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LA OTRA DINAMITA

IGNACIO VILLANUEVA

DE LA VIDA Y SUS DÍAS EN XOCHICUAUTLA, DONDE LOS GOBIERNOS IMPONEN UNA AUTOPISTA QUE PARTE A LA COMUNIDAD (EN TODOS SENTIDOS)

Es un día soleado, aunque no mucho, del jueves 5 de septiembre del año pasado (así empieza este cuento o carta para los Reyes Magos o mensaje de texto para el mundo o lo que sea titulado/a La otra dinamita). Clima que la familia Montes Flores aprovecha para lavar y tender la ropa en el tendedero del patio con lazos de ixtle y plástico. Luego, tras un breve descanso, toma asiento en la mesa redonda de la pequeña cocina de adobe, varas y teja para probar los sagrados alimentos. Unos ricos tacos dorados de papa, acompañados con lechuga, crema y una salsa roja martajada hecha en el molcajete de la abuelita Migra, Micaila en castellano. “Al ataque, mis valientes”, vocifera doña Margarita dirigiéndose a sus polluelos para dar el banderazo de salida de llenar la barriga y que el corazón esté contento. El reloj marca las 3:30 P.M.

En ese preciso momento una serie de ruidos se escucha en la azotea. De repente, ¡zas, pum! Algo pesado cae y cimbra la casa. Doña Magos sube de volada a ver qué carajos ocurre. Revisa, husmea con el Jesús en la boca, con buenos presentimientos. No hay aparentemente nada extraño. Alza la vista y divisa una polvareda en el paraje denominado La Moni, precisamente allí donde están abriendo brecha con dinamita para el tránsito de la autopista Toluca- Naucalpan.

Pocos son los curiosos, casi nadie se asoma. Cada quien en sus puestos. Los negocios permanecen abiertos atendiendo a los clientes. Una camioneta blanca con la leyenda “Teias” baja tranquilamente por donde fue la explosión. Al verla pasar, una madre de familia se limpia las lágrimas con ambas manos y comenta al aigre: “A nosotros nos han dicho los ‘ingenieros’ que la carretera privada de cuota va a pasar porque va a pasar, que no se resistan, pus ai andan el temible coco y el lobo feroz haciendo sus rondines y se los van a comer. Ahora, por estas problemas todas las familias están divididas o son muy reservadas en sus comentarios en la plática. Mi hermano mayor no come bien, tiene mal genio y un juerte dolor de panza. Mis hijos se espantan requetemucho cuando revientan las piedras y se cuartean las casas”. Luego, ya para terminar, agrega incrédula frente a dicho proyecto carretero:

–Si a mi casa la hubiera testereado un vecino, chiquita no te la acabas, se le arma la revolución. Pero como la obra va a traer progreso, asegun dicen allá arriba y unos crédulos aquí abajo, que hagan lo que quieran los patrones de las casacas verdes y los chalecos anaranjados fosforescentes, al cabo es beneficio.

La nube de polvo se ha disipado y entonces se deja ver la parte superior semejante a la figura de un poste con su sonido “tan… tan… tan… tan… tan...” que por momentos se detiene, continúa hasta las seis de la tarde; y aún sigue incomodando. Es algo así como un martillo pegándole a una superficie de metal.

La tarde sigue su camino y el cielo comienza a teñirse lentamente de gris, hay un poco de viento, rayos y centellas; señas de aguacero. Llueve un poco, la naturaleza está llorando por los daños ocasionados al bosque otomí mexica. El agua se detiene y cae la noche, las ocho en punto. Un helicóptero o un avión atraviesa Xochicuautla. Pronto amanecerá y las campanas anunciarán un nuevo día, otro amanecer —expresan en coro, con micrófono en manos, las veredas, el ayate y el sombrero— que sería mejor si se detuviera la pesadilla, la terquedad, la violencia capitalista, el susto de sus detonaciones, la destrucción del corazón de la montaña; si la Sedena aclarara si tales actividades con dicho explosivo están permitidas; si la comunidad indígena otomí ñätho despertara con la buena nueva del cuarto rey mago de que sus viviendas —construidas durante varios años, con el sudor de su frente, quitándose, en veces, el pan de la boca, dejando a los hijos a la buena de Dios para juntar un centavito para el café, el té, el atole, el tamal, las carnitas, las tortias, algo de tomar para bajar el taco, o lo que Dios haiga socorrido para el colado de la losa del próximo domingo— han quedado donde y como estaban; si se respetaran los derechos y la cultura indígenas, la tierra de los pueblos originarios; si se escuchara en el horizonte de la justicia el sentir de la estrella roja que clama en voz alta: ¡Cerros y montaña sí, autopistas no!


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