la Universidad Autónoma de Madrid.

La socialización con sus pares es un elemento que ya ha sido abordado por niños y niñas como una de las cosas que más extrañan de ir a la escuela. Y más todavía, puntualiza el autor, los menores que tienen necesidades especiales (por ejemplo, trastorno de déficit de atención e hiperactividad) podrían estar resintiendo aún más el aislamiento, pues estar tanto tiempo en casa no les brinda el apoyo emocional y psicosocial que algunas instituciones educativas sí les pueden brindar.

 

Los padres y madres se han tenido que erigir como impulsores del proceso educativo, acompañando las clases en línea y supervisando las actividades escolares fuera de ellas, pero esto no siempre es fácil ni tampoco viable para todas las familias.

 

En este contexto, los padres y madres se han tenido que erigir como impulsores del proceso educativo, acompañando las clases en línea y supervisando las actividades escolares fuera de ellas, pero esto no siempre es fácil ni tampoco viable para todas las familias que atraviesan esta situación. Por esto, Cifuentes-Faura plantea que “la educación desde casa seguramente producirá algunos momentos de inspiración, otros de enfado, diversión y frustración, pero es muy poco probable que, en promedio, reemplace o sustituya con total eficacia al aprendizaje en la escuela”.

Y en este punto puede resultar útil atender a lo que otra académica aporta sobre el tema. Lucía Mendoza Castillo, en su artículo “Lo que la pandemia nos enseñó sobre la educación a distancia” (Revista Latinoamericana de Estudios Educativos, 2020) subraya que “educación presencial y educación a distancia no son lo mismo”. Es un error pensar que trasladar la dinámica del aula a la web es la forma de dirigir el proceso de aprendizaje a través de los medios electrónicos. Todos los componentes son diferentes, tanto el aprendizaje del alumnado como la actuación del profesorado, lo que hace que el paradigma educativo tenga que adaptarse a esta nueva experiencia.

Y a esta nueva realidad colectiva hay que sumarle el contexto individual de cada núcleo familiar. Javier Murillo y Cynthia Duk, en su artículo “El Covid-19 y las brechas educativas” (Revista Latinoamericana de Educación Inclusiva, junio de 2020) señalan que aquellos estudiantes que pertenezcan a familias con más recursos, verán que la educación se sigue produciendo, puesto que “viven en hogares cuyo capital sociocultural y mayores oportunidades tiende a mitigar el impacto en el aprendizaje y los efectos psicosociales que la interrupción de la educación presencial trae consigo”, pero para quienes viven en familias desfavorecidas, la escuela es la única vía para ejercer su derecho a la educación y otros derechos. Por ejemplo, para niños y niñas de muy bajos recursos, la escuela no sólo representa su “alimento espiritual”, sino también la posibilidad de un alimento balanceado a través de los programas de desayunos escolares.

El desgaste psicológico de niños y niñas también ha sido una preocupación constante en este confinamiento. La falta de contacto, el encierro prolongado, el temor al contagio, la disminución del ingreso familiar o la pérdida de miembros de la familia ya han sido abordadas por varios estudios, tal como sucedió en México con la encuesta Infancias Encerradas, elaborada por la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México en septiembre de la año pasado.

Para mitigar este tipo de impacto, Cifuentes-Faura sugiere que el medio online se utilice también para dar orientación, sobre todo, a padres y madres de familia. Esto mediante servicios de apoyo psicológico o a través de las áreas de trabajo social de las escuelas. Es necesario, sostiene el investigador, que tanto escuelas, gobiernos, comunidad educativa y, en primer lugar, padres y madres, se unan para tratar de mitigar el impacto que todas estas problemáticas puedan tener en los niños y las niñas.

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