POÉTICA PRÁCTICA DE LA RESISTENCIA INDÍGENA / 284 — ojarasca Ojarasca
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POÉTICA PRÁCTICA DE LA RESISTENCIA INDÍGENA / 284

Al mismo tiempo que siguen siendo los olvidados  de siempre (la manipulación política es  una forma de olvido), “los más pequeños” como dicen  los zapatistas de Chiapas, en México los pueblos originarios  han cobrado un protagonismo político que  nunca tuvieron. No es gratuito. El racimo de sus luchas  —unas vienen de lejos, las más sucedieron en las décadas  recientes— representa el más diverso y rico conjunto  de luchas sociales en el México contemporáneo,  y coinciden con el colapso del sindicalismo revolucionario.  El Estado no ceja en su afán de “acomodarlos” a  la modernidad, desastrosa de suyo, al precio del sometimiento  de su soberanía como pueblos originarios al  proyecto político del gobierno nacional.

Estas luchas recientes, no olvidemos, han sido  posibles gracias a la larga movilización agrarista de  más de medio siglo a partir de Emiliano Zapata. Sus  triunfos no garantizaron sus derechos políticos ni  culturales, pero sí la propiedad de la tierra. Comunidades,  ejidos y tribus obtuvieron o legalizaron territorios  propios. Las experiencias políticas de los pueblos  originarios en estas últimas décadas enseñan que el  combate de fondo, como en el resto de América pero  con un marcado acento de resistencia en México,  es por la autodeterminación y las formas propias de gobierno con soberanía interna dentro de la Nación  “pluricultural” de que forman parte.  Que los haya funcionarios públicos de nivel medio,  intelectuales orgánicos del Estado y artistas visibles  no es mérito del actual régimen que se presenta como  transformador. Tampoco que posean un sitio importante  en la retórica oficial. El punto es que ocupan los  territorios de frontera donde el Estado decidió desplegar  la conversión de tierra verde en páramo “productivo”  con luces de neón y millones de barriles de diésel,  toneladas de concreto y basura, desnaturalización de  la agricultura a cambio de mala comida y las aguas  negras del imperialismo a mitad de precio.

La vitalidad de los pueblos nace de ellos mismos.  A pesar de todo. Que haya figuras indígenas integradas  y organizaciones estatizadas no sorprende.  Lo hemos visto antes. Todas las contradicciones de la  realidad son posibles. Los “hambrientos”, los “pobres”  siguen siendo quienes alimentan al mundo. No que  muchos no estén hambrientos o pobres, sino porque  mal harían en salir de eso por la ruta que los convierte  en otro, sin apego a la tierra, sin la idea colectiva del  futuro en el presente, sea circular o continuo, pero  consensuado por la comunidad. Esa idea nutre hasta  hoy la consistencia civilizatoria de los indígenas. Es la  única fuerza humana que se rige por la necesidad de  los que vienen detrás, no por las urgencias del presente  global, monetarizado y uniformador.  No debía extrañar lo mucho que estos pueblos deben  a la poesía. Sonará banal, mitificador, pero revela  mucho. Los mensajes zapatistas de Chiapas, el lenguaje  de las luchas locales de sur a norte, el Congreso Nacional  Indígena, los gobiernos y asambleas tradicionales  wixaritari, ñahñú, me’phaa, nahuas, mayas, todo nos  interpela con intrínseca poesía, algo natural cuando se  habla desde la tierra. No son sólo los poetas indígenas  los que cuentan, sino el aporte en lengua originaria  que llevan a la mesa de los pueblos para alimentar su  autonomía, que es territorial, sí, y también cultural, pero  sobre todo una forma de ser única, que define a cada  uno de los pueblos mexicanos que desafían planes de  gobierno, estadísticas y lugares comunes.

Las reglas de los partidos políticos, de las iglesias,  de las corrientes ideológicas (izquierdaderecha,  feminismo) pasan por un cernidor particular.  Más intenso, por así decir. Por ejemplo, dejar cierta  ritualidad pagano-católica por la sobriedad individualista  o la conmoción carismática de las denominaciones  cristianas, en las comunidades originarias implica  decisiones de vida o muerte, donde pueden ser  víctimas o victimarios, como resume la experiencia  en los Altos de Chiapas. Cuando optan por la vía propia,  defienden la lengua, el territorio, las tradiciones,  el legítimo gobierno autóctono; cosas que la sociedad  mayoritaria y el Estado ven como externas a la  Nación, a lo más apéndices pintorescos de su México  imaginario (la expresión es de Guillermo Bonfil).

Una gente de ciudad, aún de remoto o no tan remoto  origen indígena, desconoce de quiénes se trata, le cuesta mucho respetar lo que no ven. Se refugian  en obviedades y buena conciencia.

Quizás por eso, precisamente, la voz indígena es  poética sin proponérselo ni pedir permiso. Habla una  verdad distinta, cansada del trueque de la vida por cuentas de vidrio. En sus idiomas, en sus territorios y  en su memoria viva está su futuro. Que también es el  de México, si corremos con suerte y todavía estamos  a tiempo.

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