Joséphine Baker, la vorágine — letraese letra ese

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Joséphine Baker, la vorágine


Joséphine Baker es una de las figuras más emblemáticas de la cultura popular francesa. Durante los años veinte del siglo pasado conquistó París con su estilo peculiar de danza exótica, sus semidesnudos que causaron sensación, y el desparpajo juguetón y provocador que sedujo a la clase intelectual y artística de la capital francesa. Lo extraordinario es cómo ese símbolo de la frivolidad y la libertad corporal absoluta, adoptó Francia como su segunda patria al punto de militar por ella en las filas de la resistencia antinazi en la segunda guerra mundial, trabajando como espía para los aliados, dando repetidas pruebas de un heroismo y una entrega excepcionales. A partir de un gesto oficial insólito, este 30 de noviembre las cenizas de la bailarina y activista ingresarán al prestigiado Panteón francés, a lado de Marie Curie, Simone Veil y Víctor Hugo.

Una sensualidad perturbadora

La carrera artística de Joséphine Baker fue fulgurante. Desde la adolescencia la joven estadounidense mestiza, de madre afroamericana y padre español, nacida en 1906 en Saint Louis, Missouri, cuyo nombre verdadero fue Freda Josephine Mc Donald, manifestó una afición muy fuerte por el baile, oficio que practicará años más tardeen tabernas neoyorkinas hasta ser descubierta por Caroline Dudley Reagan, una mujer mundana relacionada con la bohemia artística parisina, dedicada a buscar talentos afroamericanos para un musical en el Teatro de los Campos Elíseos. Se trata de La Revista Negra (La Révue Nègre)” espectáculo destinado a satisfacer el gusto de moda parisino por el exotismo. La importación de bailarines, cantantes y músicos negros estaba en perfecta consonancia con manifestaciones culturales como las ferias coloniales que exaltaban los lazos de concordia entre los pueblos africanos ocupados y la metrópolis francesa. A su llegada a París, en 1925, a los 19 años, la joven Freda descubre, entre la desilusión y el desconcierto, que a los empresarios les interesa menos su habilidad dancística que su potencial para encarnar el prototipo de la bailarina negra, simpática e inofensiva, pronta a la sumisión y a la pantomima grotesca. Superando su primer impulso de indignación, la joven decide con perspicacia asumir el rol solicitado, pero magnificándolo a su antojo, jugando con el apetito francés por lo estrafalario y diferente, e imprimiéndole un sello muy propio, casi intransferible. En escena elige aparecer con los senos desnudos (novedad escandalosa para la época, pero subyugante para la bohemia artística), llevando como falda una sugerente hilera de plátanos. Un número favorito del público es su imitación de los movimientos de una pantera negra salvaje a punto siempre de ser infructuosamente capturada y sometida. Otros rasgos característicos: el balanceo rítmico de la cabeza, la forma de inflar las mejillas y un estilo inquietante de bizquear los ojos para encandilar mejor a los espectadores. La originalidad de esas improvisaciones escénicas hizo furor en el París de los años locos. Y mientras en el teatro Folies Bergère la sensación era Joséphine Baker, en el Moulin Rouge de Montmartre otro icono estelar, la exuberante Mistinguett, actriz y cantante rubia, le disputaba a la afroamericana trepidante todo el imperio del music-hall parisino.

 

“Tengo dos amores: mi país y París”

La estrategia que emplea la bailarina norteamericana para conquistar los espacios de la farándula parisina revela una astucia sorprendente. Se trata de sacar el mayor provecho de los clichés en boga en torno a la negritud y a sus supuestos atractivos y virtudes. Para mantener a raya la amenaza latente que representaban para una hegemonía blanca colonizadora la irrupción incontrolada de poblaciones consideradas inferiores, era preciso neutralizar primero el peligro mediante la domesticación cultural. De ese modo se afianzó el mito del “buen salvaje”, y a la mujer africana, o afrodescendiente, se le atribuyeron cualidades insospechadas. Los senos desnudos, por ejemplo, remitían, ya no a lo pecaminoso, sino al contacto directo y misterioso de la hembra negra con la fertilidad y la naturaleza. El elogio de la desigualdad racial encontró en en el determinismo biológico sus mejores argumentos. Justamente la irrupción anárquica y sensual de Joséphine Baker perturbaba y desestabilizaba ese discurso racista. La bailarina se impuso como una presencia tan fascinante como incómoda. Representaba un reto cultural, cuando no una verdadera afrenta para los públicos conservadores. Candide, un periódico de la época, consigna en 1925 el azoro de un cronista que asiste a su espectáculo en Folies Bergère y que relata: “De pronto entra en escena un personaje extraño que avanza al proscenio con las rodillas plegadas, lleva puesto apenas un calzón harapiento, su aspecto es una mezcla de canguro boxeador y de ciclista”. Este personaje perturbador logrará, sin embargo, conquistar amplios sectores del público francés con su espíritu libertario y con una simpatía inigualable. La letra de una de sus canciones se vuelve entrañable: “Tengo dos amores, mi país y París, y por ellos, y para siempre, mi corazón quedó hechizado”. La vida íntima de esta estrella del music-hall no es menos espectacular y tumultuosa. A lo largo de su vida tendrá cinco maridos y alternará lo mismo con las clases populares que con los sectores más selectos de la intelectualidad francesa. Es la figura consentida de artistas plásticos, poetas y escritores, quienes aprecian su desenfado y su talento camaleónico. La bohemia parisina descubrirá en ella al más fantasioso de sus fetiches culturales.

 

La diva filantrópica

Un aspecto notable en la biografía de Joséphine Baker es su compromiso temprano con la lucha antinazi en Francia. Durante la Segunda Guerra Mundial participó como voluntaria en apoyos a la Cruz Roja, aunque destacó sobre todo en su papel como agente en misiones de contraespionaje para las fuerzas aliadas transportando documentos y fotografías secretas, amparada por su prestigio de gran diva, participando activamente en misiones delicadas de la resistencia. Por esa entrega combatiente, la cantante y bailarina, nacionalizada francesa, recibió varias condecoraciones, entre ellas la Cruz de Guerra, la Medalla de la Resistencia y finalmente la Legión de Honor entregada por Charles de Gaulle. Una anécdota célebre, relacionada con su tenaz espíritu militante, refiere su participación en 1963 en la marcha por los derechos humanos en Washington presidida por Martin Luther King. Cinco años después, a la muerte del líder afroamericano, la viuda del pastor le confió a Baker la misión de convertirse en un relevo ideal en la lucha por los derechos de la comunidad negra. En los últimos años de su vida adoptó doce niños y multiplicó los actos de filantropía y beneficencia, hasta su muerte provocada por una hemorragia cerebral en 1975, a los 69 años. La enorme popularidad de este personaje decidió al crítico literario Laurent Kupferman a lanzar la petición “Atrévanse con Joséphine Baker”, apoyada por 38 mil firmas, y respaldada por Emmanuel Macron, de depositar las cenizas de la bailarina en el icónico Panteón francés. Un hecho histórico.

 

Fuente: Chloé Leprince. Una preferencia colonial. France Culture, Agosto 2021.

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