La pandemia por Covid-19 exacerbó la pobreza energética — ecologica
Usted está aquí: Inicio / Artículos / La pandemia por Covid-19 exacerbó la pobreza energética

La pandemia por Covid-19 exacerbó la pobreza energética

Jordi Cravioto

finales del 2019, el brote del virus SARS-CoV-2 en China sorprendió y alertó al mundo sobre su inminente propagación global. La Covid-19 rápidamente conmocionó las sociedades y los sistemas de salud en diversos países y la economía mundial. El cierre de actividades por la emergencia sanitaria ha agravado el desempleo, la pobreza y la desigualdad social. Todos estos impactos son ya muy claros.

Sin embargo, las implicaciones de la Covid-19 en la política energética y climática no lo son por igual y los gobiernos han dedicado muy poca atención a tal vínculo.

En México, como en muchas sociedades, el confinamiento doméstico ha reconfigurado la vida en el hogar de diversas formas. Antes de la pandemia, muchos hogares ya se encontraban en condición de pobreza energética; es decir, sufrían recurrentemente la incapacidad de satisfacer sus necesidades energéticas básicas.

Para definir pobreza energética con precisión existen diversos enfoques. El más conocido es el de “subsistencia” o el umbral límite del ingreso, pero hay muchos otros que se apartan del enfoque económico y consideran que la pobreza energética es multidimensional. En otras palabras, que debe medirse con base en condiciones y equipamiento de la vivienda, acceso a los servicios de energía “básicos” y en relación a necesidades energéticas.

Boardman, pionera en estos estudios, consideraba energéticamente pobre al hogar que gastaba más del 10 por ciento de sus ingresos en calefacción, un umbral concebido con la media del gasto en la población británica de los años noventa. Su visión abogaba por contextualizar el umbral y aunque gran parte de la literatura subsecuente no lo reflejara, existe hoy un consenso de que hay una gran cantidad de hogares que gasta desproporcionadamente en energía, no cuenta con viviendas en condiciones dignas y no tiene acceso a los servicios esenciales de energía (iluminación adecuada, cocción limpia, confort térmico, agua caliente, comunicaciones, etcétera).

Los estudios también reportan, cada vez con mayor precisión, los vínculos entre pobreza energética y daños en salud, equidad y justicia. Por ejemplo, Memmott et al. (2021) describe cómo los hogares norteamericanos vulnerables son más propensos a depender de fuentes de energía peligrosas, a recurrir a préstamos informales con intereses altos para cubrir necesidades energéticas y a renunciar a otras necesidades básicas, como la alimentación y la atención médica.

Además, estos hogares tienen más probabilidades de permanecer en la pobreza durante periodos más largos y de sufrir consecuencias adversas en salud física y mental, incluyendo mayor incidencia de muerte. Tales impactos son especialmente frecuentes en niños y ancianos.

Estudios recientes confirman que la Covid-19 ha contribuido a la intensificación de la pobreza energética. Si bien hay un descenso en la demanda energética global con un efecto positivo en las emisiones totales de dióxido de carbono, el consumo de energía del sector residencial se ha incrementado.

Además, las consecuencias han sido extremas en poblaciones vulnerables, es decir, viviendas con condiciones ineficientes o malas, hogares marginados, poblaciones indígenas y hogares con niños, personas mayores o personas con necesidades especiales. Un ejemplo es España, donde se reportan aumentos del 182 por ciento en consumo de energía y emisiones de dióxido de carbono en residencias donde es imprescindible el uso de aire acondicionado y/o la calefacción.

En Estados Unidos, los hogares de bajos ingresos han experimentado las cargas energéticas más altas. En general se han agravado las dificultades financieras de los hogares y peor aun entre los más vulnerables.

La congestión familiar en viviendas con condiciones inadecuadas también habrá incrementado más los riesgos a la salud en la población. En hogares en mala condición hay mayor presencia de humedad y moho, relacionada con daños respiratorios, alergias y depresión, sin contar el impacto psicológico del aislamiento en tales hogares.

Paradójicamente, el confinamiento también ha contribuido a mayor riesgo de enfermedad y posiblemente propensión al contagio.

En otros contextos, el confinamiento ha exacerbado la exposición de las familias a energía insegura, especialmente durante el invierno.

Hogares pobres que utilizan queroseno y biomasa como el principal combustible para cocinar están expuestos a mayor contaminación ambiental. Calentadores y estufas son más propensos a fallar y generar incendios accidentales y quemaduras. Millones de personas sufrirán estos impactos.

Finalmente, otro efecto preocupante es que los programas de electrificación rural han sido desatendidos, socavando aun más las condiciones socioeconómicas de los grupos vulnerables.

A nivel mundial, cientos de millones de hogares rurales pobres que viven en zonas remotas, de difícil acceso o en la periferia de las ciudades siguen sin acceso a la energía, y el confinamiento ha afectado a niños y jóvenes en estos hogares incomunicados y sin acceso a la educación a distancia.

A pesar de la evidencia que sustenta atender la pobreza energética desde las políticas públicas, pocos países cuentan con programas específicos para erradicarla. Las tendencias a la baja de la pobreza energética en algunos lugares ahora se han invertido.

Durante la pandemia solo algunos gobiernos introdujeron medidas de emergencia para proteger a la población durante el confinamiento. Sin embargo, hay estudios que reportan que un descuento en la factura de electricidad habría reducido el riesgo de pobreza energética, especialmente para quienes viven en la informalidad o tienen un trabajo mal remunerado.

Esto invita a la reflexión sobre las medidas preventivas y de contención de la pobreza energética que tienen como objetivo evitar el daño a los más desfavorecidos, particularmente en países como México, donde prevalece una marcada desigualdad socio-
económica.

Jordi Cravioto
@jordi_cravioto