LOS GUARDIANES DE SEMILLAS Y LA URBANIZACIÓN DE TLÁHUAC — ojarasca Ojarasca
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LOS GUARDIANES DE SEMILLAS Y LA URBANIZACIÓN DE TLÁHUAC

LEONEL AYALA

Si nos ubicamos en las tierras de San Francisco Tlaltenco, justo en el lado sur de la Sierra de Santa Catarina, al ver el paisaje de la delegación Tláhuac nos damos cuenta que sigue siendo una mirada a la parte rural de la Ciudad de México. Hace apenas poco más de medio siglo, los pueblos de Tláhuac eran ribereños, compartían las costas del lago de Chalco y una parte del de Xochimilco. Esto antes de la desecación de lago de Chalco iniciada por Iñigo Noriega en la última década del siglo XIX y primeras del XX, hacendado de la región y compadre de Porfirio Díaz. Obra hidráulica de grandes repercusiones, una de las más grandes hechas en la historia de la cuenca de México. Ésta asume una perspectiva totalmente contraria a la que tenían los antiguos habitantes de la región, y de muchos pueblos de la actualidad.

A la desecación del lago de Chalco iniciado el siglo XX y que siguió durante todo su curso hasta terminar e iniciar el nuevo siglo —y que ha reducido el lago a una pequeña laguna y algunos humedales—, se suma la urbanización que cada vez se acelera más en esta zona. Esto ha reducido el área de cultivo de estos pueblos a la parte de tierras encumbradas en la serranía y a la reserva ecológica de San Pedro donde se albergan alrededor de 12 kilómetros de canales que ayudan a irrigar las chinampas que aún quedan en Tláhuac; además se suma un lago artificial, el de los Reyes.

Como parte de un complejo proceso de urbanización, el ejido de San Pedro Tláhuac, que se encuentra en la parte más oriental de la delegación, se abandona paulatinamente. Comienzan los problemas con paracaidistas, como les nombran los pobladores de San Pedro, conflictos por linderos entre ejidatarios, o hasta disputas con el crimen organizado. En total son siete pueblos contando a San Pedro Tláhuac los que subsistieron y viven cotidianamente esta tensión con la expansión de la urbe.

Para completar el paisaje, justo en la parte norte de la reserva ecológica, a unos cuantos metros se encuentra la barda de contención del nuevo paradero de la línea 12 del metro, obra que se ha convertido en el elefante blanco más grande e incómodo para los gobiernos de la Ciudad de México de la última década. Proyecto faraónico impulsado por el gobierno de Marcelo Ebrard y continuado en el de Mancera, entre los principales inversionistas se encontraba Carlos Slim, el mismo empresario que tiene considerables inversiones en el nuevo proyecto mal llamado Tren Maya.

Muchos campesinos de los pueblos de la región se organizaron y enfrentaron al plan de urbanización que trajo consigo la línea 12 del metro, muchos fueron reprimidos y encarcelados en la lucha por detener la construcción de la línea del metro.

Pero lo más importante es que han resistido en la cotidianidad, siguiendo una tradición milenaria en la cuenca del Anáhuac: la siembra de milpa. En las faldas del Tetecon y el Tetlama, cerros que conforman una parte de la sierra de Santa Catarina, aún se siguen trabajando varias tierras de cultivo pertenecientes a los pueblos de Tlaltenco y Santa Catarina. Son tierras que aún no se han vendido para el proyecto de urbanización que atrajo la línea dorada. Si se camina por estas tierras es claro ver cómo las veredas van bordeando grandes terrazas naturales y artificiales donde algunas familias de San Francisco Tlaltenco siembran frijol, calabaza, chile y maíz.

En los últimos dos años han optado por sembrar en la milpa amaranto, pues se han informado sobre las propiedades que tiene, que ayudan a proteger al maíz de algunas plagas y sobre todo son barreras naturales contra algunas semillas híbridas, que otros campesinos de la misma zona de cultivo han empezado a utilizar. El amaranto se cultiva igual que el maíz. Sobre todo es importante echarle montón cuando lo requiere, me comentaba César Hernández, campesino de Tlaltenco y miembro del Frente de Pueblos del Anáhuac (organización fundada por varios pueblos de la región con la intención de enfrentar la construcción de la línea dorada). En uno de los días que estuve acompañándolos en una jornada de trabajo, César explicaba que eso hace que la raíz se oxigene y no se enfríe, con eso ayudan a la planta a crecer, le da calor.

Juan Tomás, hermano de César, siempre hacía un particular énfasis en recordar a sus padres y abuelos. Cada que iniciaba una conversación sobre el tema, respira hondo como si sus recuerdos aparecieran tocándole el corazón. Eso le daba entereza a sus palabras: hay circunstancias que han cambiado nuestra visión, pareciera que hay gente que le pesa la tierra, quieren venderla, porque el trabajo en el campo es muy duro, pero hay algo que nos da un sentido profundamente humano a todos nosotros y eso viene del trabajo con la tierra, con la milpa pues, dice Juan Tomás y continúa: cuando se está con los amigos, mientras se barbecha o se encajona, se platica de todo, se habla de los problemas familiares, hasta los más íntimos secretos.

Precisamente uno de los trabajos que estos campesinos están tratando de impulsar es la recuperación del único frijol endémico de la región, el frijol parraleño. Ellos sabían de la existencia de ese frijol por las pláticas que habían tenido con varios ancianos de la comunidad. César comenta que, según se decía, don Eulogio era el último señor que tenía algunas matitas del parraleño en su casa. Nosotros fuimos a buscarlo hasta ahí y en efecto nos regaló algunas semillas, fue hasta ceremonial, apunta César. Nos la entregó como si fuera una reliquia que iba renacer. Don Eulogio se había encargado de cuidar esa semilla, era el único del pueblo, un verdadero guardián.

Con mucho orgullo comentan los hermanos Hernández: ahora nosotros lo sembramos, tratamos de compartirlo para que se recupere a cabalidad la semilla, en ocasiones sólo sembramos frijol en las parcelas. En varios de los momentos que pude acompañar a los Hernández al campo, después de la jornada me invitaban a comer, con mucho orgullo lo primero que servían era un plato de frijoles parraleños hervidos, los acompañábamos con salsa de molcajete y con eso teníamos para enchilarnos y tener el privilegio de degustar del único frijol endémico de la región y que está en peligro de extinción.

ASí, los campesinos de Tlatenco se convierten en guar dianes de semillas, pero no sólo eso, sino de una cultura milpera que los ayuda a generar puentes de comunicación y transmisión de saberes entre ellos mismos y los demás pueblos de la zona. Como decía Bonfil Batalla refiriéndose al maíz: “al cultivar una semilla los seres humanos y los pueblos mexicanos se han cultivado a sí mismos”. Si se conserva una semilla se ayuda a revitalizar ejes de conocimiento, de creatividad cultural, la cual exige un perfeccionamiento continuo de innumerables técnicas de cultivar una semilla, se almacena y se reproduce un arte culinario de sorprendentes riquezas. Se da cabida a una cosmogonía y creencias que se desenvuelven en torno a una semilla o en nuestro caso en torno al frijol, en torno a la milpa. Es pues un conjunto de sistemas de saber que recrea una diversidad importante de conocimientos.

Al conservar y recuperar la semilla del frijol parraleño, los Hernández hacen un acto heroico y de un profundo sentido de sobrevivencia, sobre todo por el contexto en el que se encuentran. La Línea 12, la cual ha colapsado y matado al menos a 32 personas, es parte de un plan maestro de urbanización de la zona de Tláhuac y Chalco. Para los próximos veinte años se proyectan varios centros comerciales, hay grandes planes de unidades habitacionales, un reclusorio y en general todos los aditamentos que requiere un proceso de urbanización acelerado y salvaje, pues es impredecible y tiende a derrumbarse. Esto trata de imponerse frente a lo que queda de la vida rural en los pueblos de Tláhuac.

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LEONEL AYALA, antropólogo social y activista independiente.

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