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LAS FRONTERAS DEL ASEDIO

RAMÓN VERA-HERRERA

Con la pandemia entramos en una perentoriedad permanente. Ante ella sólo contamos con algunos fuegos fatuos con los que buscamos alumbrar una incertidumbre que todo cubrió con su manto. De la vida cotidiana más sencilla hasta lo que la tecno-ciencia y el poder, tan orondos, habían decidido resguardar en los espacios de confort “del privilegio, la opresión, el control y las ganancias” —como dijera hace poco Camila Montecinos.

Ahora la pandemia nos hace enfocar los puntos de cruce de los trayectos de las personas, las mercancías, las colectividades, los asedios y los vacíos en la gestión del poder. Y lo que significa el yo, el nosotros.

Si hoy sentimos que viviremos en amenaza continua de caer presa de este enemigo invisible, sepamos que la amenaza se cierne de miles de modos más cruentos para las comunidades rurales y urbanas que sufren el despliegue imparable de políticas públicas, leyes, normas, decretos y el actuar permitido y legitimado de proyectos voraces, de programas que recrudecen lo que Amador Fernández-Savater apunta diciendo que “la norma es, de aquí en adelante, el propio estado de alarma”.

De otros modos, y por otras razones, así ha sido la vida para los pueblos y comunidades que nunca descansan del machacón actuar de gobiernos y corporaciones. Aun en los momentos de gran oscuridad, el poder funciona como una máquina que no somete su funcionamiento a consideración de nadie que no detente las cuatro patas de ese poder mudo, ciego y sordo: (ganancias, privilegio, opresión y represión). Ahora aprovecha el encierro para afianzar la marcha del capitalismo funcionando.

Hoy, esta incertidumbre impone un acertijo cuya respuesta es ejercer nuestras propias potencialidades, gestionando por nosotros mismos nuestro cuerpo, individual y colectivo.

Pero la gente se sigue reuniendo, porque no es posible dejarse vencer en aislamiento. Y en encuentros electrónicos la gente apunta, anuncia, denuncia y argumenta intentando remontar la condición de fragilidad que hace pesante el ahora pero más el futuro próximo y lejano.

Desde las regiones aflora que el gobierno impone la minería y el acaparamiento de agua como actividades esenciales, impone reformas y leyes, promueve sus tratados de libre comercio —en particular el T-MEC con sus Buenas Prácticas Regulatorias (BPR) que en los hechos es la prohibición de las restricciones que un país puede imponer a la voracidad de las corporaciones. Está en el aire la privatización de semillas mediante derechos de obtentor de variedades vegetales y otras tantas patentes para la utilización de semillas registradas y certificadas. Y se afianza la presencia nacional del glifosato.

Se viene la avalancha de esa Mega Zona Económica Especial en la Península de Yucatán, el Istmo y el Golfo de México, que implica un acaparamiento multimodal de territorios que va ocurriendo desde hace varios años. El Corredor Interoceánico y el Tren Maya focalizan la atención del público mientras ocurre la devastación exhaustiva y se expulsa de su tierra a miles de personas hacia destinos innobles mediante contratos leoninos y compra de autoridades ejidales.

En todo el país la contrainsurgencia impone la fragmentación social en los ámbitos rurales con los sueldos individualizantes de Sembrando Vida: así rompen las asambleas y las comunidades, erradican los modos ancestrales de siembra (la llamada agricultura territorial o de montaña). Buscan reconvertir millones de hectáreas de tierras comunes en proyectos de agroforestería bastante cuestionables.

El gobierno está empeñado en disparar las “dos balas” de las que hablan los zapatistas. Una de azúcar con programas de compensación, promociones y corruptelas de todo tipo, mientras con la otra se golpea, se amenaza y se ejerce la envilecida violencia —como en San Mateo del Mar, donde la matanza fue descarnada y descarada.

En la Montaña de Guerrero, la premura por abrir las concesiones mineras en la zona mee’pha implica a unos 4 mil trabajadores entre las tres minas que pugnan por abrir, “donde el 16 de mayo la minera Equinox Gold, asentada en las comunidades de Carrizalillo, Mezcala y Xochipala, municipio de Eduardo Neri, convocó de forma precipitada a los trabajadores subcontratados que provienen de varios estados. Y aunque en Guerrero la curva de la pandemia asciende, la minera movilizó a 500 trabajadores para preparar el inicio de sus actividades”.

Y nunca pensó que de los 500 por lo menos 42 estuvieran contagiados. Todo esto en un contexto donde, como dijera Abel Barrera, “se jornaleriza la vida campesina mientras crece la violencia y se empodera más y más a la delincuencia organizada”.

Entramos en una dialéctica extraña: las comunidades comienzan a identificar los vacíos en la gestión y aunque a veces la queja es el abandono, a veces agradecen que existan los vacíos para expandir la autogestión, la epidemiología popular que identifica causas y relaciones y que tiene claro que no todo es impedir los virus o lograr destruirlos, sino ubicar cómo el tramado general que se tiende contra los pueblos ha ido extremando sus premisas hasta llegar a este reducto de inmovilidad al borde del abismo, afectando la salud alimentaria, física, emocional y ambiental.

La violencia del crimen organizado y el desmantelamiento de las dependencias encargadas de velar por la salud, el ambiente o los derechos humanos, orillan a la gente a recurrir a sus propios confinamientos y a la autonomía que adquiere pertinencia, circunstancia y organización con que las comunidades se repiensan y vuelven a situarse al centro de lo necesario y urgente.

Así, se someten a los cuidados de un confinamiento propio, comunitario, autogestionado (acompañado por que todo mundo siembra y cuida su milpa, recupera semillas, con tal de remontar la enorme sequía y la terrible escasez del año pasado; regresan al trueque y al comercio en circuitos de rango corto, establecen libramientos y avisos de la llegada de los migrantes; colchones sanitarios para mantener las cuarentenas debidas). Sobre todo, remontan la incertidumbre, como lo han hecho por milenios, e impulsan una soberanía alimentaria real y una salud propia, popular y abarcadora.

Pero el virus y la descomposición avanzan y logran entrar a los ámbitos que parecían vedados. Los puntos álgidos del asedio se multiplican, como lo predijera Fernanda Vallejo hablando de Ecuador.

Es claro que en las zonas donde están instalados los proyectos extractivistas del petróleo, las madereras, los oleoductos, los gasoductos, los invernaderos industriales, los grandes monocultivos de la agroindustria, las granjas fabriles o las enormes plantas de manufactura o armado, en la industria metal-mecánica, los laboratorios biológicos y las enormes petroquímicas y farmacéuticas, el trasiego de obreros legales e ilegales y las condiciones laborales y de vivienda fuerzan el hacinamiento y la precariedad creciente y no sólo despojo, envenenamiento y depredación generalizada. También se mueven quienes prospectan minerales de todo tipo, las empresas de logística, de asesoría y todo tipo de servicios (o sojuzgamientos) para este tramado de vasallaje que a veces comparte su entorno con el crimen organizado —con su tráfico de personas, alcohol, drogas y entretenimiento de todo tipo— y todo lo que pueda ablandar, corromper o doblegar las voluntades de segmentos de la población. Son éstas las fronteras de un asedio continuo, las costuras de la complejidad, donde los contagios crecen aun en zonas que parecían aisladas: ahí se dificulta la prevención ante los virus y crece la indefensión y la perentoriedad que se instala con ellos.

Crece la urgencia y la noción de una autonomía que no es retórica, ni un piso más de gobierno, sino decir no a la imposición. Rechazar lo que provenga de ámbitos desvinculados de la vida real y de la creatividad colectiva de quienes saben resolver sus propios y urgentes asuntos y son reprimidos por hacerlo.

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