Testimonios ribereños: el desbordamiento del río Tula en septiembre de 2021
Edith Guzmán Godínez y María Teresa Pérez Melgarejo
A continuación, transcribimos los testimonios de Tere y Edith. Añadimos pocas palabras, solo para seguir el hilo de su conversación e indicar quién habla (nota de la redacción).
Soy Tere Pérez, siempre he vivido en la ciudad de Tula. Desde hace más de 50 años vivimos en la casa que mis padres construyeron en Leandro Valle, en el centro de la ciudad, muy cerca del puente Zaragoza. Recuerdo una infancia feliz, en un espacio que conocía bien y que sentía seguro.
En el 2020 comienza la pandemia del Covid y con esto llegó la pérdida de mis seres queridos que enfermaron. Todavía con el dolor presente en mi corazón por la muerte de mis familiares, la noche del 6 de septiembre del 2021 mi vida cambió radicalmente por la inundación que nos arrebató nuestro patrimonio, nuestra vida cotidiana y nuestra tranquilidad.
Esa noche me encontraba sola en casa, viendo la televisión. Entonces recibí la llamada de una amiga para decirme que tuviera cuidado. El río Tula que pasa a espaldas de mi casa, venía muy crecido.
Tomé en cuenta su advertencia, salí a ver en una zotehuela del callejón y efectivamente, tenía un estruendo y volumen de agua que nunca había visto. Entré en pánico y comencé a gritar a los vecinos para que se salieran porque el río se iba a desbordar.
Afortunadamente me hicieron caso y pocos minutos después el agua comenzó a brotar de las coladeras. Salí hasta la calle principal y recibí una llamada de mi hermano. Decidí entonces regresar a la casa para subir las cenizas de mi papá. Cuando regresé, el agua ya me llegaba arriba de las rodillas, resguardé las cenizas en el segundo piso y volví a salir.
Algo semejante fue lo que me pasó, agrega Edith Guzmán Godínez. Vivo en la colonia Los Fresnos, muy céntrica, lo que quiere decir muy cerca del río Tula, porque esta ciudad creció organizada a orillas del río. Perdí todo mi patrimonio cuando se inundó por completo la manzana donde vivo.
Esa noche, tocó a mi zaguán un vecino gritando que nos saliéramos, ya que el agua había entrado con mucha velocidad a la colonia. Eran casi las once de la noche, me encontraba durmiendo y solo alcancé a ponerme unos tenis y una chamarra; mis dos hijos desesperados me decían que nos saliéramos de inmediato.
Abrimos el zaguán para que mi hijo sacara la camioneta de la cochera, pero en ese momento el agua entró a montones a la casa inundándolo todo y subiendo el nivel de agua aproximadamente un metro. Con eso bastó para acabar con todo lo que teníamos: muebles, ropa, documentos, recuerdos familiares, todo lo que hay en una casa. Sepan que no solo es agua lo que entró, sino aguas contaminadas, las aguas de desecho de los drenajes del Valle de México.
Lo primero que uno piensa –continua Edith– es saber cómo está la familia. Así somos, siempre buscamos de qué manera estar unidos en esas desgracias. Nos dirigimos hacia la casa de mi hermana, en el Barrio Alto, otra colonia más arriba y a donde ya no alcanzó a llegar tanta agua. Ahí estuvimos guarecidos tres meses y medio posteriores a la inundación, ya que nuestra casa quedó muy lastimada y con todo nuestro patrimonio inservible.
Al otro día de la inundación, fui temprano a la casa pero no pude entrar. El agua no bajaba. Solo 48 horas después del desbordamiento del río pudimos entrar a nuestras casas para tirar todo y empezar a limpiar, al igual que todos nuestros vecinos.
Tere retoma la palabra...
Como dice Edith, de manera natural uno piensa en sus seres queridos, en sus familias. Más en el caso de nosotros, que estamos en una ciudad pequeña donde vivimos desde hace muchos años.
Caminé hacia el centro del jardín donde vive mi tía. La casa de mis tías se encuentra a unos 120 metros del cauce del río y a 200 metros de mi hogar. Tres minutos después, el agua comenzó a ingresar al domicilio, a una velocidad muy rápida. En su desesperación, mi tía de 70 años intentó destapar los drenajes con un palo, yo estaba en el segundo piso con mi otra tía de 88 años, bajé para auxiliarla y que subiera para ponerse a salvo. En ese momento pensé que moriría ahogada y comenzamos a rezar pidiéndole a Dios que el agua ya no subiera más.
Permanecimos despiertas toda la noche del 6 al 7 de septiembre. Esperando la luz del día para solicitar ayuda. Si intentábamos bajar, el agua nos cubriría por completo. Para estos momentos ya no había energía eléctrica ni línea telefónica.
Casi al mediodía del martes, subí a la azotea para pedir ayuda, pasaron militares y les solicité auxilio. Entraron a la casa para apoyarme a sacar a mi tía mayor porque no podía caminar. Nos subieron a una lancha a cuatro personas. Intentaban llevarnos a donde encontrar un espacio sin agua. No habíamos avanzado ni 30 metros, cuando la lancha se volteó, al atorarse con un lazo que habían colocado los mismos militares para apoyarse en las labores de rescate. No supe nada, ni como nos rescataron, solo me aferré a unas bolsas de ropa que traía, hasta que sentí unas manos que bajaron del cielo y me sostuvieron cuando la corriente de agua comenzaba a arrastrarme.
Finalmente, los militares nos subieron a un camión y nos trasladaron al módulo de vigilancia del jardín. Nos dejaron ahí sin ninguna revisión médica, ni indicación de donde resguardarnos. Cada uno buscó cómo ponerse a salvo. Una persona nos apoyó y nos llevó a la colonia Iturbe en su auto, donde nos resguardamos con familiares hasta el viernes. Cuatro días estuvimos de refugiadas, porque no se podía regresar a las casas.
No crea que regresar a las casas fue la terminación del desastre. Fue un infierno constatar que es muy grande lo que nos pasó. Terminó la emergencia, pero la fragilidad en la que vivimos continua, tenemos ahora más miedo que se repita.
En cuatro días las aguas negras terminaron con mi patrimonio de toda una vida. El agua alcanzó el segundo nivel de la casa, casi medio metro de profundidad de agua. Afortunadamente las cenizas de mi papá se salvaron y tuve un poco de paz. Mis amigos, conocidos y clientes me apoyaron a sacar y limpiar mi hogar, aun con la pestilencia imperante en todos los rincones.
Lo más frustrante –dice Edith– es que todo lo teníamos que hacer los vecinos solos, como podíamos, pues no llegaba ayuda del gobierno ni para llevarse la basura en que se habían convertido todas nuestras cosas. Limpiamos por días completos, no teníamos alimentos ni donde guisar. Vino gente de buena voluntad a regalarnos comida.
Desde hace más de 40 años soy comerciante en el centro de Tula y mi negocio también se inundó. Así que no tenía casa y tampoco fuente de empleo ni ingresos. Perdimos todo, perdimos la tranquilidad para siempre. Ahora sabemos que el río Tula puede salirse, aunque no llueva en Tula, pues sirve como canal de desalojo de las aguas del Túnel Emisor Central y Emisor Oriente del Valle de México. Eso es lo que aprendimos de golpe y de mala manera.
La ayuda del gobierno llegó varios días después. Un reparto desorganizado de despensas, agua, ropa, colchonetas y 10 mil pesos como apoyo por familia, que solo nos sirvió para alimentos.
Ahora están investigando al ex presidente municipal por esos recursos que se malversaron o desviaron. Los que perdimos todo, no fuimos atendidos debidamente. Al gobierno no le importó dejar a tantas familias sin nada. Hay que decirlo fuerte, la contaminación de las aguas negras enviadas desde la Ciudad de México está afectando de manera grave la salud física y emocional de nuestra comunidad y nos han tratado con poca consideración.
Desde ese momento, concluye Tere, vivir aquí es un estrés permanente. Con solo que llueva en la Ciudad de México, estamos conscientes que subirá el caudal del río, esto no ocurría ya que anteriormente no estaba en operación el TEO.
Cada vez que llueve, nos gana la ansiedad, el estrés y el miedo. Me sentí decepcionada de las autoridades, ya que nunca nos dieron la cara y era nuestra única esperanza de resarcir el daño y comenzar de nuevo. Tenemos muy claro que debemos mantenernos unidas, organizadas, vigilando que se resuelvan los problemas de fondo para que no vuelva a suceder algo igual.
En nuestro grupo de damnificados nos damos ánimo y de alguna manera contribuimos para buscar soluciones, aunque las autoridades no quieren escucharnos.
Edith Guzmán Godínez y María Teresa Pérez Melgarejo
Damnificadas de la inundación y dirigentes de la Unión Todos Somos Tula