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LA GUARDIA COMUNITARIA EN NUEVA YORK / 297

TLACHINOLLAN

Desde el pasado 15 de junio, compañeros deliverystas se han dado cita todas las noches en las inmediaciones del puente Willis, que conecta los condados de Manhattan y el Bronx en Nueva York. Son jóvenes indígenas del pueblo Me’phaa los que emprendieron esta iniciativa de hacer una guardia al estilo de la policía comunitaria, para proteger a sus compañeros. En este movimiento se han adherido jóvenes del pueblo Na’Savi, Naua y de otros estados para brindar seguridad a sus compañeros de trabajo. “Nos basamos en los principios comunitarios, tal como lo hacíamos en San Juan Puerto Montaña en Metlatónoc, en nuestro Guerrero querido”, fueron las palabras que César mencionó cuando habló del porqué surgió la idea de montar las guardias nocturnas. “En nuestras comunidades tienes que servir. A mí me toco servir antes de migrar a Estados Unidos, ahora sirvo cuidando a mis compañeros, como decimos en Me’phaa: Tsú naya’un xua’jen”.

No importa el frio o el calor, la lluvia o el viento, los compañeros montan sus guardias. Se les han unido compañeros deliverystas de otros estados de México. Están asombrados por el compromiso que estos jóvenes del pueblo Me’phaa han asumido, sobre todo porque cumplen cabalmente con la obligación que tienen de servir. César Solano Catalán, vocero del movimiento, menciona que todo surgió por el robo constante de sus bicicletas, que es el medio de trabajo de los repartidores. Los asaltantes aprovechaban la oscuridad de este puente para despojarlos de su medio de transporte. “Estábamos cansados de tener que pasar por aquí, con el temor de salir sin nuestras bicicletas, que son el sustento de nuestras familias. Por eso hablé con mis primos y decidimos montar la guardia. Le hemos pedido a la policía de Nueva York que coloque una luz para alumbrar nuestro camino, pero dicen que no es posible. No tuvimos más remedio que cuidarnos nosotros mismos”.

En septiembre del 2020 se dio el primer asesinato de un deliverysta de la Montaña en Nueva York, Victorio Hilario de la comunidad de San Juan de las Nieves, municipio de Malinaltepec. Lo mataron en la esquina de Grand Concourse y la calle 180 en el Bronx, cuando un automovilista se pasó la luz roja y lo atropelló en dos ocasiones. Desde entonces su hermano Elías no ha cesado en su exigencia de justicia: “Si mi hermano hubiera sido blanco, ya hubiéramos tenido justicia, pero era indígena, migrante, indocumentado y somos pobres. En este país es suficiente para que su caso quede archivado, de los miles que tiene la policía”. Don Elías, hermano de Victorio, se ha integrado al Colectivo de Pueblos Originarios y Otros Viviendo en Nueva York. Ha sido su forma de articularse para exigir justicia por la muerte de su hermano. En los espacios que lo invitan a participar, deja claro que lo único que quiere es que se dé con el paradero del asesino de su hermano. Que su muerte no quede impune, porque no quiere que más familias sufran como él. Don Elías cuenta cómo cada día que pasa en los Estados Unidos se le vuelve más pesado, pues extraña mucho a su hermano. Era su amigo, su compañero de cuarto y con el que compartía las eternas noches de soledad, que acá se sufren más, porque está solo y nadie le hace caso. “Hay veces que no puedo levantarme de la cama, ni quiero ir a trabajar. Ver la ropa de mi hermano colgada sin haberla estrenado me conmueve más al saber que no está. A veces pienso que Victorio tomó la buena decisión de no tener hijos, porque quedarían huérfanos, pero también pienso que ellos recordarían a mi hermano”. Sus ojos reflejan tristeza y resignación, pero tiene la firme convicción de que necesita seguir luchando para que ninguna familia sufra lo mismo que la suya.

En marzo de 2021, Francisco Villalba Vitinio, originario de Xalpatláhuac, fue asesinado en un parque del lugar conocido como “El Barrio” cuando se encontraba descansando, en los límites de Manhattan con el condado del Bronx. Francisco había realizado una entrega. Nunca imaginó que su descanso significaría su muerte. Un hombre se le acercó para robarle su bicicleta y en el forcejeo detonó su arma de fuego. Francisco cayó, desangrándose, muriendo casi al instante. Este cobarde acto provocó la indignación de cientos de deliverystas que en sus bicicletas tomaron las calles de Manhattan para arribar al distrito policial número 23, donde se llevaban a cabo las audiencias por el caso. “Estamos hartos de que salgamos de nuestras casas sin saber si vamos a regresar. No permitiremos que esta situación se siga repitiendo. Hoy fue Francisco, mañana puede ser cualquiera”.

Los jóvenes indígenas se enfrentan a muchas barreras; las costumbres de la ciudad, el idioma, el clima y ahora el color de piel. A la familia de Francisco le ha costado aprenderlo. Tienen mucho miedo. Sus hermanas y hermanos llegaron a ese país para sacar adelante a sus familias y no para enterrar a su gente. Han decidido callar y, por instrucciones de sus abogados, no dan más declaraciones. Llevarán el caso con un bajo perfil, esperando alcanzar la justicia que le dé paz a sus corazones.

César lo dice muy claro, la falta de oportunidades en sus comunidades los hizo migrar. Tuvo que abandonar sus estudios porque ya no había dinero. Es el penúltimo de cinco hermanos y fue el primero que migró. César se hace cargo de su hermanita, para que siga estudiando. Ayuda a su mamá, su abuelita y su papá allá en San Juan Puerto Montaña. Sabe que no podría apoyar a su familia como lo hace actualmente desde Estados Unidos. César tiene dos medios hermanos, que vino a conocerlos en ese país. “Los tuve que conocer, ahora que estamos trabajando en Estados Unidos”. Este país está marcado de contrastes, por un lado, trabajar día y noche para cubrir la deuda que adquirieron en su travesía hacia Estados Unidos, y por otro, la satisfacción de ayudar a los que más quieren. El tan anhelado sueño americano es un espejismo donde la gente siente que es parte de este paisaje, sin embargo, el costo lo pagan con mucho sufrimiento.

Salvador Navarrete Flores, originario de La Soledad, en Malinaltepec, perdió la vida cuando el 13 de diciembre su motocicleta se impactó contra una camioneta en la avenida primera y la calle 75 en Manhattan. Es un tercer deliverysta de la Montaña que muere en las calles de Nueva York luchando por su sobrevivencia. Las autoridades investigan el motivo de su accidente. La familia lo único que sabe es que el dolor que les invade no se compara con tenerle que comunicar a su pequeño hijo que su padre nunca volverá. Su hermana Francisca tiene la mirada ausente, sus ojos reflejan el sufrimiento que la carcome. Durante su vigilia, que se realizó el miércoles pasado, su ex patrón comentó que asumiría el total de los gastos de traslado hasta su comunidad. Al menos esto será un viacrucis menos doloroso que dejará de cargar su familia.

Durante esa noche los repartidores pasaban a dejar su donativo. Saben que a Francisco ahora le tocó morir, pero no saben quién será el siguiente. En esta ciudad que no para, las y los migrantes son el corazón que la mueve, sin embargo, tan sólo aparecen como una estadística en este maremágnum en el que todos son una mercancía. Las heroínas y héroes, que el gobierno de México no se cansa de mencionarlos por las altas remesas que llegan a nuestro país, son ignorados cuando fallecen. Los mismos consulados dejaron de apoyar a sus familiares para trasladar sus restos a sus comunidades de origen. Para ellos no hay presupuesto gubernamental.

Las familias de Victorio, Francisco y Salvador han aprendido de la peor manera el falso discurso de los gobiernos, porque perdieron la vida cuando trabajaban para su sostenimiento. En la Montaña la pobreza se recrudece y la ausencia de oportunidades los obliga a migrar. Saben que sólo lejos de su país pueden obtener un ingreso que les permita a sus hijos e hijas tener lo necesario para vivir. A través de las remesas los jóvenes deliverystas de la Montaña sufragan los gastos de la canasta básica, del estudio para sus hermanos y la compra de medicamentos para hacer frente al Covid–19. Diariamente pedalean su bicicleta para que en sus bolsillos tengan algunos dólares que serán la alegría para sus familias.

La guardia comunitaria, como todas las noches, se pondrá hoy en el puente Willis. César y sus compañeros deliverystas harán valer la dignidad del pueblo Me’phaa y pondrán en alto el nombre de la Montaña de Guerrero. En el corazón de Nueva York nos dan grandes lecciones de cómo recrear la vida comunitaria. César y su familia nos reivindican como pueblos que tenemos historia y una cultura que nos engrandece. En pleno Nueva York, César se erige como parte de los Xiñá que enseñan cómo vivir en comunidad. El frío que cala los huesos no es pretexto para no salir en la noche y cuidar a sus compañeros en esta megalópolis que no duerme.

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Tlachinoll an, Centro de Derechos Humanos de la Montaña de Guerrero, tiene su sede en Tlapa de Comonfort.

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