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UNA OFRENDA COMCAAC A SUS ANCESTROS

ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA

[Los comcaac, una historia narrativa. PACMyC, Instituto Municipal de Cultura y Arte de Hermosillo. Hermosillo, 2020.]

La obra está separada en tres tomos. El primero se ocupa de la llegada de los españoles a la Independencia de México. El segundo abarca de la ruptura con la Colonia y la guerra contra los rancheros de la Costa hasta el exilio forzado a la isla Tiburón. El tercer volumen aborda la salida de la Isla Tiburón, el éxodo de Soosni Itaa, la Cooperativa, el Ejido, la recuperación de la Isla y la introducción del borrego cimarrón.

Los textos se integran en capítulos cortos que mantienen un hilo conductor histórico y dramático y se articulan como cuentas en el collar de sorpresas que no dejan de aparecer (entre ellas no necesariamente las mejores formas de expresión política y cultural). La obra permite llegar casi hasta nuestros días. Nos da a conocer una realidad histórica lejana y permite entender la segmentación que se presenta en la población en este momento (como las creaciones del ejido y de la cooperativa pesquera) para acercarse con más conocimiento a la vida interna de la comunidad y sus problemas cotidianos.

Los datos históricos se incorporan en una lograda narración de los dramas de la violencia y su evolución a nuevos intentos de dominio: primero español, luego mexicano y después de los poderes en Sonora y los propios rancheros locales con sus grupos armados, grupos que jugaron un papel central en la persecución abierta e intensiva más reciente contra la población comcaac.

El autor tiene la voz de los suyos; es un miembro de la comunidad, tiene la lengua y la cultura propias en que asienta su decir, y referencias históricas a documentos de todo orden que muestran la veracidad de sus afirmaciones. El documento —al no ser de un historiador formado— tiene la ventaja de no ser una obra hecha para otros historiadores, profesores o condiscípulos. Está redactada para ser leída en voz alta, para su familia, lo que le brinda frescura, un fluir narrativo que no se detiene a rebatir hipótesis o reverenciar autores clásicos o referenciados para obtener legitimidad académica.

La compilación de este extensa investigación se “defiende” por sí sola mediante una secuencia histórica que (aunque tiene sus ausencias) mantiene un mismo tenor hasta el final. Mellado va mostrando las graves injusticias sufridas. Su nivel de detalle hace imposible no concluir la narración, tras de la cual queda uno impresionado por las lecciones de la vida —y del papel de la crueldad humana en ella— que puede uno entender luego de conocer escenas que forjaron un carácter belicoso en los comcaac. Este carácter sigue aún, aunque oculto; listo siempre a salir a defender lo que les pertenece, lo poco que se les ha dejado.

El uso general de la primera persona del plural, o el hablar desde una flecha que en el carcaj se prepara para ser lanzada, son aciertos estilísticos que van haciendo la lectura cautivante. Son rasgos literarios y de rigurosidad histórica que varían del masculino al femenino según las circunstancias e incluso se trasladan a un objeto (en particular una flecha que narra la escena donde ella será protagonista pues será la primera lanzada contra las agresiones del invasor español e iniciará la participación de toda la tribu por la defensa de la tierra, de su vida).

También aporta elementos de corte etnológico y etnográfico inigualables, ricos en saberes detallados sobre usos, costumbres y sus cambios a lo largo del tiempo, tan únicos de los comcaac como su lengua, su arte facial, su vestimenta, sus mitos creacionales, sus cantos, sus danzas y fiestas. Esto se vincula a su historia particular como grupo autónomo y en gran medida aislado de los grandes procesos de cambio a nivel nacional, pues sólo ha recibido la peor parte, ya que las decisiones provienen de un grupo de familias de la poderosa clase política.

Hay una constante referencia al número de pobladores, las personas bautizadas, fallecidas y enterradas —elementos que nos permiten identificar las formas de incorporación a las misiones mediante la negociación o por fuerza a partir de una situación de hambre que no permitía otra alternativa—, los éxodos, la población infantil, las alianzas inevitables con pueblos como los yaquis, los cambios en la vestimenta o la obligación aplicada a los comcaac por parte de los cocsar (los “blancos”, externos a la tribu) de cortar su pelo largo.

El autor logra situar en su verdadera dimensión histórica al ranchero, al hacendado, y el real papel que jugaron como invasores de las tierras comcaac, apoyados por autoridades gubernamentales, religiosas y militares (cada una protagonista en determinado momento de las políticas de exterminio y deportación que buscaban legitimar la invasión territorial), con la finalidad de explotar las tierras con una producción agrícola y ganadera a la que los comcaac se han resistido siempre.

No sólo se muestra la capacidad organizativa y de resistencia de los guerreros seris, lo escurridizo de su presencia y sus sabias estrategias de guerra, sino los momentos de confusión, de lucha entre grupos internos, la fragmentación y por momentos la vivencia de la derrota, los lamentos de las mujeres, la exigencia de venganza, las decisiones definitivas que hubo que tomar para enfrentar al enemigo y seguir en pie. No hay glorificación o victimización: se exponen las condiciones intensas de persecución donde los actos de violencia extrema se trasladaron de un bando a otro de manera permanente. La venganza fue el “pan de todos los días”, al menos desde el lado comcaac.

El trabajo parte desde alguien que se niega a ser entendido como uno de los vencidos (por parafrasear el clásico de León Portilla), que se levanta tras reconocer su pasado y parte de un paradigma nuevo que no se desprende de la visión colonizadora que permea la formación en historia en todos los niveles académicos y cuya contraparte política sostiene al poder. Que basa su legitimidad en el supuesto triunfo en estas luchas inequitativas y justificadas como “pacificación”, argumentando lo “salvaje” de los pobladores originarios.

La flora del desierto, la fauna marina y terrestre, el peligro de sus aguas también tienen un lugar en la trama; son un escenario de rudeza pero también de milagros, la aparición de figuras como Coyote-Iguana o el Moctezuma errante —el primero, llevado a la pantalla del cine mexicano, con la asombrosa destreza y fuerzas sobrenaturales controladas por ese hombre; y el segundo, un sujeto en lo físico descrito con mucha semejanza a Jesús de Nazaret, quien de manera pacífica pudo reunir a miles de miembros de la comunidad comcaac, separados incluso en tiempos de guerra.

Sólo una obra de este alcance permite conectar lo que hoy sucede en Punta Chueca y El Desemboque en su contexto local y nacional. Sin ello es difícil ver el rol que la Cooperativa Pesquera o el Ejido han tenido en lo que fueron los nueve clanes que integraban la tribu distribuida en un enorme territorio de la actual Sonora. Las argumentaciones surgen, como dice en la presentación de la trilogía Alejandro Aguilar Zeleny, “desde un pasado más grande que nosotros mismos” y que desde sus palabras “construyen futuro”. Se trata de devolverle a la tarea de sus mayores de narrar esas historias, de no dejar olvidado ese pasado. Desde mi punto de vista es ésta una ofrenda a sus muertos. Aun siendo palabras, tienen la cualidad de permanecer en el tiempo más allá de nuestras vidas y dar sentido y justicia a los hechos del por-venir.

Una obra que es reconocimiento a esos antepasados, a su lucha y entereza volcada al viento en cantos, en la arena del mar en las huellas de sus danzas. Un obsequio que la nación comcaac hace al planeta, buscando en la comprensión del pasado de su pueblo el viaje a la comprensión presente de su tribu y de cada uno de nosotros.

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