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DANZA DE LOS ÁRBOLES

JUVENTINO SANTIAGO JIMÉNEZ

Mientras descansaban bajo la sombra del árbol de capulín aquella tarde en El Duraznal, su compadre dijo que le pagaría si lo acompañaba al día siguiente a Cacalotepec para comprar café. Pero todo había sido un engaño porque él acaparó la mercancía y los amarró sobre los dos burros que había llevado. Ante esta situación, el otro compadre regresó despacio en la misma vereda que habían bajado. Todavía no era tan tarde, pero se veía como si ya estuviese oscureciendo porque en el cielo se habían formado montones de nubes grises y pronto llovería. Más delante del camino, sintió que alguien lo seguía y al girar, vio que venía un abuelo montado en un caballo y esperó a que lo alcanzaran. “¿Adónde vas? ¿Acaso no tienes miedo del aguacero?”, preguntó el abuelo. “Voy a mi casa porque mi compadre me engañó”, respondió. “¡Sube y vámonos! ¡Quiero que trabajes para mí!”, le ordenó. “No, porque nunca he montado un caballo”, pero no tuvo opción y subió. El sol ya tenía rato que había desaparecido en el cielo y los pájaros cantaban alborotados entre las ramas de los árboles cuando llegaron a una casa enorme. Era el lugar sagrado Ka’atsykyëpäjkp “Piedra Tirada” que se encuentra pasando del Rancho el Señor y subiendo a Cuatro Palos en Tamazulápam mixe. Al bajar del caballo, vio a varios perros echados justo en la puerta principal. Sin embargo, no eran perros, sino jaguares y ellos vigilaban la casa. El abuelo les dijo: “No muerdan a él porque será mi trabajador y tendrán que llevarse bien”. Los jaguares asintieron con un parpadeo y un bostezo prolongado, mostrando sus enormes colmillos.

Entraron y se sentaron. Mientras la esposa del abuelo preparaba atole de maíz nuevo, pero la tortilla que les dieron ya tenía moho y el guisado era la ofrenda que la gente había dejado desde hacía tiempo. Por tanto, estaba ya descompuesto. Al ver eso el abuelo, le pidió a su mujer que sirviera comida recién hecha porque aquel hombre que estaba allí se dedicaría a cuidar chivos y echaría agua a sus hijos. Entonces, la abuela les sirvió caldo de pollo y tamales envueltos en yerba santa. Al terminar de comer, lo mandaron con los jaguares al campo a cuidar los chivos. Tampoco eran chivos, sino un montón de venados y mientras éstos comían yerbas, se escucharon dos disparos y él enloqueció un instante por temor a que el abuelo lo castigara. Aparentemente el abuelo se veía como si fuera una persona, pero en realidad representaba una de tantas deidades del mundo mixe. Enseguida, los jaguares juntaron a los venados y regresaron a casa. Él se sentó en una banca pequeña que tenía la forma de un conejo y el abuelo le preguntó: “¿Ya te dio de comer la abuela?”. “Sí, ya comí, pero perdí a un venado”, respondió. “No te preocupes, el que lo mató ya había venido aquí a dejar su ofrenda y tú no debes estar triste”. Ya no se sintió culpable.

“Mis hijos se están muriendo y tendrás que ir a echarle agua”, dijo el abuelo. Pero no se refería a niños, sino a plantas de maíz que estaban marchitándose y algunas ya se habían secado. Para llegar a la parcela, caminó alrededor de media hora. Luego, comenzó a caer un aguacero y en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron centenares de plantas de maíz ocasionado por un derrumbe. Al volver a casa, nuevamente la tristeza se había impregnado en su rostro y el abuelo le preguntó a su esposa: “¿Ya le serviste de comer?”. “Sí, ya le di de comer, pero él está triste”, respondió. “¿Qué te pasó?”, cuestionó al trabajador. “Abuelo, una parte de la parcela se derrumbó”, contestó. “¡No te preocupes! ¡Yo hice que lloviera y luego provoqué el derrumbe porque allí no he cosechado nada!”, explicó el abuelo. Y añadió: “Eres buen trabajador y te daré semilla de maíz. Irás a construir una casa de troncos donde guardarás maíz y una vez que hayas terminado, prepararás comida e invitarás a los músicos de cuerda porque iré a bailar. Eso sí, traerás aquí una pequeña ofrenda”.

Finalmente, salió del lugar sagrado y al llegar a casa, su esposa le preguntó: “¿Adónde andabas?”. “No sé lo que encontré, pero ahora construiré una casa de troncos donde almacenaré maíz”, contestó y se puso a trabajar día y noche hasta que terminó la construcción. Sucedió que una madrugada, mientras él dormía, el abuelo apareció en su sueño y dijo: “Cuando escuches el sonido de algo, no te destapes y lo mismo hará tu esposa”. Al día siguiente, prepararon comida y fueron a traer a los músicos de cuerda porque el abuelo llegaría a bailar. Pero él no llegó; quienes sí llegaron fueron la lluvia y el viento. Los árboles danzaban y la coreografía estaban en sus brazos porque sus pies pertenecían a la tierra.

Dejó de hacer aire justo cuando ya había caído la noche y luego escucharon un sonido extraño en la casa de tronco. Estaban cayendo del cielo mixe semillas de maíz amarillo y morado. La casa de tronco no se llenó porque la esposa no resistió estar tapada de sus ojos. Pasaron los días y él acudió al lugar sagrado: “Abuelo, esperé aquel día en que prometió llegar a mi casa y habíamos preparado comida e invitado a los músicos. Sin embargo, usted no llegó”. “¿Qué te pasa, hijo? ¿No te diste cuenta que estuve bailando muchísimo?”. El día que había hecho mucho viento, era el abuelo quien bailaba.

Minutos antes que regresara a su casa, el abuelo le dijo: “Es bueno saber que cumpliste lo que te encomendé. De ahora en adelante, deberás quitarle liendres y piojos a tu parcela. Antes de pizcar, comerás primero los elotes, calabazas y hojas de frijol tiernos”. Y así fue como empezaron a sembrar maíz y generalmente tenían buena cosecha porque llenaban la casa de tronco. Con el paso del tiempo, la mujer seguía respetando los consejos del abuelo, pero un día el esposo se enojó, diciendo que ella siempre cocía elotes y calabazas tiernas. Volvió a enloquecer como le había ocurrido cuando habían disparado al venado y entonces aventó la olla de barro que estaba sobre el fogón ardiente. Desde ese momento se secaron y desaparecieron las plantas de maíz y otros cultivos en la milpa. El compadre que lo había engañado regresó sin carga de café a El Duraznal y sus burros habían muerto en el camino durante el aguacero.

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Juventino Santiago Jiménez, escritor ayuuk (mixe) de Tamazulápam, Oaxaca.

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