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LOS WAMPANOAG, LOS PEREGRINOS Y LOS CINCO GRANOS DE MAÍZ

LISA BRODYAGA

Refugio del Río Grande

Los peregrinos que llegaron de Europa en el Mayflower no podrían haber sobrevivido en nuestro continente sin la ayuda de los wampanoag, “el Pueblo de la Primera Luz”. Hace unos meses, un amigo me envió información sobre “El Fuego de Luz y Oración”, a celebrarse del 3 al 7 de mayo de 2020, “Nuestros Corazones y Mentes Se Juntan, #StandwithMashpee”. Al leer ese mensaje, la frase inicial me sobrecogió. Me hizo estremecer. Me trajo a la mente una tradición familiar, referente a William Brewster, un pasajero en el Mayflower, de quien, dice la leyenda, mi familia es descendiente.

Yo tuve la suerte de crecer en una familia con conciencia social. Por ejemplo, en los años 30 y los 40, mi padre llevaba a sus colegas africanos a restaurantes sólo-para-blancos, no para hacer un “pronunciamiento político”, sino porque no había otras alternativas decentes. En los años de los ‘50, cuando una familia asiática era rechazada porque había hecho su residencia en una vecindad sólo-para-blancos, mi madre invitaba a sus nuevos vecinos a ser parte del Club de Bridge local, para el disgusto de muchos de los otros miembros del Club.

En nuestra infancia nos reuníamos todos los años en la casa de nuestros abuelos, cerca de Hagerstown, Maryland, para la fiesta de Acción de Gracias. Siempre había por lo menos tres generaciones, y a veces cuatro. Nosotros tratábamos de convertir el momento en una ocación de recuerdo, si no en verdad en un momento de enseñanza de nuestra historia. Nuestra familia no era particularmente inclinada a la religión, y no dábamos las gracias a la hora de la comida en la manera usual. Pero mi Madre, dando las gracias a la Madre Tierra, a su Espíritu y al pueblo que rescató a nuestros antepasados de morir de hambre y nos permitió estar hoy aquí, siempre recitaba una leyenda de la familia. Yo sólo supe la identidad de ese pueblo que nos salvó la vida cuando recibí la información sobre el “Fuego de Luz y Oración”. Los Wampanoag fueron los que nos salvaron la vida. Cuando leí eso, llamé a mi hermana mayor, que mantiene los papeles de la familia. Por coincidencia, ella acababa de encontrar una caja llena de papeles y había leído un manuscrito que nuestra abuela había redactado con su propia mano, exponiendo la historia de los cinco granos de maíz que cada persona recibía el Día de Acción de Gracias. Era exactamente como yo lo recordaba, con algunos detalles más. Como otras leyendas, puede ser verdad tanto en espíritu como en realidad. Pero la tradición que acompañaba la leyenda —la tradición de los cinco granos de maíz— ha contribuido a hacer del Día de Acción de Gracias mi fiesta favorita.

La casa de mis Abuelos estaba a los pies de una colina, y la colina entera era su jardín. Mis Abuelos cultivaban, envasaban y congelaban gran variedad de productos. Mi Madre era responsable de llevar a la reunión familiar el Pavo de Acción de Gracias, y mi abuela se ocupaba de preparar el resto —mucho, si no la mayoría de eso, provenía de su jardín. El Pavo, relleno y cocido, llenaba el carro con los tentadores olores que eran difíciles de soportar, mientras el carro corría tres horas y media por las colinas del Oeste de Maryland. Generalmente quedaban algunos frutos y vegetales por cosechar, lo que hacíamos los menores, mientras mi Madre y mi Abuela preparaban la fiesta. En cada sitio de la mesa se ponían cinco granos de maíz (de dulce) y mi Abuela nos decía esta historia:

El primer año en Norteamérica fue un desastre para los del Mayflower. Habían traído de Europa semillas y tradiciones agrícolas, y la mayoría de sus cultivos se habían perdido. No sabían cómo cazar o atrapar la fauna nativa y no les era familiar la gran mayoría de la riqueza local. En algunos casos, tenían miedo. Por su color rojo, por ejemplo, los tomates, las fresas salvajes y los arándanos eran tenidos como venenosos. El maíz era usado sólo como comida para los animales y no era considerado bueno para consumo por humanos.

Los peregrinos se aferraban a sus hábitos alimenticios europeos. El alimento central de su dieta era el pan, así como los productos que había disponibles y cualquier animal que podían cazar. Ese primer año hubo una terrible sequía y la cosecha de los cultivos fue muy pobre. Después que se fue el barco que trajo los abastecimientos, los peregrinos descubrieron que toda su harina se había echado a perder. Los animales pequeños, incluyendo el pavo nativo, habían muerto por la sequía, y sus pocos animales domésticos habían sido ya matados para la alimentación. Al llegar el frío invierno, los peregrinos se quedaron sin nada. Todo lo que les quedaba hasta que volviera el barco que traía los abastecimientos era un poco de maíz que los wampanoag les habían enseñado a cultivar, pero que estaba destinado para los animales. Por eso ese maíz fue racionado. Cada persona recibió cinco granos de maíz en cada comida. Pronto los peregrinos empezaron a morir de hambre.

Noticias de su sufrimiento llegaron a los wampanoag, que empezaron a compartir su comida: pavos recientemente matados, carne seca de venado, nueces y frutas. Los que sobrevivieron aprendieron mucho de sus anfitriones, y en su segunda estación, los peregrinos tuvieron una relativamente buena cosecha. Después, los peregrinos escogieron un día de febrero como el día de acción de gracias —gracias a Dios y a los wampanoag, a quienes los Peregrinos debían su vida. Para dar gracias a sus benefactores, los Peregrinos invitaron a los Wampanoag a una fiesta en la que sirvieron la misma comida que los Wampanoag les habían enseñado a cultivar y cazar.

La fiesta fue preparada con algo del estilo europeo. Pavo aderezado con salsa de arándano. Pan de maíz y sidra (quién sabe si lo habían fermentado o no, la leyenda deja eso a la imaginación). Pasteles hechos de calabaza y de carne picada (tomates verdes, endulzados con jarabe de arce), manzanas, calabazas, persimmons frescos y almendras y frutas secas. Y en esa fiesta, cada persona también recibía cinco granos de maíz, para que no sea olvidado el sufrimiento del pasado; y para que siempre se den las gracias a quienes les habían enseñado los medios de sobrevivir en nuestras tierras.

El Día de Acción de Gracias tiene un significado diferente para diferentes personas. Por lo menos la pequeña rama de nuestra familia ha tratado de hacer honor a nuestras raíces, y la tradición de los cinco granos de maíz y nuestra gratitud a quienes nos enseñaron a cultivarlo y a comerlo ha sido repetida por siglos en nuestra familia. Trágicamente, pocos descendientes del Mayflower comprenden o aprecian el papel de los wampanoag. Las versiones del Día de Acción de Gracias del texto norteamericano me molestan. Muchos dicen que los peregrinos “robaron” el maíz. Estoy segura que algunos lo hicieron. También se ha dicho que en realidad la asamblea de los Pueblos Wampanoag y los Peregrinos Ingleses en 1621 tuvo mucho más que ver con alianzas políticas, diplomacia y la búsqueda de la paz que con compasión. Pero eso me suena a una forma de negar a los Wampanoag el crédito que merecen. Y yo mejor confío en la versión familiar encarnada en la tradición de los cinco granos de maíz.

El Día de Acción de Gracias, como tantas otras tradiciones, ha sido totalmente coptado. Yo rechazo la versión comercializada. No quiero que mis recuerdos y mi tradición familiar sean arruinados por esos desfiles racistas y por el “perdón” presidencial de esos grandes pavos blancos que son enviados a vivir una vida inútil en algún rancho mantenido por los impuestos del pueblo. Aun cuando mi familia se ha esparcido por mucho tiempo, yo llevo conmigo mi memoria familiar del Día de Acción de Gracias, y rindo homenaje al pueblo Wampanoag que permitió subistir a mis antepasados; y doy gracias por la leyenda de los cinco granos de maíz, como me ha llegado.

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