LLUVIA DE LÁGRIMAS BAJO EL CIELO MIXE — ojarasca Ojarasca
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LLUVIA DE LÁGRIMAS BAJO EL CIELO MIXE

JUVENTINO SANTIAGO JIMÉNEZ

Aquella tarde el cielo mixe de Tamazulápam se rompía en mil pedazos porque no dejaba de llover y cada gota que caía sobre la tierra era una poesía. La diosa del pueblo decía que la lluvia había bajado desde del cerro de las Veinte Divinidades. Pero al extinguirse el día, apareció la neblina y en la oscuridad comenzó a acariciar el rostro de Po’ “Luna” que estaba sentada con sus dos gatos sobre una banca pegada a la pared de su casa. Con voz temblorosa por el frío, intentó pronunciar unos versos de Jaime Sabines: “Y en la sombra en que estaban sus ojos y en el aire sin nadie, afligido, allí estaban sus ojos y estaban vacíos”. En aquel instante, Po’ imaginó que caminaba hacia atrás al recordar que ya habían transcurrido más de veinte años desde el día en que desobedeció y perdió a sus abuelos cuando les dijo que estudiaría el bachillerato en Etla, Oaxaca. Así empezó el martirio de ella, pero nadie sabía de su sufrimiento. Sólo la lluvia había percibido aquella tristeza de antaño y juntas llorarían. Las gotas de lluvia confundirían las lágrimas de Po’. Entonces, se escucharon sollozos ligeros y bajo la lluvia se fueron aquellas lágrimas que tanto le dolían. Sí, era mejor que lloviera mucho y lloviera toda la noche. Que lloviera hasta que ya no quedaran más lágrimas en su ser. Ella se cansó de llorar. Le ardían ya sus ojos y sus labios sabían a sal. Después, trató de buscar a él en el silencio, pero fue en vano porque únicamente escuchó a lo lejos como si alguien entonara una melodía y era un perro que ladraba bajo aquella manta negra que cobijaba el cielo.

Mientras Po’ avanzaba hacia lo más profundo de la noche; sintió como si sus recuerdos de la infancia se convirtieran en la nada porque estaban siendo devorados lentamente por el tiempo. Eran absorbidos también en un pueblo mixe que perdía el corazón y agonizaba. Por esta razón, Po’ añoraba regresar al bosque mágico cubierto por monstruosos árboles que alguna vez fue Rancho Maguey y donde había sido inmensamente feliz durante su niñez. Ella era aún bebé cuando los papás decidieron que viviría con los abuelos. Más tarde, Po’ estaba llena de tierra porque siempre andaba jugando en la cocina y en el patio con sus gatos y cachorros. Además, la larga cabellera de ella había tomado el color de las nubes y olía a humo. En aquel tiempo, la abuela llevaba a bañarla a un ojo de agua y allí hacía lumbre con leña de roble para calentar el agua en una olla vieja de peltre. Enseguida, quitaba los piojos y liendres a Po’. Le cortaba las uñas y lavaba la ropa. El sol se encargaba de secarla sobre el chamizal y por último la bañaban. Después, envolvían a la niña en un rebozo de mil colores y ella quedaba profundamente dormida. Era como si la abuela tuviera unas manos mágicas. Porque otras noches, la abuela acariciaba el cabello y la cabeza cuando Po’ no podía dormir. Inmediatamente, sus ojos se apagaban y se desconectaba por completo de este mundo. En el sueño era perseguida por humanos sin rostros. Ella tenía miedo que la noche la eligiera para ser guardiana y no la dejara volver nunca más. Pero recordaba que el día y la noche es una dualidad que genera equilibrio. Al día siguiente, alguien hacía algo para que Po’ regresara y despertara. En realidad, la abuela estaba entrenando a su nieta al llevarla al mundo mágico y fascinante de los sueños. Porque dormir en mixe equivale a morir un instante. Desde de entonces, Po’ espera la noche ansiosamente, porque allí todo es quietud y no hay maldad. La energía fluye como el agua.

Cada vez que Po’ despertaba dentro de la casa de troncos donde vivían, le llegaba el aroma y olor a café que había preparado la abuela. Mientras el abuelo molía el nixtamal en el molinillo. Po’ se sentaba en un banco pequeño, viendo fijamente la lumbre y se preguntaba: “¿Por qué estas allí tan enojada, roja y furiosa?”. Cuando terminaba de almorzar, los abuelos la mandaban a recolectar agua miel en el campo. Ella cargaba a sus dos cachorros en la espalda y lo primero que hacía al llegar donde estaban los magueyes era darles de beber el agua miel. Echaba en una cubeta lo poco que sobraba. Años después, Po’ comprendería que había sido una niña mala al darle de tomar el agua miel a los cachorros, porque los abuelos vendían aquella bebida. Asimismo, Po’ traía ratón de monte y pájaros en las trampas que habían colocado en la parcela. Cuando regresaba a casa, los animales eran atravesados por una rama delgada de hierba borracha y el abuelo los colgaba por unos días sobre el fogón ardiente para orearlo. Finalmente, la abuela invitaba a sus hijos para cenar un buen caldo y tamales.

Durante su niñez en Rancho Maguey, Po’ no había tenido amigas y se sentía terriblemente triste cuando el sol se ocultaba. Deseaba que alumbrara tanto de día como de noche y tenía ganas de llorar al apagarse la luz del día. Pero el abuelo intentaba calmarla, diciéndole que pronto saldría la luna para alumbrar la noche. Enseguida, Po’ y el abuelo salían a caminar por las veredas para ver la luz de la enorme luna. A ella le impresionaba mirar la sombra de los árboles. Mientras caminaban, la luna seguía a Po’. “¿Por qué me sigue la luna?”, le preguntaba al abuelo, pero él no respondía. Sólo encendía un cigarro. El silencio del abuelo era hacer feliz a Po’ con todo lo que imaginara respecto de la luna. Incluso, la abuela le decía a su nieta no sentirse sola e imaginara que estaban bajo la misma luna cuando ella salía de noche para ayudar como partera. Era ya de madrugada cuando Po’ terminó de contar esta historia y al despedirse dijo: “¡Cuídate mucho! Que el sol alumbre tus días y la luna alumbre tus noches. Los puntos cardinales te lleven a caminos y senderos hermosos. La madre Tierra te de sabiduría, salud y bienestar”. No sé por qué, pero te extraño, respondí. Ella añadió: “Ahora sé qué es estar lejos de ti; entiendo bien lo que decía la abuela”. Amaneció y la mañana era fría…


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