ADIÓS A DON FAUSTO LÓPEZ HENCHIT CAMPESINO, OBRERO, BEISBOLISTA Y MÉDICO TRADICIONAL CHIMA / 285 — ojarasca Ojarasca
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ADIÓS A DON FAUSTO LÓPEZ HENCHIT CAMPESINO, OBRERO, BEISBOLISTA Y MÉDICO TRADICIONAL CHIMA / 285

ELÍ GARCÍA-PADILLA

Los Chimalapas han perdido a uno de sus hijos predilectos más grandes, sabios y luminosos. Fausto López Henchit falleció el jueves 17 de diciembre de 2020, a la edad de 92 años en la comunidad de La Cofradía (hermandad), municipio de Santa María Chimalapa.

Hijo de la “concepción natural” (en sus propias palabras) entre Severina López y de un militar alemán de nombre José y apellido Henchit que llegó a la región en tiempos del porfiriato. Se casó con Soledad Gutiérrez Cuevas y le sobreviven tres de 10 hijos: Jaime, Eloísa y Zenaida López Gutiérrez (y siete extintos: María Concepción, Jesusita, María Elena, Valfred, Francisco Javier, Luz María y Teresa).

Su nieto José Fernando Mijangos López y su bisnieta Eloisa Yaeli Mijangos López informaron lo siguiente: “En aquellos tiempos se equivocaban y ponían el apellido de la mamá primero, pero debería haber sido Henchit López. Desde sus inicios en la juventud trabajó en la construcción de lo que ahora es la carretera panamericana. Reconocido jugador de beisbol en la época de su juventud como pitcher zurdo, jugó contra profesionales de la liga mexicana en aquellas épocas de esplendor de la liga del beisbol en el Istmo de Tehuantepec.

Hace más de 40 años descubrió su don de sobar y ser huesero. Siendo analfabeta, conoció la anatomía y el cuerpo humano tal cual debería de ser. Estuvo reconocido en el IMSS, sin cobrar un solo peso, como Médico Indigenista. Dio pláticas a especialistas en traumatología en la Ciudad de México. Personas que no podían dejar la cama él los levantaba. Ayudó a mujeres que no podían embarazarse, tenía el don de acomodar la matriz y lograr el milagro de la concepción. Como huesero fue reconocido por muchos traumatólogos, en Chiapas, Veracruz, Tabasco. Llegaban a La Cofradía a buscarlo gente de Puebla, el Estado de México y de todo el Istmo. Existe un listado de casi tres mil personas que él curó por allá en México. Yo (José Fernando López) fui parte, junto con Elva Antonio Sánchez, Jenny Jazmín, Blanca Luz y Rosa Elba López Antonio, de su séquito de enfermeros. Nos enseñó a poner ventosas y aprendimos a remediar algunos malestares, pero los que más aprendieron fueron mi mamá (Eloisa), mi Tío Jaime y un servidor. Sin embargo, en el caso de don Fausto todo esto era un don y no fue aprendido como tal de alguien más”.

A principios y mediados del año 2020 quien esto escribe tuve la oportunidad de entrevistarlo un par de veces en La Cofradía. A la edad de 92 años don Fausto era un hombre robusto, sano y muy lúcido. Trabajaba aún el campo, tenía su ganado y su milpa. Vivía solo pero muy de cerca con su hijo “biche” (ojo de color) Jaime López, conocido en la región como el “Woti Kang Kahan” (“Tigre de la montaña grande”). En un primer momento Jaime me compartiría un relato por demás extraordinario y fascinante acerca de su reciente encuentro en la montaña de La Cofradía con un enorme jaguar o “tigre” blanco. Según la cosmovisión de los grupos originarios mixe- zoqueanos, el jaguar blanco simboliza al Dios que es amo del rayo, la serpiente celeste de fuego y su principal función es cuidar y conservar la vida y la fertilidad en este mundo (Salomón Nahmad y Sittón, recitando a Areli J. Bernal, 2013; comunicación personal, 2017).

Justamente Jaime me remitiría a la figura de don Fausto, quien tuvo a bien compartirme un relato memorable acerca de su primer encuentro con el personaje conocido como “El Sombrerote”. Recuerda que cuando él era niño se fue a cuidar a su abuelito en el camino de San Miguel Chimalapa; por las noches venía a visitar a su abuelo este personaje, aludido también como “el amigo”, al cual describió como alguien alto, sin rostro, con los dedos de las manos pegados como las membranas interdigitales de un pato o un anfibio, vestía gabardina y ropa fina de vaquero, espuelas de plata y gran sombrero. Contaba que su abuelo le decía: “Va a venir mi amigo a visitarme, ya le estoy forjando su tabaco”. Contaba don Fausto que cuando ya estaba cerca “El Sombrerote” se escuchaba el ruido de un vaquero arriando su enorme hato de ganado, pero al finalmente llegar al lugar, no había nada de ganado, sólo ese personaje oscuro montado a caballo a quien nunca se le puede ver el rostro. Don Fausto afirmaba que pudo conocerlo primero cuando era niño y después ya más grande, cuando dormía a la orilla del camino hacia Escolapa en compañía de su madre y escuchó el hato de ganado, pero solamente llegó el personaje, quien fue saludado y despedido por su madre. De acuerdo con la cosmovisión en la región, “El Sombrerote” es Guardián del Monte, de los animales y la montaña. Existe otro personaje o entidad, también aludida por don Fausto, conocida como “El Sampaloque”, más bien una especie de chaneque del tamaño de un mono que come caracoles de agua a la orilla de los ríos y que similarmente su función es la de cuidar el monte, los animales y la montaña.

Con la partida de don Fausto se va un tesoro de sabiduría ancestral a muchos niveles. Si bien era analfabeta en términos del conocimiento de occidente, él era un sabio en toda la extensión de la palabra, sobre todo en términos de memoria, tradición oral, medicina tradicional y la identidad cultural de los pueblos mesoamericanos. Poseía el don de la curación y el de contar fascinantes historias de luz entre tanta oscuridad.

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