El VIH/sida cumple 40 años — letraese letra ese

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El VIH/sida cumple 40 años


El 5 de junio de 1981, el Reporte Semanal de Morbilidad y Mortalidad, publicado por los Centros para el Control de Enfermedades de Estados Unidos, incluyó los casos de cinco hombres jóvenes habitantes de Los Ángeles, California, afectados por enfermedades poco usuales. La neumonía por pneumocistis, el citomegalovirus y la infección por candidiasis en la boca conformaban un cuadro extraño para hombres como ellos, previamente sanos, de entre 29 y 36 años, todos con una vida sexual homosexual activa. Este fue el primer registro que describió lo que después sería llamado sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), no sin antes pasar por otros nombres que dejaban claro, demasiado claro, que los primeros casos fueron identificados únicamente entre hombres homosexuales de las grandes urbes estadunidenses.

Así, después de nombrarlo Inmunodeficiencia Relacionada con los Gays (o GRID, por sus siglas en inglés), apareció el sida, de la mano del prejuicio y la estigmatización, leyéndose como una enfermedad que “por algo sería” que afectaba a este grupo, el cual se encontraba en el apogeo del movimiento de liberación homosexual, iniciado poco más de una década atrás en el país.

Cuatro décadas han transcurrido desde aquella publicación que despertó la curiosidad científica de algunos profesionales de la salud, que comenzaron a preguntarse qué sucedía, sobre todo cuando vieron los casos multiplicarse exponencialmente, primero en San Francisco, luego en Nueva York y luego por toda la nación.

Estos cuarenta años de existencia han motivado una reflexión que se hace todavía más sensible en medio de la pandemia de SARS-CoV-2 que todavía está azotando al mundo, y cuya respuesta, en múltiples sentidos, ha tratado de recurrir a las enseñanzas de la epidemia de VIH/sida.

Un arranque lento

Con motivo de la conmemoración del cuarenta aniversario de la primera descripción del sida, las revistas médicas The Lancet y Emerging Infectious Jorunal, esta última perteneciente a los Centros para el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), publicaron artículos reflexionando sobre la historia de la epidemia. En ellos, se abordan los múltiples ámbitos que la expansión del VIH trastocó, desde lo científico hasta lo social, pasando por lo político y lo comercial.

Lo cierto es que es que el VIH obligó al mundo a cuestionar sus conceptos. El primero y más inmediato fue el de la sexualidad, pues la negación a aceptar que había hombres, cientos de ellos, manteniendo relaciones sexuales con otros de su mismo sexo, y que sin importar el desacuerdo con su comportamiento merecían ser mirados y ayudados por la ciencia, era algo totalmente disruptivo..

Fue ese prejuicio sobre el sexo homosexual lo que llevó a retrasar más y más el hecho de tomar a la nueva enfermedad como un tema serio, digno de ser discutido por autoridades sanitarias. No hubo recursos, no hubo siquiera espacio para mencionar el problema cuando éste creció, pues en el gobierno de Ronald Reagan no había lugar para hablar de gays.

Llevó su tiempo reconocer al sida como problema y se necesitaba dinero para financiar su investigación, además de recursos para atender a los enfermos que, a su vez, empezaron a fungir como semilla de redes de apoyo y solidaridad que crecieron a su alrededor. Alguien tenía que hacer algo y en los primeros meses (si no años) de la epidemia, esos fueron los mismos hombres homosexuales.

 

Cuatro décadas de historia del VIH han dejado numerosas lecciones acerca de lo mejor y de lo peor de la humanidad. La solidaridad y la justicia social han tenido que abrirse paso entre el prejuicio y la avaricia, para así poder hacer frente a una amenaza a la salud que llegó para quedarse.

 

Luego de las limitaciones en interés y en financiamiento, fue en 1983 cuando pudo identificarse la causa del síndrome, que agrupaba enfermedades que de otra manera nunca aparecían juntas, y que presentaba características de enfermedades agudas y crónicas, lo que, de acuerdo con el artículo del CDC (escrito por los investigadores Kevin M. De Cock, Harold W. Jaffe y James W. Curran) se conjuntó para asegurar una pandemia diversa y de larga duración.

Y a esto hay que sumar que el descubrimiento del VIH, el virus de inmunodeficiencia humana, ni siquiera se hizo en Estados Unidos, sino en Francia, gracias al equipo encabezado por Francoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier, quienes pusieron atención a las peticiones de médicos que estaban atendiendo pacientes parisinos que presentaban un cuadro de enfermedad que les causaba la muerte de forma rápida y agresiva, tal como en los casos que se habían visto en Estados Unidos.

Entonces, al fin, el enemigo tuvo rostro, pero para ese momento ya se habían perdido miles de vidas, al menos las que se habían podido contabilizar, y el sida se había implantado en el imaginario social como una “plaga rosa”, como un “cáncer gay”, sin imaginar que había llegado para establecerse entre la humanidad y para afectar a todos los grupos sociales en todos los países del mundo.

Lecciones de una pandemia

Según recuerdan los autores del CDC, la cuarta década de existencia del VIH comenzó y culminó marcada por otras epidemias. En 2011, la irrupción del virus de influenza AH1N1 movilizó a la comunidad internacional y removió emociones que se habían experimentado con la aparición del sida. El año pasado, 2020, fue un definitivo parteaguas con la explosión de la pandemia de COVID-19, la cual trajo una crisis cuyo fin todavía está lejos de vislumbrarse.

Así, lo que ellos llaman “la quinta década del sida” deberá poner al VIH en el contexto de una mejor preparación y una mayor capacidad de respuesta a otras potenciales pandemias y a los retos transnacionales de salud.

El VIH ha mostrado lo mejor y lo peor de la humanidad. Lo peor, encarnado en la indiferencia, la indolencia o la franca discriminación. Tanto así que, según cifras oficiales, 62 por ciento de las nuevas infecciones por VIH durante 2019 se dieron entre las poblaciones socialmente marginadas como hombres que tienen sexo con hombres, personas transgénero, personas que usan drogas inyectables, personas trabajadoras del sexo comercial y sus clientes, y personas privadas de la libertad, los mismos grupos que estuvieron señalados y relegados desde el inicio de la epidemia.

 

Según ONUSIDA, para 2019, 38 millones de personas en todo el mundo vivían con VIH, hubo 1.7 millones de nuevas infecciones y 690 mil muertes por causas relacionadas con el VIH y el sida.

 

Lo mejor se manifestó en diversos tipos de movilizaciones. Primero, la cohesión social que logró entre personas de los grupos más afectados, y también de personas fuera de esos grupos hacia ellas. Segundo, la colaboración entre esos grupos sociales y las autoridades, tanto gubernamentales como médicas, consiguiendo una participación verdadera de las personas directamente afectadas por el virus en las decisiones que se toman sobre su salud, a nivel individual y colectivo. Tercero, la cooperación internacional, que aunque tardía, se concretó en alianzas de financiamiento para que la atención y los tratamientos, en su momento, llegaran a la mayor cantidad de personas posible. Y cuarto, la flexibilidad (o flexibilización) de las compañías farmacéuticas para liberar patentes o producir los medicamentos a un menor costo para los gobiernos de los países más pobres.

Son quizás estas últimas dos lecciones las que no se han podido replicar en la actual pandemia de SARS-CoV-2. La cooperación internacional se ha visto sustituida por actitudes, por ejemplo, como el llamado “nacionalismo de vacunas”, que según señalan los autores del CDC, consiste en que los grupos de bajo riesgo de países de ingresos altos están siendo vacunados antes que grupos de alto riesgo de países de ingresos bajos, como los trabajadores de la salud en primera línea en los entornos más empobrecidos.

El VIH ha dejado de ser considerado una emergencia de salud para convertirse en una infección crónica controlable, y el financiamiento que tanto trabajo costó movilizar se había detenido incluso antes de la pandemia de COVID-19.

Ante esto, los científicos del CDC advierten que “el VIH/sida puede ya no ser un elemento central para el discurso de la salud como lo fue antes, pero permanecerá como una vara con la cual medir el compromiso y los esfuerzos, incluyendo, y especialmente en relación con, la seguridad en salud”.

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