CANCIONES DESDE EL FIN DEL MUNDO / 291 — ojarasca Ojarasca
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CANCIONES DESDE EL FIN DEL MUNDO / 291

YULIANA ORTIZ RUANO

CANTO XXIV

Un diario cae sobre mi cara / en sus hojas una nota de una mujer que decide vender su cuerpo / lo cuelga como en tercena / sobre la playa lo cuelga / no sangra / su risa se convierte en una paloma feroz / que vuela atontada a ras del suelo / Abro la boca para esperar la lluvia de su torrente / para que dentro de mi garganta se cueza un poema rojo / para que dentro de mi garganta las cuerdas vocales le griten que pare / que se abra el pecho y ofrende una víscera al diostodopoderoso que mira morboso sin poner su dedo divino sobre ella / Un diario cae sobre mi cara / me atontan los dibujos de hombres desnudos y jeringas rellenas de confeti / entonces desciendo a mi infierno / mis pies de muñón emulan dos ojos de carne / ojos ciegos / ojos como trompas de cerdo adheridos al suelo.

CANTO XXV

¿Qué se necesita para engendrar hijas tristes? / Me pregunto mientras rasco las costras de la pared donde tengo dibujado un árbol pérfido / de donde cuelgan como manzanas de carne los rostros de mis parientes / ¿Qué se necesita para engendrar hijas tristes? / Me pregunto y el árbol asiente / como si sus ramas intentaran darme un abrazo / El abrazo de la muerte / se sufría en la vieja casa familiar / las mujeres dormíamos con un ojo abierto / con nuestras hermanas adheridas a nuestros cuerpos / para evitar que los primos nos tocaran / mientras escuchábamos cómo los tíos desvirgaban a las empleadas adolescentes en la cocina / niñas arrancadas de sus hogares / al norte cruzando ríos y subiendo cerros / del tamaño de la casa / donde les prometían prosperidad y seguridad donde ni nosotras / las hijas y nietas del árbol lo estábamos /¿Qué se necesita para engendrar hijas tristes? / Me pregunto / y todavía éramos obligadas a sonreír / a estar alegres / a recibir las bendiciones de los mismos hombres que en la noche con nuestras hermanas como prolongaciones de nuestros cuerpos eran los monstruos de los que teníamos que huir / y todavía nos preguntan por qué la rabia / ¿acaso tengo que agradecerle a mi madre que cobije con bondad la mano que se metió en la inocencia de mi hermana? / Rasco la pared que empieza a sangrar / descubro el árbol y emergen sus rostros y dioses / extraigo mi estómago para evitar vomitar sobre ellos / ¿Qué se necesita para engendrar hijas tristes? / Se necesita nacer en el centro del mundo / no tan al centro / al norte mejor / se necesita llevar un apellido con R / y creer en la moral propia / seguir creyendo que es bueno que las hijas duerman solas / como trozos de carne en mitad de la sabana / Para engendrar hijas tristes sólo se necesita ser madre / y luego confesarles que nunca se quiso al padre / que el padre era un vicioso / que hay que querer a los tíos y a los primos sobretodaslascosas / aunque ellos descubran colmillos como feroces simolodontes y se disputen la piel de una / ¿Qué se necesita para engendrar hijas tristes? / Me pregunto / y lo que veo es el rostro de las mujeres que fui / reposando amordazadas / en la mesa de noche a un costado de mi cama.

DUMMY #320

A Olmedo Guerra, Anthony Guerrero y Pedro González Celleri (†) Todo lo visualizo en caída. Caída de papeles. Pesados papeles llueven y destrozan. Preciosos niños lastimados caminan bajo mi plexo. Cómo no escucharlos cantar. Cual caída sus voces. No he podido conciliar el sueño desde hace un siglo. El sueño hace que me pierda de la vida. Es lo más cercano a la muerte. Pero sin cerrar los ojos. Momento alucinógeno cuando sólo son murmullos. Como un millar de campanas balanceándose en mi sangre. Preciosos niños con olor a sexo. Olor que se desprende de la cópula de la miseria y la desolación. No. Yo no quise ser todos esos niños corroídos por la locura. Niños decantados. Niños de ozono y agua de mar.

¿Dónde sus cuerpos débiles reposarán esperando el canto definitivo? Reyes y reinas de tatuajes y lágrimas de barcos sobre los pechos y corazones rotos dibujados con navajas en el pubis. Preciosos niños corruptos con nicotina en medio, en el intersticio vacío abismal entre el corazón y el esternón, con las glándulas nasales infladas de confeti blanco. Bellos niños de ropa ajustada y rota, ojeras lilas y cabelleras de caracol. Niños que duermen en la calles teniendo más de una casa que espera tibia por ellos. Niños preciosos con la luna como un piercing en la lengua. Locura que no llega a concretarse. Preciosos niños vengan a mí. Aniden en la guerra de mi vientre. Vientre de animal/hembra degollado. Hacinen en la huelga de mi ombligo. Vengan a mí. Jamás ni ustedes ni yo volveremos a estar solos.

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Yuliana Ortiz Ruano, poeta afrodescendiente de Ecuador. Estos poemas pertenecen al libro Canciones desde el fin del mundo (Amauta & Yaguar, editorial americana y artesanal, Buenos Aires, 2018). En el prólogo, Mónica Ojeda escribe: “La poesía de Yuliana Ortiz viene desde el fin del mundo porque es verbo desesperado, desnudo y salvaje. Sus poemas no tienen un mañana de ceniza, sino un ahora de ardor”.

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