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El patrimonio biocultural en la frontera sur de México

Miguel Ángel Vásquez-Sánchez

México es el cuarto país con mayor biodiversidad del mundo y uno de los diez con mayor riqueza cultural. La relación de las culturas desarrolladas en lo que actualmente constituye al país nos remonta a su diversidad paisajística, ecosistémica, florística y faunística, terrestre y acuática, incluida la marina, así como a los orígenes de la domesticación de plantas y animales.

Respecto a las políticas públicas para su conservación, manejo o promoción, se ha señalado que si persiste la tendencia a no incluir a los pueblos indígenas en su diseño y ejecución, resulta muy complejo obtener buenos resultados que incidan en la conservación de la biodiversidad y en mejorar las condiciones de vida de los pueblos al mismo tiempo.

La megadiversidad biológica de México incluye infinidad de especies de flora y fauna, genes, paisajes y ecosistemas.

El patrimonio cultural inmaterial se manifiesta particularmente en las tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo de comunicación, artes del espectáculo, usos sociales, rituales y actos festivos; conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo, así como las técnicas ancestrales tradicionales.

Por la antigüedad de la población mexicana, que se puede remontar a miles de años, es necesario tener una perspectiva histórica para el estudio de su relación con la biodiversidad.

Los pueblos indígenas que hoy pueblan la frontera sur de México descienden de antiguos pueblos de las culturas maya, zoque y chiapaneca, con antecedentes en lo que se considera la cultura madre de Mesoamérica: la olmeca.

El establecimiento de los límites territoriales entre México, Guatemala y Belice no ha sido considerado para la creación de la frontera, ya sea desde la época de conquista y colonización.

Entre 3 mil 200 y 2 mil 400 años antes del presente (a. P.), Mesoamérica presenció el surgimiento, apogeo y decadencia de una de las grandes civilizaciones del México antiguo.

Dada la antigüedad de la cultura olmeca, para muchos es la fundadora del auge de los pueblos mesoamericanos desde hace más de tres mil años. Por eso “los habitantes de la tierra del hule” (lo que significa olmeca en náhuatl) son considerados la primera civilización y por lo tanto, la cultura madre de Mesoamérica.

El territorio ocupado por los olmecas abarcaba desde las montañas de los Tuxtlas, por el occidente, hasta la depresión de la Chontalpa, al oriente, siendo una región con notables variaciones geológicas y ecológicas.

Se han encontrado más de 170 monumentos; 80 por ciento localizados en los tres grandes centros de esa cultura: La Venta, Tabasco (38 por ciento), Lorenzo Tenochtitlán (30 por ciento) y Laguna de los Cerros, Veracruz (12 por ciento), pero su influencia fue más allá del su núcleo.

La Venta fue el mayor centro regional de los olmecas (200 hectáreas); poseía un singular espacio sagrado, el cual además de su acumulación de riqueza de elementos de carácter santuario contenía un recinto formado por columnas basálticas, ricos ajuares funerarios de jade, conjuntos de figurillas depositadas como ofrendas y estelas con figuras de posibles gobernantes. Lo que corroboraría la presencia de cultos públicos, una religión oficial y un sistema político encarnado en la figura de un gobernante legitimado por los antepasados.

Las zonas arqueológicas de los estados de la frontera sur de México, representan la herencia material de las civilizaciones que las construyeron después de un proceso evolutivo desde cazadores-colectores, pescadores y culturas agrícolas; no obstante, existe un profundo desconocimiento por la dificultad de referir sus evidencias desde un punto de vista científico acerca de su vida espiritual y mental, creencias, sentimientos, festividades, tabúes, su mundo sociopolítico, entre otras condiciones.

Los remanentes escultóricos, artísticos, aun destruidos son también vestigios de tal herencia cultural.

Las comunidades que lograron resistir al embate de los siglos son las descendientes directas de “los pueblos indios” de la época prehispánica en la actual frontera sur de México, siendo difícil definir los territorios que ocupaban.

Habría que imaginar un paisaje cultural diferente al actual: sin zacate ni ganado, sin borregos devorando arbustos y sin plantaciones de caña, plátano y café que hoy ocupan buena parte de planicies costeras como el Soconusco, Chiapas. Regenerándose al paisaje con su vegetación original, siendo también necesario considerar el tamaño de los centros de población y el número de habitantes de esas épocas, así como el uso de suelo para fines agrícolas, con un sistema de comunicación terrestre adaptado exclusivamente al tránsito de peatones; flora y fauna mucho más rica y diversificada y una red pluvial caudalosa. Los centros espirituales de estos pueblos los constituían las ceibas sagradas.

Los pueblos que actualmente descienden del grupo lingüístico mixe-zoque y los hablantes mayenses, comparten una frontera que corría desde el norte en la planicie costera del Golfo hacia el sur, entrando en Chiapas en línea recta hasta Tapachula sobre la costa del Pacífico. Al relacionar a los olmecas arqueológicos en donde quiera aparecen con los zoques en lugar de los mayas.

Entonces, la teoría más aceptada es que la cultura proto-mixe-zoque dio origen a las actuales culturas mixe, zoque y popoluca de Oaxaca, Chiapas y Veracruz. El origen de los chiapanecas en la Depresión Central ha sido un asunto polémico.

En 1571, los zinacantecos señalaron que habían inmigrado desde Nicaragua; sin embargo, los chiapanecas respondieron que “eran naturales”.

Los datos lingüísticos sugieren que el lenguaje chiapaneco parte del grupo macro-otomangue. Quizá debieron emigrar desde el centro de México. Su llegada a la Depresión Central ocurrió entre 800 y 1000 de nuestra era. Y después se expandieron, afectando a los grupos mayas y zoques de la región.

Los registros etnohistóricos sugieren que el actual municipio Chiapa de Corzo fue el más grande de los poblados chiapanecas.

La mayoría de las plantas y animales que forman parte del patrimonio biocultural de México y del mundo, son el resultado del proceso dinámico de adaptación de los grupos étnicos a sus territorios y ecosistemas.

La relación referida entre pueblos indígenas y biodiversidad hace pertinente que los recursos biológicos existentes en los territorios ancestrales de los pueblos indígenas sea considerado como patrimonio biocultural.

La propiedad ejidal o comunal de la tierra y los derechos agrarios hacen de nuestro país un caso muy especial.

El diseño de políticas públicas de manejo y conservación de la biodiversidad, y especialmente la implementación de programas, requiere tener claro que los pueblos indígenas y campesinos son actores centrales que deben ser tomados en cuenta.

Miguel Ángel Vásquez-Sánchez
Investigador jubilado de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur)
Correo-e: mavs51@gmail.com