La educación ambiental sí es posible en América
Editores: Elba Castro Rosales y Javier Reyes Ruiz
En medio de una realidad laberíntica, de entre las fisuras nacen actos que se niegan a la impasibilidad ante un mundo ecológicamente roto y una sociedad cargada de dolor. Iniciativas que ocupan poco espacio, a las que quizá corroa el tiempo, pero que cobran significado por el esfuerzo humano que hay detrás; en este número de La Jornada Ecológica se esboza un muestrario que contiene proyectos, como seguramente hay miles, para los que resulta indispensable aprender a construir promesas de futuros.
Para ello se echan andar diversos motores: recuperar saberes ambientales ancestrales, defender un pulmón urbano, convivir de manera distinta con los animales, encontrar desaparecidos, democratizar el agua, conservar cuencas, organizar comunidades. Estas experiencias se sintonizan (a pesar de distancias y posibles divergencias), en la voluntad de hacer política para ir más allá de la política, es decir, asumiendo que en los procesos formativos resulta imprescindible resistir actuando.
La educación ambiental es posible, pero hay que demostrarlo. De ahí que se ha ido convirtiendo, no sin altibajos, en un campo de reflexión y acción que, sin perder la inquietud por investigar, busca superar el testimonio sobre los desastres ambientales y se compromete a una praxis con la que estudia y lleva a cabo intervenciones sociales, en cuyo núcleo está la preocupación por la formación de las personas.
En esta edición de La Jornada Ecológica presentamos diferentes rostros de la educación ambiental expresada en los movimientos sociales, en las juntas intermunicipales, en universidades y escuelas, en jardines etnobiológicos, en organismos civiles y citadinos, lo mismo que en comunidades rurales y un largo catálogo de realidades que demandan respuestas, las cuales implican muchas veces amputar certezas asentadas en la inercia de una sociedad cínica.
Si bien no ha logrado convertirse en un telar protagónico que entreteja los procesos y proyectos que se distribuyen en la geografía formada por los trayectos de lucha ciudadana, la educación ambiental, como parte del movimiento ambientalista, se pone cara a cara con las desmesuras que hoy amontonan víctimas de todas las especies vivas.
Cabalgando a horcajadas entre luces y derrotas se mantiene de pie aferrada a que la vida sigue siendo una posibilidad abierta y profunda.
La educación ambiental, como puede percibirse en este número, no es un inventario de procedimientos, sino una travesía en la que se exploran posibilidades que aprenden del pasado, pero que no quedan amarradas a él, lo que resulta mucho más vital para quienes buscan, en esta lectura, acampar en la desesperanza.