PUENTES PARA EL MÉXICO PROFUNDO / 256 — ojarasca Ojarasca
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PUENTES PARA EL MÉXICO PROFUNDO / 256

De seguir predominando la lógica política (más partidaria que ideológica, y en primera instancia racista), las relaciones de la sociedad mayoritaria con la numerosa población indígena, mexicana como la que más, valga la expresión, tendrán un horizonte de incomprensiones, divisiones, compra blanda de voluntades, consultas sacadas de la manga y a modo (como la del aeropuerto en construcción en Texcoco) y, próximamente, renovadas pugnas electoreras. Un gobierno nacional hegemónico que no necesariamente garantice, por encima de megaproyectos y concesiones extractivas, los derechos y sobre todo la gestión y los gobiernos autónomos de los pueblos, no será un Buen Gobierno como lo entienden los pueblos originarios. Por ejemplo ¿cómo se conciliará el entusiasmo futurista por la agrobiotecnología del presidente electo con las resistencias agrícolas de los pueblos originarios que defienden sus maíces y sus entornos bióticos, se defienden tanto de la depredación como de las “soluciones” que ofrecen las tecnologías de punta, prometedoras en las bolsas de valores pero amenazantes para la pervivencia de los territorios y las culturas indígenas y campesinas? Revestido de bonitas palabras y buenas intenciones, sería un nuevo avasallamiento.

Como es del dominio público, los indígenas son los pobladores originarios, ancestrales, de la Nación mexicana. Y su número actual no es nada despreciable, por más que los borran los censos y los maquillan las instituciones destinadas a “combatir” su pobreza y administrar las “culturas populares” de todas esas “etnias” que hay en México “todavía”. No es infrecuente encontrar indicios y evidencias de que —contra lo que los iluminados de la academia científica conchavados con las cuatro Big (Techno, Agro, Pharma y Bio) pretenden y creen— los pueblos campesinos originarios conocen más y mejor la-vida-en-la-tierra, además de que, de manera notable, han aprendido mejor que nadie las lecciones de conservación y recuperación de la modernidad ambientalista. No es mera frase llamarlos guardianes del agua, de la (Madre) Tierra, de la interrelación profunda con la naturaleza.

Las implicaciones de esto van más allá de lo tangible. Abarcan las lenguas, las formas de pensamiento y de procesar las emociones y sensaciones. Por “el bien de todos”, como quiere el eslogan, se van a necesitar puentes. Puentes, no el oportunismo de figuras indígenas sin representación alguna, los alineamientos ni la disimulada colonización política y empresarial de siempre. Los puentes unen, no absorben. Enriquecer y embellecer la lengua castellana con las lenguas de los pueblos originarios, como sugiere el escritor nahua Natalio Hernández, es uno de estos puentes cuyo punto de partida sería que a todas las lenguas se les reconozca el mismo status de lengua nacional viva. En las décadas recientes hemos podido ver su capacidad para transmitir conocimientos, sintaxis, formas de pensar y de expresar a las que el hispanohablante no estaba acostumbrado, que rompen las reglas de una lejana Real Academia, el mausoleo colonial de

una lengua universal y polifónica, si bien tan amenazada como las indígenas, a juzgar por el castellano de los medios, las redes, el reguetón y la autoayuda; esto es, el castellano exangüe de uso mayoritario. Dicho sea sin soslayar, el hecho histórico de que cada día se escribe más en las “otras” lenguas mexicanas. Un puente sintáctico fue lo que tendieron los zapatistas después de irrumpir en la Historia con un castellano pensado en tsotsil, tseltal, tojolabal y chol. Durante siglos han tendido puentes los zapotecas y los mayas en las ciudades, y sobre todo los nahuas, a quienes el castellano de México debe incontables giros, términos y conceptos, sin que sus hablantes sean conscientes de ello. En fin, entre los muchos puentes que se necesitan, deben privilegiarse los de las lenguas, de las culturas y gobernaciones propias, de las diferencias que nos enriquecen.

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