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ESPERANDO AL VIRUS. JORNALEROS MEXICANOS EN LOS CAMPOS DEL NORTE

DAVID BACON

FRANCISCO LOZANO, un jornalero en Santa María, en la costa central de California, dice que la pobreza hace que la crisis sea mucho peor. En invierno, cuando no hay trabajo, las familias viven de los escasos ahorros que quedan de la temporada anterior, y cuando ésos se terminan, le piden prestado a la familia o a sus amistades. “Ése es el momento en que el trabajo recomienza, y volvemos a cosechar fresas”, dice. “Pero en vez de lograr salir de deudas, nuestra situación es peor que nunca, la fruta no es buena, y están pagando por hora —el sueldo mínimo [en California el sueldo mínimo son 13 dólares la hora], eso no es suficiente para subsistir”.

Las condiciones laborales se han deteriorado. “Debido a las lluvias, trabajamos en el lodo”, explica. “Pero trabajamos codo a codo, así que es imposible la sana distancia. Nos dicen que nos lavemos las manos, pero hay muchísima gente en cada estación, así que el jabón se acaba. Lo normal es que la gente sufra resfriados en esta temporada del año, y muchos de nosotros de todos modos vamos por la presión económica. Con el virus, eso es riesgoso. Pero a los dueños sólo les interesa la producción”.

LUIS JIMÉNEZ, dirigente de la Alianza Agrícola del estado de Nueva York, se queja de que las necesidades de los trabajadores son ignoradas. Teniendo 4 mil obreros, el estado produce más yogurt y crema ácida que ninguna otra área del país, y la mayoría de quienes laboran ahí habitan en las viviendas que les proporcionan las compañías lecheras. “Pero no podemos comprar comida sino hasta que salimos de trabajar, y entonces los anaqueles de las tiendas ya se vaciaron —no hay ni arroz, ni huevos ni carne”, dice. “Los patrones nos dicen que no salgamos de nuestra casa cuando no estamos de turno, pero entonces cómo le hacemos para tener de comer”.

Como todos los jornaleros entrevistados, Jiménez tiene miedo de la llegada del virus. “Vivimos 8-10 personas en la casa. Cómo nos vamos a aislar. Algunos tienen su propia habitación, pero conozco una granja en la que todo mundo duerme en un galerón con literas. En la labor nos tenemos que ayudar uno al otro todo el tiempo, como cuando tenemos que mover una vaca. No puedes hacerlo solo, el trabajo lo requiere. Los rancheros nos dicen que la salud es importante, pero siento que en realidad lo que les importa es que cumplamos con el trabajo que nos dicen que hagamos”.

Para estos trabajadores, mantener la distancia social en estas condiciones de vida es virtualmente imposible. La vivienda para los que poseen visas H-2A en el centro del estado de Washington consiste en dormitorios prefabricados, donde quienes laboran duermen en literas en un solo cuarto pequeño, y muchos trabajadores comparten la cocina.

Pese a la retórica tóxica anti-inmigrantes, el gobierno de Trump ha instruido a los consulados estadunidenses, incluso en medio de la pandemia, que los contratistas y los cultivadores procesen las visas H-2A, y todas las otras solicitudes de visas se han frenado. De hecho se levantaron todas las restricciones previas que especificaban que sólo le darían visa a los trabajadores que ya hubieran contratado en años previos.

EDGAR FRANKS, un organizador de Familias Unidas por la Justicia, insiste: “Hay más de 5 mil trabajadores con visas H-2A en el centro del estado de Washington, y se espera contar con más de 20 mil para finales de agosto”. En Santa María, Francisco Lozano también informa la llegada de trabajadores H-2A, conforme los productores buscan apartamentos disponibles para alojarles. “Las rentas están subiendo muy rápido. Los precios también; las tiendas están ganando mucho dinero”.

SEGÚN LA ABOGADA CORRIE ARELLANO, de California Rural Legal Assistance (CRLA), la organización que brinda asistencia legal a los jornaleros del estado, los contratistas y los productores traen unos 800 jornaleros cada año. “Al principio casi llenaban los moteles baratos en el pueblo, ahora están rentando casas y apartamentos y las rentas suben”. En un caso que llevó CRLA en Santa María, a José González, Efraín Cruz, Ana Teresa Cruza y Rosaura Chávez los tenían en una casa donde 18 o 20 jornaleros dormían en dos dormitorios y a los que les dijeron que no podían salir salvo para ir a trabajar. Se reportó que una residencia de Santa María tenía hasta 80 trabajadores.

PARA MARY BAUER, consejera general del Centro de los Derechos del Migrante, un grupo que se dedica a apoyar los derechos y el bienestar de quienes tienen visas H-2A, “no queda claro si los trabajadores podrán contar con acceso a atención médica o si van a poder aislarse si las condiciones requieren que así lo hagan. Los empleadores no tienen, a la fecha, la obligación de proporcionar viviendas que permitan que los trabajadores entren en cuarentena si les es necesario.

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