El peso del odio en el discurso — letraese letra ese

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El peso del odio en el discurso


Cuando hablamos de discursos discriminatorios, no deberíamos olvidar que estos cambian de acuerdo a los contextos históricos. Eso nos obliga a examinar continuamente cuál es su estructura y cómo operan en los espacios públicos. Aún no estoy hablando de discursos de odio, me estoy refiriendo a los discursos discriminatorios; específicamente los discursos discriminatorios dirigidos a las poblaciones LGBT+.

Considero importante señalar la historicidad de la homofobia, la transfobia, la lesbofobia y, en general, los discursos de discriminación hacia las poblaciones de la diversidad sexo-genérica, porque nos habíamos acostumbrado a que muchos discursos discriminatorios venían de contextos conservadores, quizás justificados bajo lógicas religiosas, sin ninguna estructura política que los hiciera presentes en espacios que considerábamos progresistas. Normalmente los asociábamos a grupos religiosos, espacios conservadores considerados de derecha.

Estábamos acostumbradas y acostumbrados, por ejemplo, a que los afectos con los cuales nos describían eran aquellos como el asco, como el desprecio. Era común, por ejemplo, que cuando querían movilizar un discurso homofóbico o transfóbico o incluso un discurso putofóbico, se hablara del asco, haciendo alusión a prácticas sexuales anales o a tener muchas parejas sexuales. Era una manera de asociar nuestros cuerpos con esta emoción que es el asco. Estos discursos funcionaron así y no se han ido.

Hoy los discursos discriminatorios han ido cambiando de alguna forma y este es el primer punto que quiero señalar. Ese discurso no se ha ido, seguimos encontrándonos con ese viejo discurso, que coexiste con una nueva modalidad del discurso discriminatorio en contra de las poblaciones LGBT+ que se presenta como un discurso laico, que defiende la objetividad y la cientificidad de los saberes y ya no habla desde una posición religiosa, es decir, pretende evocar a la ciencia. De la misma manera, se presenta como un discurso progresista y de derechos humanos. También hay un cambio con los afectos con los cuales están tratando de convocar a la gente en los espacios públicos.

Pongo ejemplos muy concretos. Hoy nos encontramos con discursos transfóbicos que apelan a la biología y no a la religión, que apelan a la idea de que las ciencias biológicas, de manera contundente, establecen una frontera entre los sexos que sería la base de todo un ordenamiento social que, de hecho, se tendría que vigilar por el Estado. Este es un discurso que pretende ser científico, pero no lo es y este es un cambio importante, porque ya no podemos combatir a este discurso con la estrategia que nos funcionó antes, que sería la laicidad. Esto nos obliga, desafortunadamente, a hacer alianzas mucho más fuertes con las propias academias que durante mucho tiempo no se han acercado a acompañar al movimiento de la diversidad sexo-genérica en México, pero hoy sería necesario interpelar a los discursos que se presentan como discursos científicos.

También se presentan como discursos que pretenden defender los derechos. Lo vemos con todas las personas que argumentan que estamos violentando los derechos de las infancias, a pesar de que no es así, cuando queremos, por ejemplo, acompañar infancias trans, o que opinan que estamos violentando el derecho de las familias si queremos que nuestras familias sean recibidas en ciertos espacios.

 

Hoy existe la paradoja de que los grupos LGBT+ son acusados de violar derechos humanos, a pesar de que los grupos de la diversidad sexual y de género son defensores no solo de la libertad de expresión, sino de otros derechos humanos.

 

El resurgimiento del pánico moral

Los viejos discursos discriminatorios no eran laicos ni tampoco pretendían ser científicos, ni tampoco querían arroparse de la jerga de los derechos humanos.

Hoy nos encontramos ante la paradoja de que los grupos LGBT+ son acusados de violar derechos humanos, a pesar de que los grupos de la diversidad sexual y de género son defensores no solo de la libertad de expresión, sino de otros derechos humanos.

En ese sentido, también hay un cambio en los afectos que mueven la esfera pública. Ahora nos encontramos –y esto no es del todo nuevo, pero quizá está tomando más prominencia– con la idea del miedo y la amenaza. Esta idea la conocíamos ya con los pánicos morales que hace veinte o treinta años eran muy comunes, la idea, por ejemplo, de que los hombres homosexuales eran pederastas.

Ese pánico moral, que parecía derrotado, hoy está regresando, por ejemplo, en Estados Unidos, de la mano de la transfobia; se abrió la puerta para que regresen viejos pánicos morales que parecían desterrados. Aquí, en México, probablemente veremos que también ocurra. Ahora el pánico moral está, sobre todo, asociado a mujeres trans, pero es muy probable que veamos el regreso de esos pánicos morales que nos construyen, no como entidades asquerosas o despreciables, como quizá era común en algunos discursos un poco más antiguos de corte homofóbico, putofóbico o transfóbico, sino que ahora se moviliza la idea de que somos una amenaza para las mujeres, las familias, incluso los derechos humanos. De esta forma se busca convocar al miedo como una emoción de que representamos una amenaza.

Estas emociones, hay que decirlo, no son inocentes porque nos deshumanizan y nos reducen a ser una entidad amenazante que tiene que ser combatida y no a ser una persona con una compleja biografía, que demanda respeto. ¿Qué pasa con esta historicidad de los discursos discriminatorios que nos obliga a estudiar cómo van cambiando?

Un cambio más que me parece importante señalar sobre cómo van cambiando estos discursos tiene que ver con que han ido articulándose en espacios políticos, donde de repente encontramos discursos discriminatorios en espacios que eran históricamente aliados: espacios académicos, espacios de izquierda, donde nos encontramos, por ejemplo, discursos que no son, en sí mismos, discursos de odio, pero que son discursos discriminatorios. Esta es una distinción que me parece muy importante elaborar. Los discursos claramente discriminatorios los vemos en espacios legislativos y, desafortunadamente, los empezamos a ver en varias universidades, no solamente en México sino alrededor del mundo.

La frontera de la libertad de expresión

Lo que vemos ahora es que en espacios públicos con cierto tipo de autoridad, ya sea política, epistémica o jurídica, se usan estos discursos discriminatorios que de alguna manera legitiman otro tipo de discursos propiamente de odio y que ocurren en la calle. Por ejemplo, hay un vínculo difícil de estudiar y que nos genera la pregunta de ¿cómo abordar esto? ¿Cómo preservar la defensa de la libertad de expresión?

Para terminar, quiero plantear un par de cosas muy puntuales sobre el discurso discriminatorio y el discurso de odio. Lo primero que quiero decir es sobre la causalidad. Un concepto que de pronto ha empezado a usarse es el de terrorismo estocástico. Yo no sé si me gusta ese concepto porque creo que le puede abrir la puerta a una vigilancia policiaca a los discursos en la esfera pública, puede generar un Estado vigilante y eso puede ser peligroso, pero hay quien señala que en países como Estados Unidos e Inglaterra, cuando proliferan los discursos discriminatorios, se observa una correlación estadística con el aumento de las violencias en la calle. A eso se le denomina terrorismo estocástico porque tiene que ver con el aumento en la probabilidad, y esto nos permite cuestionar cómo tendríamos que estudiar este vínculo, preservando al mismo tiempo la libertad de expresión, pero reconociendo que los discursos discriminatorios, aunque no incitan la violencia, sí pueden legitimar otro tipo de prácticas.

Mi último punto es algo que ha tratado de ser teorizado, por ejemplo, en la filosofía política, incluso dentro de concepciones muy liberales, ya que a veces nos encontramos con gente en la esfera pública que es muy liberal y dice “la libertad de expresión es un imperativo irrenunciable”. Incluso dentro de estas concepciones hay filósofos, y cito a uno que es un filósofo liberal muy influyente hasta el día de hoy, John Rawls, autor de dos libros Una teoría de la justicia y Liberalismo político. Una de las cosas que él señala, y tiene que ver con la integralidad de los derechos humanos, es que los derechos se van construyendo en grupo y se consolidan en grupo, y una de las cosas que señala es que una sociedad tiene más libertad de expresión mientras más se aseguran otros derechos.

 

Una estrategia tentadora como la censura no es la respuesta, al contrario, se debe hacer un llamado para consolidar los marcos de derechos humanos. No sólo los que tienen que ver con la libertad de expresión, sino todos, porque eso acota el alcance de los discursos discriminatorios.


¿Por qué afirma esto? Porque mientras más se fortalece otro tipo de marcos de derechos, de alguna manera –estas no son sus palabras, pero sí las mías— acotas la performatividad de la palabra. Es decir, sabemos que las palabras hacen cosas, que la gente que señala, insulta y hace bromas, genera que la gente se burle de ti, te deshumanice o abre la puerta a que te violenten.

Una manera, precisamente, de manejar una libertad de expresión protegida, que no se vea vulnerada y donde se puedan decir muchas cosas y que al mismo tiempo no ponga en juego la dignidad y los derechos de las personas, tiene que ver con la consolidación de todos los marcos jurídicos, porque eso acota los alcances performativos de un discurso. Es algo que tenemos que tener muy claro, porque nos da una estrategia, la estrategia que a veces parece tentadora no es la censura, al contrario, es un llamado para consolidar los marcos de derechos humanos. No sólo los que tienen que ver con la libertad de expresión, sino todos, porque eso acota el alcance de estos discursos. Si tus derechos están garantizados, el discurso de un tercero no tendrá un efecto corrosivo sobre tus propios derechos humanos.

Eso lo menciona Jonh Rawls. Él lo dice en el contexto de Estados Unidos, donde hubo una pugna religiosa y él apunta: un grupo sólo está justificado en hacer un llamado de atención sobre los discursos de otro grupo, cuando el discurso del primer grupo atenta y socava los marcos de derechos humanos del segundo grupo. Es decir, si tus marcos de protección están en riesgo, entonces se justifica hacer un llamado y decir: “este discurso está acabando con mis derechos”, pero, dice Jonh Rawls: idealmente la solución tendría que ser, no la censura, sino el fortalecimiento de los marcos de derecho.

No basta eso, pero es un elemento. Otro elemento es que las poblaciones LGBTI+ seguimos subrepresentadas. Mucha gente dice: “estos debates se van a resolver con deliberación pública”, pero eso requiere que las asimetrías históricas que nos han borrado de esos espacios también se combatan. Tenemos que combatir la exclusión, la falta de representación, porque entonces no se da un diálogo en la esfera pública en condiciones de igualdad.

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