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Mikeas Sánchez: la palabra es la comunidad

Entrevista: Armando Salgado

“Los pueblos originarios somos muy intrépidos, siempre estamos transitando entre la modernidad y lo antiguo”

Mikeas Sánchez (Ajway, Chiapas, 1980), poeta zoque, escritora, productora de radio, traductora y docente, heredó la sensibilidad poética de su abuelo Simón Sánchez, chamán, músico y danzante; de él aprendió el ritmo y la musicalidad de los rezos tradicionales. Es maestra en Didáctica de la Lengua y la Literatura por la Universidad Autónoma de Barcelona. La entrevista inicia con su concepción sobre la frontera sur de México.

LOS DONES DE LA PALABRA

Más de 500 años de marginalidad, de llevar a cuestas la frontera más dolorosa: la frontera lingüística, una frontera invisible que sin duda marcó la vida de muchas generaciones. Es la frontera que me toca atravesar a través de la poesía. Lo curioso es que no podría atravesarla desde mi lengua materna sino desde el castellano. Escribo en zoque desde hace más de 13 años como una forma de resistencia a la imposición del español en el sistema educativo, porque no ha existido, ni existe todavía un programa de alfabetización que garantice la lectoescritura. Atravesar la frontera, romper la barrera lingüística no necesariamente debe darse desde las lenguas originarias, porque si bien es verdad que hay infinidad de historias espantosas alrededor de la desaparición de las lenguas en el mundo, también hay incontables estrategias creativas que utilizaron nuestros antepasados para preservar la filosofía, la poesía, los conocimientos medicinales, espirituales y agrícolas de los pueblos antiguos. Retomando esa capacidad de camuflaje de nuestros ancestros, en pleno siglo XXI, los sobrevivientes de ese exterminio nos vemos obligados a seguir siendo creativos ya desde la literatura, la pintura, la música, la tecnología e incluso la academia. Los pueblos originarios somos muy intrépidos, siempre estamos transitando entre la modernidad y lo antiguo, supongo que después de tantas generaciones hemos adquirido la habilidad de adaptarnos a los cambios.

En 1982 hizo erupción el Tzitzunhkotzäjk o volcán Chichonal, dejó soterrados a varios pueblos zoques y cerca de dos mil muertos. Ajway, mi pueblo natal, fue uno de los más afectados. Fueron años muy difíciles porque mis padres tuvieron que reinstalarse y comenzar de nuevo, pero también fueron años de mucho aprendizaje, de solidaridad, de hermandad y de fortaleza espiritual. Las condiciones materiales eran precarias, sin embargo, recuerdo esos años de mi infancia con profunda alegría, porque estábamos sobrados de diversión, juegos, salud y amistades entrañables. Vivíamos bajo el hechizo de las historias alrededor del fuego, esas historias que también fueron alimento y medicina incluso después de muchos años. Ciertamente la erupción del Tzitzunhkotzäjk separó familias, muchas de ellas no volvieron a sus poblados de origen, se dispersaron hacía otros municipios de Chiapas o bien se reubicaron en Tabasco, Campeche, Veracruz, Guadalajara y Estados Unidos. No lo había reflexionado antes, pero ahora estoy convencida que ese retorno a las tierras devastadas por el Volcán Chichonal fue un acto de resistencia y amor a la tierra, eran nuestros ancestros los que nos pedían volver. Los zoques creemos en los sueños, los individuales y los colectivos. Por muchos años varios de mis primos y yo teníamos un sueño recurrente, la Dueña del Volcán, la energía femenina que cuida el Tzitzunhkotzäjk, nos enseñaba a hacer divertidas figuras con lodo, maleza y palitos de madera. Cuando nos reuníamos por las tardes, después de cumplir con la escuela y las obligaciones en la casa, relatábamos nuestros sueños y nos sorprendía descubrir lo similares que eran. Pi’okpatzyuwe, la dueña del Volcán Chichonal, no nos daba miedo, incluso soñar con ella era de lo más normal porque varias de las historias alrededor del fuego eran sobre ella, de cómo un día había bajado entre los mortales y había invitado a su fiesta, la fiesta del fuego, de cómo aquellos dos mil muertos en la erupción vivían en la fiesta eterna. Recién hizo erupción el volcán de Fuego en Guatemala y ese acontecimiento me trajo muchos recuerdos que creía olvidados. Apenas terminé de escribir mi último libro y hay varios poemas que remiten a esa memoria colectiva de la erupción del Tzitzunhkotzäjk. Vengo de una familia de cantores, rezanderos, danzantes y curanderos, en un contexto occidental se diría que tengo la vena artística, pero desde el pensamiento zoque no existe el yo como tal, enmarcado desde lo individual, sino desde lo colectivo, es decir que mi habilidad, mi potencial está al servicio de la comunidad. No elegí la poesía, en principio quise ser cuentista, pero no resultó. Tengo dos referentes en mi escritura; la primera proviene de la literatura de tradición oral, conformado básicamente por las historias alrededor del fuego que aprendí de mi madre y de mis abuelos. La segunda son propiamente los libros. Desde que aprendí a leer, a los seis años, quedé fascinada con las narraciones escritas, eran como las recreaciones de las historias alrededor del fuego, pero en solitario. Eso fue algo que me quedó muy claro, las lecturas generalmente se gozan desde lo individual, en cambio en las historias alrededor del fuego, las narraciones se viven, se nutren de los sonidos del momento, crean un recuerdo palpable porque tienen el elemento afectivo del que las narra, por lo tanto, cobran sentido desde la colectividad. Sin embargo, son innumerables los autores que han logrado suplir la ausencia de las historias alrededor del fuego. Primeramente, El fistol del diablo de Manuel Payno, la primera novela que leí a los 11 años, con la complicidad del bibliotecario que me permitía llevar libros a mi casa. No tuve una guía apropiada, antes bien me dejaba llevar por las historias que lograban atraparme. Así hasta que llegué a bachillerato y mi profesor de literatura puso a mi alcance su colección de literatura griega y más o menos me hizo una lista de los libros que él consideraba debía conocer. Las novelas que más recuerdo por una u otra razón son El Decamerón de Boccaccio, Cumbres borrascosas de Emily Brontë, Madame Bovary de Flaubert, Las partículas elementales de Michel Houellebecq, 2666 de Roberto Bolaño. En lo que respecta a poesía hay tres libros que me han impresionado mucho: El Paraíso perdido de John Milton, Canto a mí mismo de Walt Whitman y La tierra santa de Alda Merini.

Hay una crisis en el arte, un vacío en las producciones contemporáneas, las lenguas originarias nos obligan a mirar nuestras raíces, esas raíces que despreciaron nuestros primeros artistas mexicanos al pretender imitar el arte europeo. Me parece que hay un tremendo potencial en las producciones de artistas de origen indígena, producciones por lo menos dignas de ser estudiadas y difundidas.

LA DEFENSA DEL MUNDO Los pueblos ancestrales se relacionan con profundo respeto hacia la naturaleza, cosa contraria al pensamiento occidental, donde la naturaleza queda subordinada a los designios del hombre. El indígena respeta los ríos, habla con los árboles, pide permiso a la tierra y a las montañas. No es algo que se pueda enseñar fácilmente porque es una filosofía de vida y vivimos en un sistema educativo que reproduce el pensamiento occidental, la supremacía de las tarjetas de crédito y la tecnología. Necesitamos reorientar la educación de los niños porque ellos entienden mejor que nadie que los daños al medio ambiente son irreversibles y sabemos que irreversible significa fin, muerte y destrucción del planeta. No hay una fórmula mágica porque si la hubiera ya la habrían descubierto y aprovechado los empresarios capitalistas, que de todo quieren obtener ganancias económicas. Lo que sí es cierto es que los pueblos originarios están siendo amenazados porque son un obstáculo para la realización de diversos proyectos extractivistas en México y el mundo. Las historias de persecución y despojo son muy similares tanto en África como en América Latina. Los pueblos indígenas están dando un tremendo ejemplo al mundo, un ejemplo de defensa del planeta, pero tristemente no hay una participación activa de la sociedad civil, como si el planeta fuese habitado únicamente por pueblos nativos. Lo cierto es que las frutas y vegetales provienen del trabajo agrícola, la carne y sus derivados de la ganadería, actividades éstas donde el agua juega un papel muy importante. Lamentablemente el agua también es el recurso más codiciado por las compañías mineras y petroleras, estamos hablando entonces que la defensa de la tierra es una lucha que a todos compete. Todos estamos en riesgo porque sin agua el planeta muere y con ella los humanos también desapareceremos.

Vivimos en un mundo que nos empuja al estrés, a la insatisfacción constante. Cada mañana cuando me levanto me hago esta pregunta: ¿cuánto me resta de vida? Eso me lleva a reflexionar que el rango de longevidad es de 70 años, estoy pasadita de la media. Así que organizo más actividades con mis padres, preparo más seguido el platillo favorito de mi hija, veo más películas con mi compañero, disfruto muchísimo a mis gatos, trabajo sí, pero en lo que me gusta, aunque eso signifique ganar menos dinero. Una amiga ya fallecida me decía una frase muy sabia: “Las personas felices son bondadosas”, entonces cuando me pongo amargada recuerdo siempre eso.

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Una versión más amplia apareció en el suplemento La Gualdra, de La Jornada Zacatecas, 22 de octubre de 2018. La presente versión fue editada por Ojaras

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