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MARGARET RANDALL: POETA, FEMINISTA, REVOLUCIONARIA / 278

Jimmy Centeno

En sus nuevas memorias Margaret Randall detalla su vida como activista, revolucionaria y poeta durante los turbulentos años sesenta, setenta y ochenta en Latinoamérica. Nunca me fui de casa / I Never Left Home (subtitulada Poeta, feminista, revolucionaria) presenta una serie de experiencias superpuestas entre recuerdos de la infancia, historia, poesía y relatos de su educación escolar. Dedica una especial atención y rinde homenaje a las múltiples amistades que hizo.

Con más de 150 libros escritos y traducidos, Randall, aclamada poeta-activista, fotógrafa y escritora revolucionaria, es única en su género. Perspicaz escritora feminista, ensayista y profesora de movimientos sociales, documenta el papel clave que las mujeres desempeñaron durante las revoluciones mundiales tanto a nivel nacional como global y amplía la dimensión del poder en manos de las estructuras políticas verticales.

Nacida en la clase media alta liberal y patriarcal de los Estados Unidos, Randall comenzó a ver ciertas contradicciones en la formación de su clase social a partir de la historia de su propia familia. Se casó joven, con dieciocho años, durante un viaje a Ciudad Juárez, México. Lo justifica diciendo que “el único modo de que una chica joven de mi clase y cultura podía alcanzar cierto grado de independencia era cambiar el hogar parental por uno con un marido”. Inquieta y llena de preguntas, Randall pasó un tiempo en México en el que su vida dio un giro de 180 grados. Gracias a su español fluido, se relacionó con artistas como la escritora Elena Poniatowska, el muralista David Alfaro Siqueiros, poetas como Rosario Castellanos, Ernesto Cardenal (que falleció a principios de marzo de este año) y Roque Dalton, así como revolucionarios nicaragüenses como Carlos Fonseca, entre muchos otros.

En México, Randall mantuvo una relación sentimental con el poeta Sergio Mondragón, de la que nacieron dos hijas, Sara y Ximena. Juntos fundaron la revista de poesía radical y cultura literaria El Corno Emplumado, que reunía a célebres artistas, poetas y escritores de todo el continente. Las traducciones que la publicación llevaba a cabo del español al inglés y viceversa unían las culturas mediante las lenguas. El diario “se abrió camino a través del bloqueo cultural impuesto por Estados Unidos y consiguió que la poesía cubana estuviera al alcance de los lectores occidentales”. Ofreció un espacio alternativo para escritores y artistas, además de adquirir una importancia histórica y convertirse en una referencia cultural para toda Latinoamérica.

Randall vivió en México durante los problemáticos años que fueron de 1961 a 1969. Fue testigo de la represión de los estudiantes en 1968, que tuvo como consecuencia la masacre de Tlatelolco justo antes de los Juegos Olímpicos de aquel verano en la Ciudad de México.

Tuvo que soportar la intimidación de las autoridades mexicanas que la obligaron a exiliarse a Cuba después de vivir en México durante nueve años. Abandonar el país no fue fácil. Viéndose obligada a sobrevivir y temiendo por la seguridad de sus cuatro hijos, los envió a Cuba en avión. No pudo acompañarlos porque unos agentes mexicanos le habían robado el pasaporte. Para poder reunirse con ellos, tuvo que ir a Estados Unidos, desde allí a Checoslovaquia y volar hasta Cuba. Más tarde, Randall confesó que apartarse de sus hijos fue una experiencia traumática, experiencia que la familia sigue teniendo muy presente.

Estando en Cuba, vivió la Revolución cubana y tuvo una sensación de solidaridad y humanidad que nunca antes había experimentado. Allí, entabló amistad con la revolucionaria Haydée Santamaría, una de las fundadoras de la prestigiosa institución cultural Casa de las Américas. Randall describe el papel de esta institución durante la Revolución cubana afirmando que “entre las limitaciones y las dificultades para crear un cambio social profundo, la existencia de un lugar como la Casa amplía las posibilidades de la revolución, la hace más grande, más compleja y más osada”.

Cuando llegó el momento de abandonar Cuba, Randall viajó hasta Nicaragua justo cuando iniciaba su propia revolución. Participó en cuestiones culturales, tradujo poesía y atendió las necesidades de una incipiente revolución. Recogió testimonios orales de primera mano por parte de mujeres que participaban tanto en la revolución cubana como en la nicaragüense. Más tarde viajó a Vietnam para compilar las historias de las mujeres en su lucha por la liberación contra el imperio estadunidense.

Tuvo que hacer frente a dolorosas contradicciones durante los movimientos de transición y los periodos de represión de las revoluciones en curso. Los primeros capítulos de sus memorias describen su cartografía familiar, su educación infantil, sus años de adolescencia, su amistad con la pintora de expresionismo abstracto Elaine de Kooning y la escena artística de Nueva York en los años 1950. También habla de la sombra que le dejó el abuso sexual que padeció siendo niña.

Utiliza su poesía para conectar los capítulos, avivada por los recuerdos de toda una vida. Randall nos guía a través de la evolución de su sentido de la justicia y sus convicciones políticas, y las crueles políticas e intervenciones militares de Estados Unidos en todo el sur del continente. Siguen capítulos de exploración. Se zambulle en la Historia medio a ciegas, con un ojo tapado y el otro descubierto. Su educación liberal se transformaría hasta unos límites que jamás hubiera sospechado, convirtiéndola en una revolucionaria. Randall relata su búsqueda de asesoramiento y guía. Comparte abiertamente sus relaciones amorosas y románticas con el lector y la importancia de esas relaciones mientras maduraba y se convertía en una feminista socialista radical. Cuando se vio confrontada con la mitología simbólica mexicana, se quedó fuertemente impresionada por la deidad femenina mesoamericana Coatlicue: “Cuando pienso en la imaginería femenina a lo largo de la historia de México […], no encuentro una mayor ni más pura representación de la femineidad”.

Sus memorias completan lagunas y vacíos ignorados por las versiones históricas oficiales y los poderes gobernantes. Aglutinan los recuerdos de los pueblos en guerra. Amplifican y refuerzan el papel del arte y la cultura a la hora de modelar la propia identidad y definen la cultura como vital para comprender la relevancia de artistas, escritores y poetas como un elemento básico del cambio social.

Randall comparte su búsqueda existencial y su evolución en Latinoamérica. Halló muchas de sus ansiadas respuestas en relación con el sentido de la vida cuando se sumergió en Mictlán, el inframundo de la regeneración en la mitología indígena mesoamericana.

Sus textos son ramas que florecen con cada palabra. Independientemente de la estación, del tiempo y de las circunstancias, las palabras de Randall son hoy en día hojas que oxigenan a cada paso apasionantes descubrimientos. Quienquiera que comparta el testimonio vital de Margaret Randall sentirá la fuerza, el coraje y la inspiración que la autora desprende. En cierto sentido, estas memorias transmiten un sentimiento similar al diario de viaje del Che Guevara, así como una preocupación por el bienestar de toda la humanidad.

Randall rescata de la amnesia histórica las contribuciones de mujeres comprometidas socialmente para modelar sus sociedades, políticas y culturas. Carga con el peso de muchas mujeres y las coloca a la vanguardia de la Historia.

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Margaret Randall, I Never Left Home: Poet, Feminist, Revolutionary, Duke University Press, 2020.

Jimmy Centeno Fuente: https://soundsandcolours.com/articles/cuba/ margaret-randall-i-never-left-home-poet-feminist-revolutionary-51640/

Traducido del inglés por Juan-Francisco Silv ente para Rebelión.

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