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MATEHUALA: ESTACIÓN SCHINDLER DE MIGRANTES / 289

EDUARDO GUZMÁN CHÁVEZ

Para Mayra Karina, de regreso a casa

Matehuala, San Luis Potosí. ¿Y el frondoso bello púbico debajo del cual palpita máxima su sensualidad y abundancia este Continente? La Patagonia son las piernas. Centroamérica la cintura. México el corazón. Estados Unidos y Canadá, la de pensar. El Amazonas respiratorio sería entonces la ancha espesura de esa fertilidad que multiplica el sueño vital del continente americano. Un solo cuerpo que camina indigesto de razón con su predominio militar y fabulosas construcciones de su pura mente tirando pal norte. Lo que el corazón sabe hacer llegar a las centrales cerebrales. La desnuda huella del sur hacia diseños de unidad caminante. El quiebre de cintura hondureño subiendo por la calumnia hacia el sueño vertebral. La cintura como engarce grácil de la tierra y el cielo. Mamá y papá juntos por ese paisaje de flexibilidad cósmica de raíz maya. Y cuando si por no escuchar al caracol su mar rotundo te pellizca un dolor lumbar, quiere decir que tu Centroamérica está convulsa y sube rápidamente su mensaje en forma migratoria de hambre. En ansia de búsqueda. En coraza desarmada de tiren a matar, si es que me alcanzan.

Quiere decir que, a la mitad, el paraíso está escindido como dos corrientes desavenidas en las más elementales pruebas del diálogo familiar. Un dolor de esos no deja caminar por más compromisos que abulten tu día. Del corazón a la cabeza con hambre de abrir. De la cintura a la cabeza pasando por el cuello del corazón.

Corrientes migratorias en los ritmos estacionales para sostener las plantas bajas de un delirio civilizatorio. La cabeza niega el crédito: ningún reconocimiento a los mesoamericanos sembradores que levantan allá sus edificios, sus brócolis, sus trigales, sus avenas aortas que le dan vida. Es una historia que sabemos. Al tamaño del obstáculo se aguzan las proezas del coyote que evade los muros de patrullas en la frontera. Con lo que no contábamos era con la expansión territorial de la pesadilla.

¿En qué momento ensordeció su corazón México? Si éramos tierra carnala por excelencia, ¿qué nos pasó? Si por aquí hasta los menonitas hicieron su agosto de pozos de riego y los judíos sus telas y los árabes su Telcel propio, mexicanizándolos con los brazos abiertos. A qué hora se nos ocurre enlodarnos de inmundicia el espíritu precisamente contra nuestro más parecido espejo. México es el garrote del tío Sam que se ensaña con los migrantes centroamericanos. Hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses. Qué poca agricultura básica en el ejido de la memoria se privatiza. Qué desperdicio de identidad llamarse México para levantar una frontera represiva contra la más hermana morenía. Y aparecieron muertos más de 200 en un vagón allá por Tamaulipas hace pocos años. Anónimos incontables los casos de madrizas, extorsión, violación, no dejan de nutrir los diarios desnutriendo al famoso corazón del continente. Hace unos días vinieron en muletas sin pierna a dialogar los migrantes accidentados por el tren y marcharon por las calles los familiares de centroamericanos muertos o desaparecidos aquí en nuestra hermosa casa mientras transcurrían hacia el norte. Y nada.

Porque así manda la cabeza y no tiene fuerza el corazón. Por eso nos bailaron en las eliminatorias del mundial. No es que fueran malos el Chepo o el Chicharito. Es que el hexagonal deportivo estaba cargado de símbolos cruciales de la relación entre los países del área. Mientras los jugadores mexicanos desde hace varios mundiales apenas surgen como promesas, ya las ansias por ser famosos en Europa les desaparecen el piso; los costarricenses, los hondureños, los salvadoreños, contra México se juegan más que un pase al mundial. Es la oportunidad de sacar un profundo descontento colectivo contra la soberbia de un país que les da el portazo olvidando pirámides e intrincados códices de genética común. No es difícil entenderlo: nos pasó lo mismo contra los gringos. Ganarles durante tanto tiempo en el futbol era la única perversión de masas para no sentirnos del todo dominados. Cuando ya ni eso pudimos, surgió el lamento sociólogo de un hincha: que nos roben el petróleo, que agandallen nuestras costas, que privaticen el tren y la energía eléctrica, que nos inunde su chatarra industrial; pero que no nos ganen en futbol los pinches gringos. Los dos golazos de Carlo Jair Costly en Honduras el año pasado, cuando ya se saboreaba el triunfo mexicano, es la honda de David en el formato mediático del circo pasional futbolístico. México con mejores jugadores superpagados (de sí) jugó con miedo.

Cómo no vamos a saber que la violencia de la migra mexicana es una expresión de su miedo contra sí misma. ¿Hay en esta historia oportunidad para dejar de murmurar las aflicciones y cantar, en cambio, las alabanzas?: los centros de apoyo a migrantes en Chiapas, las asociaciones civiles que organizaron la asistencia integral a la reciente peregrinación de migrantes que llegó a la Ciudad de México. Los apoyos del obispo Raúl Vera y el apoyo práctico en albergues y asesoría jurídica, y el caso de Matehuala, la estación Schindler de los migrantes.

Por su cielo limpio, por su cerro o por el cascarón luminoso de su Cerro del Fraile, por el ala norte del mercado que expone reminiscencias gastronómicas del pasado nómada de la región, por las hermosas softbolistas de todos los equipos de la liga amateur, últimamente me ha enamorado también de Matehuala la solidaridad anónima y unánime que los habitantes le brindan a los desesperados migrantes centroamericanos que descansan en esta ciudad del semiárido potosino una tregua amistosa en su viaje a Estados Unidos. Después de esconder su identidad como estrategia para pasar desapercibidos, en Matehuala sacan gustosos el timbre de su acento y la suerte natal de su condición cintura del continente. La mayoría en este tiempo es hondureña. Piden en la esquina para comer. No se detienen.

La estación Schindler que aminora el mal sabor de la travesía no los estanca: se refrescan en la amabilidad y continúan su epopeya. El auxilio popular a los migrantes en Matehuala no lo sostiene ninguna inclinación ideológica de izquierda, ni la cercanía onomatopéyica de Matehuala y Guatemala. A pesar del supuesto significado de Matehuala (“no vengan”), los habitantes de Matehuala ofrecen un taco o una feriecilla inmediata a los hondureños al descubierto. No alcanza a ser solución, como no lo eran las acciones de aquel histórico Schindler que disminuía como podía el volumen infernal que padecían los judíos en un campo de concentración nazi, pero sella una alianza espontánea de dos pueblos sensibles a la misma tragedia.

Casi no hay matehualenses que no tengan una rama de su parentela chambeando en el gabacho. Por eso, sin ser parte de ninguna postura municipal, sin ponerse de acuerdo ni presumirlo, aquí en Matehuala la gente le da la mano a su propio carnal en tránsito. Aunque sea marginal, saca Matehuala a ondear la bandera de palabra que calla en su conjunto México; que, como corazón, puras alabanzas se le extrañan. A los pies, a la cintura y dura contundente alabanza a la cabeza para que se aliviane tantito.

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Luego de cruzar el Rio Suchiate cerca de Ciudad Hidalgo, Chiapas, muchos migrantes de Centro y Sudamérica comienzan su viaje al norte en Arriaga, en el tren de carga conocido como ‘La Bestia’.

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