LA VERDAD NUNCA ENVEJECE. DESPEDIDA Y ENCUENTRO CON ALFREDO OSUNA VALENZUELA / 293 — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Veredas / LA VERDAD NUNCA ENVEJECE. DESPEDIDA Y ENCUENTRO CON ALFREDO OSUNA VALENZUELA / 293

LA VERDAD NUNCA ENVEJECE. DESPEDIDA Y ENCUENTRO CON ALFREDO OSUNA VALENZUELA / 293

Tras meses de agonía, donde literalmente don Alfredo Osuna, representante del Consejo de Ancianos de la Tribu Yoreme de Cohuirimpo, no se quería ir, finalmente descansó y pasó a seguirnos cuidando (aconsejando y hasta regañando) desde otros planos de la realidad.

Fue él uno de los grandes promotores del Congreso Nacional Indígena, sobre todo cuando la sectorial más activa del mismo se situó en la Región Centro-Pacífico y desde ahí se reivindicó un trabajo por abajo, desde las localidades y regiones diversas que fortalecieron e hicieron pervivir el pensamiento de un movimiento indígena autonomista, anti- sistémico, anticapitalista y defensor de sus comunidades, su gobierno propio y su mirada e historia propias. Nahuas del sur de Jalisco y Michoacán, purhépechas de la Meseta, wixaritari de la vasta región Huichola, pero también guarijíos, rarámuri y hasta chichimecas-huachichiles y la banda otomí del Edomex se maravillaron de su afabilidad y del filo cortante de sus palabras precisas y a la vez polivalentes en sentidos. Don Alfredo cultivó la palabra como un abrigo, como encantamiento ceremonial para habitar varios planos simultáneos de realidad e imaginación que nos expandieran los valores de la justicia y la lealtad, el respeto y la valentía.

Fue también activo promotor de la Red en Defensa del Maíz, porque él sabía con toda cabalidad que la primera labor era producir los propios alimentos. Desde ahí, todo era posible porque ésa era “la autonomía más primera”: “la ocupación primordial de las personas”, decía, “es que todos los días haya qué comer. Tomar frijol, tomar agua, tomar maíz hasta que el creador nos diga: hasta aquí. Todo lo demás lo inventaron los externos. Las leyes las hicieron las transnacionales y luego las promovieron aquí en México, sus estructuras las procesaron y las cámaras legislativas hicieron su cochinero”. E insistía: “tenemos que tener el discernimiento para entender quiénes establecieron las condiciones y las disposiciones, y lanzar nuestro alegato en contra del desorden que hay en este país. Los mayores nos dejaron todas éstas sus palabras para nuestra defensa propia. Y nosotros decidimos abundar las explicaciones hasta el término de la palabra, siempre en el vínculo de la amistad, para que no nos separen”.

Para él, como vehículo del pensamiento colectivo de su tribu, tenía enorme peso la palabra de los mayores transmitida de lo remoto, amasada con enseñanzas magonistas e informada por las capacidades de los profesores que andan para arriba y abajo en las comunidades. Lo importante era “el árbol del paraíso” cuyas raíces eran la libertad de cada lenguaje, de cada modo de entender el mundo, hasta lograr ese árbol pleno que era la autonomía de los pueblos.

Su trabajo fundamental lo hizo en su propia región, en Punta de la Laguna, Cohuirimpo, Sonora, donde la gente vive arrinconada por las corporaciones agroalimentarias que tienen rentadas las tierras y luego les contratan como peones mal pagados. Pero rentarles no quiere decir que les paguen, porque el malmodo corporativo y caciquil ha sido irlos cercando a que ni siquiera puedan sembrar en su traspatio; a que las pandillas de chavales enervados de droga les roben sus enseres y sus magras cosechas; a recortarles los caminos entre las parcelas y sus viviendas. “Les quieren marear con números y letras para que con el castellano conviertan al ejidatario en un desposeído”. Las corporaciones los quieren de empleados precarizados pero que ya no estén ahí para disputar nada. Es la guerra total. En ese horizonte donde las contaminaciones crecen, donde al igual que en territorio yoeme el acaparamiento del agua es avasallador, en donde el crimen organizado se va apoderando de muchas de las relaciones, Alfredo Osuna pudo mantener, con un grupo de mayores, un círculo de estudios y reflexión quincenal durante años, a contrapelo de todos los ataques, las amenazas, los ofrecimientos de cohecho y, como en otros lados, la famosa bala de azúcar tan gustada por el gobierno lopezobradorista. Sólo así pudieron incidir en lo posible para defenderse y a la vez mantener su visión yoreme.

Como bien dijo Gloria Muñoz, Alfredo Osuna fue “un indispensable, un incorruptible, con un pensamiento inacabable”. Nunca quiso las mieles del poder, renegó de todo eso para dedicarse a revivir la palabra antigua y darle su potencialidad actual ante tanta zozobra, violencia e injusticias, porque fue y es un sabio pensador y activo promotor de la autonomía y la verdad de los pueblos. Alguna vez lo escuchamos hablar frente a un grupo grande de personas de la región: “dicen que soy un indio bien rebelde. Pues sí lo soy. Rebelde por no dar mi brazo a torcer, pero se les olvida que la otra rebeldía es defender lo que nos corresponde”.

Una noche, en una movilización del Congreso Nacional Indígena ante las puertas del Penal de Santiaguito, donde recluyeron a la mala a dirigentes, mujeres y hombres que enfrentaron la represión brutal en San Salvador Atenco, don Alfredo, en su papel de representante del Consejo de Ancianos de la tribu yoreme de Cohuirimpo, Sonora, le gritó a los muros de ese penal tecnificado:

Ustedes, a los que han encerrado tras estos despreciables barandales, deben saber que la verdad nunca ha conocido la prisión porque nada puede encerrarla. El cuerpo de un pensamiento que habla con la desnuda palabra, con la verdad que brilla tan fuerte como millones de estrellas, se tiende sobre el mundo como un pañuelo que el viento deja caer sobre los oídos y corazones de la gente honesta. A fin de cuentas todos estamos prisioneros. Pero su verdad los hace libres más allá de los muros que los quieren retener. En cuanto a ustedes, mujeres dignas que han sufrido la violación por anidar palabras de libertad, les digo que aquel que ante la maravillosa espiritualidad femenina no puede sino envilecerse pretendiendo envilecer la hermosa inteligencia que tiene enfrente, no merece ser considerado cristiano y tarde o temprano caerá víctima de sus innombrables actos. Quién iba a pensar que estos pensamientos, que antes sólo se escucharon en el cuadrante de los yoreme, hoy iban a ser un grito que traspasara los barandales de esa pretendida prisión para llegar a los oídos de quienes en sus celdas sufren al vulgar gobierno que nos quiere imponer sus vicios y falsedades.

Desde niño se enseñó a montar en potros y pronto lo contrataron para jinete en las carreras de los ranchos. Después, ya de joven, fue domador de caballos, y recorriendo entre Sonora y la frontera con Estados Unidos y más allá, y en las sierras Juárez y San Pedro Mártir de Baja California, aprendió el oficio de maestro de obras y lo ejerció hasta volver a su terrritorio imbuido de experiencias y enseñanzas de las comunidades igualitarias que encontró por allá, para volver a pensar el mundo desde su propio lugar. Así, repetía mucho el pasaje que sigue, escrito en mi cuaderno y que releo cada que me lo topo, porque el cuaderno, rebelde también, regresa a mí:

Cuando los yoremías necesitaban hacer una casa y cortar madera, no se ponían a dar hachazos a tontas y locas sino que se hincaban y pedían permisos. Nunca fueron absolutos. Siempre pidieron los permisos. Y entonces, sabiendo los efectos de los astros sobre la tierra, buscaban aprender cómo sincronizar sus acciones con las de ellos. También la sombra de la noche hacía su trabajo y lograban así que las semillas germinaran con el calor del sol y dieran fruto equilibrando calor y frío con el efecto de los astros y las sombras. Cuidaron mucho que la palabra de la humanidad fuera la verdad. Entonces, claro, la verdad nunca envejece, siempre se mantiene brillante.

__________

Ramón Vera-Herrera El pensamiento de Alfredo Osuna y el del Consejo de la Tribu de Cohuirimpo está contenido en el libro Una espina es un bosque de advertencias (Colectivo por la Autonomía, Ojarasca, GRAIN, Tzatzoehetzin, CSFund, Itaca). México, segunda edición, febrero de 2014.

comentarios de blog provistos por Disqus