Una ética cosmopolita — letraese letra ese

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Una ética cosmopolita


A la pregunta recurrente de saber qué lecciones habremos aprendido al término esperado de la actual pandemia por COVID-19, la investigadora española Adela Cortina, profesora de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, y autora de Ética cosmopolita, una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia (Paidós, 2021), analiza aspectos cruciales del comportamiento humano durante la crisis sanitaria y aventura una conclusión pertinente: el género humano tendrá que ampliar su concepto tradicional de la ética como instancia reguladora de la conducta individual, para abarcar un espectro social mucho más amplio.

Apostar por la racionalidad y la cordura supone afianzar un pacto ciudadano que incluya no sólo una exigencia democrática mayor, sino de modo más determinante una ética cosmopolita que contemple la urgencia de velar por el bien ajeno, algo en definitiva muy cercano al bienestar propio. Se trata de una apuesta generosa que toma en cuenta los intereses esenciales que comparte la humanidad entera.

Reconocer la vulnerabilidad

Uno de los efectos más notables de la pandemia por coronavirus que padece actualmente la humanidad es haber puesto de manifiesto, con más claridad que nunca, el grado de vulnerabilidad que tienen muchas personas frente a fenómenos susceptibles de afectar de modo devastador sus vidas cotidianas. Entre los sectores sociales mayormente afectados por el flagelo sanitario destacan evidentemente las comunidades con escasos recursos económicos, pero también poblaciones de personas de la tercera edad que de pronto se sintieron rezagadas socialmente, cuando no francamente abandonadas por sus seres más cercanos. La catedrática Adela Cortina, quien también ha publicado Aporofobia, el rechazo a los pobres (Paidós, 2020), un estudio clave para entender las desigualdades sociales, ha señalado el agravamiento de la gerontofobia, una conducta social discriminatoria que expresa odio, rechazo o desdén hacia personas ancianas a las que se suele considerar poco productivas o fuertes cargas económicas para la sociedad en materia de pensiones y ayudas sanitarias. Frente a esa situación, la autora propone la consolidación de un sistema político -la democracia liberal-social-, que atienda a las necesidades colectivas, al margen del apremio de competitividad social y lucro incontrolado inherente a una doctrina neoliberal. La pandemia ha puesto de manifiesto las graves deficiencias de un sistema sanitario —clínicas, guarderías, asilos de ancianos, hospitales públicos—que por fallas estructurales presentes en muchos países ha dejado rezagadas o en un total abandono a extensas capas de la población, con el trágico saldo de miles de fallecimientos que pudieron ser prevenidos o evitados.

En el momento de elaborar un balance sobre las enseñanzas morales que arroja la pandemia, destaca la convicción de que la interdependencia entre personas y también entre países es algo desde ahora ya insoslayable. Este reconocimiento de la necesidad de atender y cuidar a las poblaciones vulnerables con el propósito de garantizar un bienestar global, es la clave de lo que se denomina un nuevo ethos democrático y que para Adela Cortina se trata de una ética cosmopolita que destierre los estragos combinados de un neoliberalismo inhumano y de populismos, de derechas o izquierdas, empantanados hoy en estériles disputas ideológicas.

Aceptar la responsabilidad

En un plano personal, la conciencia de la fragilidad de otros seres humanos desprotegidos, obliga al individuo a practicar una ética del cuidado y la reciprocidad, y a aceptar, en tanto sujeto moral, la responsabilidad de cuidar a la persona que sufre y prevenir la expansión de ese dolor hacia otros individuos. De modo similar los actores políticos en una democracia funcional deben respetar las diferencias ideológicas y como se señala de modo pertinente en Ética cosmopolita, saber distinguir, por el bien común, entre un adversario político (alguien a quien se desea derrotar), y un enemigo (alguien a quien se quiere destruir). Evitar las polarizaciones excesivas permite aproximarse a una ética diseñada desde la cordura, “desde el sentido de la justicia, desde la indeclinable aspiración a la libertad y desde la compasión”.

El ideal de una democracia liberal, fuertemente sustentada en el compromiso de propiciar las garantías sociales combatiendo la desigualdad, se cumple cabalmente mediante un estado de bienestar entendido como un estado de justicia en el marco de una democracia cosmopolita. Al reconocerse los individuos como parte de una misma comunidad “bioética y cósmica”, asumen idealmente la responsabilidad de protegerla y de cuidarla. Ese es el sentido final de una ética cosmopolita abocada más a preservar el interés de todos que en asegurar el bienestar o provecho propio.

Argumenta Adela Cortina que frente a lo que defiende cualquier individualismo miope, típico hoy del neoliberalismo, las personas ya no somos individuos aislados, desentendidos unos de otros, sino seres en vínculo estrecho y solidario con otras personas con las que se comparte un espacio común, la polis democrática que nos define como ciudadanos libres. En este sentido, añade la autora, es preciso recuperar la ciudad entendida como un espacio de libertad, un lugar de encuentro social, cultural y político. Animado el ciudadano por una preocupación moral más generosa, habrá de pugnar ahora por el derecho a una ciudad ética y justa.

Rechazar los falsos dilemas

Una de las situaciones más perturbadoras observada durante los momentos más álgidos de la pandemia por covid-19, fue el dilema entre la necesidad de seguridad y el imperativo de respetar la libertad. Se trataba de elegir entre dos opciones: proteger las existencias amenzadas por el virus a expensas de las libertades individuales (confinamiento forzado, restricción de garantías, sanciones drásticas, toques de queda) o respetar a toda costa las libertades de las personas aunque para ello tuvieran que sacrificarse vidas.

Otro dilema moral, más angustiante aun, fue tener que optar —ante la saturación de los hospitales, con escasez de camas y equipos en las unidades de cuidados intensivos—, por privilegiar la sobrevivencia de las personas jóvenes, físicamente más sanas, sacrificando con ello las vidas de ancianos o individuos con comorbilidades discapacitantes. En realidad, esos pretendidos dilemas sólo representaban un problema de fondo que ahora es imposible soslayar. Como se afirma en Ética cosmopolita, “sin vida biológica no hay posibilidad de ejercer la libertad” (… ) “Proteger la vida de la comunidad tiene preferencia sobre proteger la vida de las personas individuales, porque en casos de emergencia el bien común debe primar sobre el individual”.

Optar por una solución contraria a este impulso de responsabilidad y empatía es abogar en favor de soluciones autoritarias propias de regímenes antidemocráticos o de populismos extremos. Ante una posible deriva hacia el irracionalismo, conviene siempre defender una ética cosmopolita que apueste por la cordura como el mejor bien colectivo.

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