LA SAL DE LA TIERRA / 286 — ojarasca Ojarasca
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LA SAL DE LA TIERRA / 286

FOTOGRAFÍA DE NACHO LÓPEZ EN LOS 50’s

Con cuánta frecuencia, felizmente, el ojo de Nacho López tuvo la inspiración de los grandes maestros de la fotografía moderna en banquetas y en veredas, aunque a tono con las canciones de Chava Flores y el danzón. En estos tiempos de trucos y montajes, aquellas fotos del ciudadano López nos abofetean con su absoluta veracidad, lo mismo dolientes que jocosas, oportunas.

Con y sin Fernando Benítez, hizo periodismo durante décadas en el México indígena del medio siglo. A él debemos un bello registro de los mixes y la más simple y transparente serie de retratos de María Sabina, casi en harapos, más peregrina budista en desapego que indita pobre. Sólo un ojo tan desnudo como el suyo podía captar así a la sabia mazateca de los hongos.

Bien que anduvo entre bailarines y estrellas de cine, y siguió los pasos arriesgados de Man Ray para contarse ciertos cuentos plásticos, pero lo suyo siempre fue retratar la calle y sus interiores pulqueros, burdeleros o vodevilescos, más de arrabal que el buen Brassaï, con alegría contagiosa. Plasmó con ternura irrepetible las infancias capitalinas. Se dejó llevar por tranvías, autobuses, bicicletas, burros y carritos de baleros. Una y otra vez, y a fondo, la clase trabajadora ocupa el centro de la escena.

México, Distrito Federal, la “hermosa ciudad universal” como declara en su poema Yo, ciudadano, fue su musa mayor: callejones, avenidas, mercados y baldíos, la multitud de rostros únicos. Esa ciudad “inasible en sus perfiles. Bellísima en sus dimensiones planetarias”.

El libro Nacho López, ideas y visualidad, editado por José Antonio Rodríguez y Alberto Tovalín Ahumada (363 pp.), reúne generosamente un acervo mayor, en ocasiones poco reproducido, de Nacho en su mejor forma. Publicado en 2012 por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, cuya Fototeca acoge estas obras, y la Universidad Veracruzana, el volumen incluye textos especializados y testimonios, centrado en la década de 1950, aunque no solamente.

A la exhaustiva investigación hemerográfica y de archivo se suman textos de Manuel Álvarez Bravo, John Mraz, Jesse Lerner, José Antonio Rodríguez, Carlos A. Córdova, Daniel Mendoza Alfita y Mayra Mendoza Avilés. En un texto originalmente escrito para el catálogo de una exposición de López en el Salón de la Plástica Mexicana en 1955, Álvarez Bravo lo caracteriza certeramente: “El contacto continuo con los aspectos más variados de la vida, que implica el trabajo diario de ‘Fotógrafo de Prensa’, ha colocado a Nacho López en las más envidiables circunstancias que pueda anhelar un fotógrafo.

”Y si a esto se añade el claro concepto que tiene tanto de las posibilidades y limitaciones como de las finalidades de su oficio, se comprende la libertad que usa para tratar el movimiento, la supeditación de la materia a las necesidades de expresión y los recónditos sentimientos del pueblo” (p. 188).

Nunca se ponderará lo suficiente la grandeza fotográfica y humana de Nacho López. Una vez más Ojarasca vuelve a su trabajo. Este mes presenta una galería de imágenes que remiten con encantador brío a la ciudad que fuimos, cuando la ilusión viajaba en tranvía (Luis Buñuel, 1953) y los peladitos, los tamarindos, las limpiadoras y los obreros brillaban siendo la sal de la Tierra.

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