La fobia a los pobres — letraese letra ese

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La fobia a los pobres


En un mundo crecientemente amenazado por la polarización política y social, donde se advierte el ascenso incontenible de fórmulas autoritarias de gobierno, el debate sobre la necesidad de defender los derechos humanos y la lucha contra las discriminaciones de género, así como el racismo, la homofobia y el clasismo, existe un tipo de desprecio vejatorio rara vez considerado por los medios y cuyo alcance es mucho más extendido. Se trata del rechazo a amplios sectores de la población reducidos a una condición de pobreza y que carecen de recursos suficientes para garantizar su seguridad, su bienestar físico, y preservar su dignidad moral.

En Aporofobia, el rechazo al pobre (Paidós, 2017), la filósofa valenciana Adela Cortina analiza la situación de un número inmenso de parias sociales, seres desclasados o menesterosos, sin hogar y sin sustento en su propia patria, y también la de migrantes o perseguidos políticos rechazados en aquellas naciones en las que buscan refugio. Aporofobia es un término nuevo para nombrar una vieja discriminación que hoy representa un fenómeno muy preocupante...

La discriminación más antigua

Siendo el rechazo a los pobres una de las injusticias más persistentes en la historia de la humanidad, resulta sorprendente que hasta fechas muy recientes aún no dispusiera de un término que la definiera cabalmente para crear una percepción más clara de su significado y sus alcances sociales. De modo novedoso, la escritora Adela Cortina, autora también del libro Ética cosmopolita, una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia (Paidós, 2021) y estudiosa de las implicaciones éticas que conlleva la discriminación en contra de las personas económicamente vulnerables, acuñó el neologismo aporofobia, término que procede de las voces griegas áporos (pobre, sin recursos, sin salida) y fobia (miedo, recelo, odio), y que es el tema de sus investigaciones. Tan atinado es el propósito de finalmente darle un nombre a un fenómeno social tan extendido y variado en sus conjugaciones de injusticia, que acabó por ser reconocido en los círculos académicos e incorporado al Diccionario de la lengua española en 2017. Son muchos los términos permiten nombrar diversos tipos de discriminación social (lesbofobia, transfobia, gerontofobia) que por indiferencia o por desdén no habían sido explícitamente denominados. Sin embargo, no todas las discriminaciones se viven o describen de igual manera. El caso de la aporofobia es muy distinto al de otras manifestaciones de rechazo o desprecio social por la simple razón de que “la pobreza involuntaria no es un rasgo de la identidad de las personas”, contrariamente a aquellos individuos que son discriminados por su género, su color de piel, sus creencias religiosas o su orientación sexual. Existe también una diferencia sustancial entre el recelo u odio hacia los extranjeros (xenofobia), considerados personas intrusas en la casa común de quienes viven en armonía en tanto semejantes unos de otros, y el rechazo a los individuos pobres, considerados invariablemente como cargas incómodas en una sociedad diseñada para celebrar el éxito profesional y económico. Una persona pobre suele ser despreciada en su país de origen en un grado similar al de un migrante o refugiado que vive en situación de precariedad extrema en el país que le ha brindado una acogida condicionada. Por el contrario, rara vez es objeto de xenofobia un extranjero que visita o se instala en un país distinto al suyo, siempre y cuando demuestre tener una gran solvencia económica o ser dueño de un prestigio artístico, cultural o deportivo que lo equipare a los mejores ciudadanos de aquella nación en la que busca acomodo temporal o definitivo. Este doble trato al extranjero (despreciable si es pobre, digno de admiración si ostenta signos de riqueza) no hace mayores distingos entre razas, preferencias sexuales, discapacidades varias o cuestiones de género: sólo se ocupa del poder adquisitivo que le concede una virtual ciudadanía privilegiada a las personas poderosas. Un doble rasero marcado por la conveniencia económica y por la hipocresía moral.

Una retórica del odio

Entre las cuestiones éticas que aborda Adela Cortina en su libro, destaca la discusión en torno a los llamados discursos de odio, y la manera ambigua o imperfecta en que un concepto de libertad de expresión tolera algunos desbordamientos verbales que suelen traducirse en acciones violentas o criminales (“Hablar es actuar, es realizar una acción que tiene la capacidad de dañar por sí misma”). El objetivo de un discurso de odio es negarle a la persona a la que va dirigido no sólo su dignidad, sino también la confianza en su propia estima moral, convencerla de que es merecedora de desprecio y orillarle así al autoescarnio. En definitiva, “la victoria del verdugo consiste en lograr que su víctima se desprecie a sí misma a fuerza de experimentar el desprecio ajeno”. A esa conducta de odio irracional, dirigida a toda persona que nos parece extraña o distinta en todo a nuestras costumbres y certidumbres culturales, la filósofa Adela Cortina le atribuye, además de una deformación en la educación temprana, un origen biológico. Según su opinión, el hombre primitivo era ya xenófobo: desconfiaba de los otros, de cualquier intruso visto invariablemente como algo extraño, y solía comunicar y convivir sólo con los suyos, a quienes consideraba como sus únicos semejantes. Ese rechazo instintivo a lo extranjero persistió durante siglos, fue generador de guerras y de múltiples fobias, primero defensivas, volcadas luego a una agresividad que prescindía de toda argumentación lógica en el momento de imponer su voluntad discriminadora. Esa actitud siempre fue y a la fecha sigue siendo, un monólogo del desprecio. Según la autora, quien analiza el aspecto ético de esta evolución a través de los lineamientos de una moral kantiana, una conducta violenta tan arraigada en el hombre, al grado de tener sustentos biológicos muy profundos, es susceptible de ser mejorada y transformada, de manera institucional, a través de la educación y de lo que ella denomina una “biomejora moral” que incluye manipulaciones genéticas e incluso intervenciones neurológicas y farmacológicas para estimular en el ser humano un pensamiento más positivo. Se trata de fomentar una educación más igualitara e incluyente que a su vez desarrolle una empatía mucho mayor hacia las personas pobres, desvalidas o sin techo.

Hospitalidad y empatía

La mentalidad aporófoba argumenta que los pobres viven una condición de precariedad por culpa propia y por ello representan una carga para la sociedad. No existe para esas personas compasión alguna y sí la voluntad de apartarlas de un supuesto contrato social de bienestar común al que, se alega, no han aportado esfuerzo alguno. Esta incomprensión y total carencia de un sentido de la hospitalidad hacia los más desprotegidos, es la fuente de todas las deigualdades y los conflictos sociales que terminan afectando a las propias personas que hoy discriminan. Ante esta situación, la autora aboga por una ética cosmopolita capaz de “formar en la compasión, en la capacidad de ser con otros y de comprometerse con ellos, ya que ahí reside la clave irrenunciable de la formación humanista que debe ofrecerse en el siglo XXI".

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