LENGUAS EN VILO / 297 — ojarasca Ojarasca
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LENGUAS EN VILO / 297

No es noticia nueva que la mayor parte de las lenguas originarias de México se encuentran amenazadas o en peligro de extinción. Un puñado de ellas desaparecerán en las próximas décadas según las previsiones demográficas. Pero un puñado mayor lo conforman idiomas autóctonos todavía robustos y extendidos, con decenas de miles, o centenares de miles de hablantes; uno o dos alcanzan el millón.

Los amenaza el despojo de sus territorios físicos, una constante en su historia vigente hasta hoy, así venga bajo nuevos ropajes (o más bien los mismos bajo una retórica vieja, pero con retoques). Vías de comunicación amplias e invasivas. Proliferación de poblados afantasmados o devorados por la urbanización y los grandes supermercados. Poblaciones enteras que no dejan de tomar los pasos de la migración y la diáspora. Hay carta abierta para las extracciones de recursos hídricos, mineros, energéticos, bióticos que en el mundo capitalista cotizan estupendamente. Las ganancias justifican el estrés cultural, al grado de desgarramiento, de pueblos, comunidades y regiones ancestrales.

Con frecuencia atrapados entre los grupos criminales y las fuerzas del orden, los pueblos originarios conocen mejor que nadie la militarización y paramilitarización de sus regiones. El Estado siempre ha tenido pretextos para irse a meter a las comunidades que históricamente suelen estar mejor si las dejan autogobernarse en paz. Cuando no predicadores y pastores, funcionarios y partidos políticos. El clientelismo político no es nuevo. Líderes y grupos comunitarios se subordinan al Estado a costa de sus tradiciones de gobierno y la soberanía interna de sus territorios. Se prestan a montajes folclóricos para que los dioses antiguos aprueben los beneficios que traerá, por ejemplo, la desaparición en curso del sistema de cenotes y lagunas del sureste y su península.

Todo esto confluye de manera inevitable en detrimento de las lenguas mexicanas. Las instituciones educativas, de gestión indígena, de bienestar, adoptan una vez más prácticas indigenistas y la educación aculturizadora que tan nefastos efectos tuvo en el pasado. Es deplorable la intención de fundir al Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), que con limitados recursos y rigideces burocráticas ha hecho su parte en la salvaguarda de las lenguas, con el magma del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI), cuya ineficacia y el retroindigenismo lacerante del Estado no hace sino continuar con los vicios y trucos indigenistas que muchos pueblos dieron ya por cancelados en favor de la autonomía. En los hechos el papel de estas instituciones tiende a reducirse al suavizador, el lubricante, el facilitador de los proyectos de desarrollo y extracción.

Cómo no van a estar en vilo nuestras lenguas, en un agotador estado continuo de emergencia. Sobrevivir como culturas originales y originarias no sólo exige un gran esfuerzo, también expone a que los pueblos originarios que resisten la incesante colonización interna sean tildados de conservadores, retrógradas, derechistas involuntarios. De estas experiencias es rica América Latina en los años recientes de gobiernos “progresistas” y hasta “indígenas” enfrentados con los pueblos kichwa, yanomani, aymara, mapuche, los mayas de la península, Guatemala y Chiapas, misquitos, zapotecos, guaraníes.

Cada gentilicio alude a una lengua. Por ello recuperar el nombre propio devino una simbólica acción defensiva y de reivindicación: ya no tarahumara sino rarámuri, ya no mixteco sino t’un savi o nuu savi, ya no otomí sino ñahñú, ya no tarasco sino pure’pecha, ya no yaqui sino yoreme, ya no seri sino comca’ac, ya no huichol sino wixárika, ya no mixe sino ayuuk.

No obstante, en fecha muy reciente, el Grupo de Acompañamiento a Lenguas Amenazadas (GALA) hizo pública su preocupación porque “el fortalecimiento de las lenguas originarias no está en el interés del gobierno, a pesar de sus discursos y de que firmó un convenio con la Unesco en 2020 de cara al Decenio de las Lenguas Indígenas” (La Jornada, 6 de enero de 2022). La protección de las lenguas, su enriquecimiento, su vitalidad, su recuperación incluso, viene más del interior mismo de las comunidades in situ y las exiladas en ciudades de México y Estados Unidos, o en los deshumanizadores campos agrícolas del libre comercio rampante. Sus proyectos culturales más o menos independientes: cine, música, libros escritos en la lengua de cada uno, proyectos comunitarios de lengua, historia, cultura y artes propias. La vivificación de las lenguas no vendrá del Estado ni de las iglesias. No pidamos peras al olmo. La integración siempre ha sido un lingüicidio cruento o no, siempre con las mejores intenciones.

Las lenguas de los pueblos están en vilo, pero no vencidas.

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