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CONTRA LA IDEOLOGÍA DEL MESTIZAJE

DANIEL MONTAÑEZ PICO

En Ojarasca de junio (266) compartimos una reflexión acerca del lugar de los pueblos indígenas en el debate sobre la conquista de América despertado a raíz de la carta del presidente mexicano al rey de España. Advertimos que la ideología del mestizaje promovida desde el Estado es una de las causas por las que las atrocidades de la invasión hispana de 1492 siguen siendo especialmente recordadas frente a otras atrocidades históricas. La ideología del mestizaje no tiene nada que ver con el mestizaje físico o cultural que está presente en todos los grupos humanos. En México esta ideología funciona como una herramienta al servicio del racismo institucional que aboca a la mayoría de la población, de piel morena y clase trabajadora, a la súperexplotación cotidiana. Vendiendo la idea de que toda la población nacional es mestiza se difuminan de manera sutil las jerarquías socio-raciales imperantes, tratando de borrar la percepción colectiva sobre la articulación de la raza y la clase en la estructura económica y política del país. Pero la ideología del mestizaje no sólo se queda en esta difuminación del racismo cotidiano, sino que también es una herramienta fundamental del Estado contra los pueblos indígenas.

Como ideología, el mestizaje nació en la época colonial ante la aparición de hijos de españoles e indígenas que reclamaban mayores derechos por tener padres metropolitanos. Uno de los primeros y más famosos fue Martín Cortés Mallintzin, hijo de Hernán Cortés y la Mallintzin, quien consiguió ser nombrado hijo legítimo por el Papa y se vio envuelto en una conspiración para tomar el poder del virreinato de la Nueva España. Para contener esta fuerza el régimen colonial fue creando una serie de jerarquías socio-raciales que daban un lugar predeterminado a cada persona en la sociedad según sus orígenes. Esto servía para no generalizar ciertos privilegios jurídicos de las élites, pero también para sembrar la discordia entre las clases populares dominadas, quienes encontraban diferencias en su seno que les impedían organizarse unidas frente al poder colonial. Este “divide y vencerás” se plasmó en los famosos cuadros de castas, los cuales recogían hasta 16 tipos de mestizaje.

Una vez conseguida la independencia, el Estado abolió esta jerarquía socio-racial introduciendo la concepción igualitarista de ciudadanía y promoviendo una única identidad mestiza: la mexicana, la cual defendía el pasado indígena pero desdeñaba a los pueblos indígenas del presente. Allí donde había europeos, criollos, diferentes tipos de mestizos e indígenas habría desde entonces sólo un tipo de mestizos, la “raza cósmica” la llamó José Vasconcelos. Lamentablemente, las anteriores jerarquías socio-raciales siguieron intactas y unificar el mestizaje elevándolo a ideología nacional sólo ayudó a difuminarlas del imaginario social. Además, esta ideología sirvió para iniciar un proceso de des-indigenización. Parte de la población indígena que tomó en diverso grado hábitos de vida occidentales se fue insertando dentro de este concepto de mestizo debido al estigma que pesaba sobre ellos. Abrazó esta ideología como forma de ascender socialmente en ciertos espacios, a costa de ir perder sus raíces culturales. Es decir, una persona indígena, proveniente de familia y territorio indígena, podía emigrar a una ciudad occidentalizada y adaptarse culturalmente pasando a ser considerada mestiza, evidenciando que lo mestizo en este caso poco tenía que ver con un hecho biológico concreto sino con un proceso de occidentalización y des-indigenización.

En la actualidad, numerosas voces y movimientos han advertido la negatividad de la ideología del mestizaje y han reaccionado contra sus consecuencias. Diversos procesos de re-indigenización y des-mestización se han levantado en el país. Destaca el esfuerzo de los llamados Barrios Originarios, donde se reivindica el modo de ser y vivir indígena desde espacios urbanos. Este proceso es muy interesante y no debe confundirse con el movimiento alternativo cultural New Age. Los Barrios Originarios reivindican compresiones territoriales y formas de vida económicas y políticas comunitarias que están más allá de la sola recuperación de ciertos aspectos de la vida indígena como pueden ser los temazcales, las danzas tradicionales o el uso de plantas de poder. Es una visión y práctica de vida integral y no sólo un aporte folclórico al modo de vida occidental.

Por otro lado, hay intelectuales que proponen redefinir la ideología del mestizaje para dotarla de un significado crítico. Es el caso del filósofo José Gandarilla, quien propone la idea de “mestitud” siguiendo al movimiento caribeño de la negritud de los años 1930’s que elevó la categoría de “negro”, de algo presuntamente despreciable, a una condición bella y llena de dignidad histórica. Así trata de elevar lo mestizo, mostrándolo como identidad creada del intercambio positivo entre lo diverso, de forma similar a la también caribeña idea de “creolidad”, esgrimida por pensadores antillanos como Edouard Glissant y Raphaël Confiant. El problema es que lo mestizo como ideología de la Nación mexicana no tiene la carga negativa de lo negro sino que es presentado justamente como algo nuevo y positivo, por lo que la idea de “mestitud” puede caer fácilmente en el equívoco de ser equiparable a la de la raza cósmica de Vasconcelos, de forma similar a como también le pasa a la propuesta del “ethos barroco” de Bolívar Echeverría (véase al respecto Ojarasca 246).

Otros esfuerzos más exitosos han sido los de la pensadora feminista decolonial Karina Ochoa, quien propone la idea de lo “mestizo-racializado”, y de la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, que expone la idea del “mestizaje colonial”. Con la inclusión de estos apellidos sí queda más claro que una jerarquía socio-racial y colonial atraviesa a lo mestizo, pero quizás también existiría el problema de seguir atados a esa noción, pese a la aclaración explícita, pues evade la posibilidad de erigir una identidad plena y positiva. En el caso de Rivera Cusicanqui, sí se ofrece un estímulo propositivo en la idea de la identidad “ch’ixi”, donde siguiendo epistemologías de la cultura aymara plantea la existencia de “entidades que son poderosas porque son indeterminadas, ni blancas ni negras, sino las dos cosas a la vez, no son mezcla sino que habitan ambos espacios simultáneamente en contradicción” (véase Ojarasca 170).

En definitiva, sea por eliminación o por redefinición, es necesario minar esta ideología perversa del mestizaje que tanto daño hace a los pueblos indígenas y a la sociedad mexicana. No implica estar en contra del hecho innegable, y profundamente positivo, de que los grupos humanos somos fruto de intercambios de todo tipo entre unos y otros.

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