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MUJERES DE MONTAÑA

Hubert Matiúwàa

Pensar desde lo nuestro nos lleva a cuestionar la manera en que vivimos “lo comunitario”. Hay prácticas que debemos cambiar para el fortalecimiento de nuestra cultura. José Ángel Quintero Weir nos dice que el proceso de reaprender consiste en “la mirada desde adentro”.

se trata de hacer una revisión ética acerca de nuestro comportamiento como comunidad humana emparejada al resto de comunidades de seres presentes en el mundo; partimos siempre de la consideración de que todo problema aunque se
presente como externamente provocado, su origen nunca es del todo ajeno a nuestro propio accionar. Dicho de otra forma, por principio, al buscar el origen del problema que nos afecta, nunca debemos dejar de considerar nuestra propia  responsabilidad en la existencia del mismo, ello en virtud de la configuración ética que conforma nuestras cosmovisiones; pero también, como orientador de nuestro análisis de todas aquellas afectaciones con las que manifiesta su presencia el problema en la comunidad. (en Wopukarü jatumi wataawai: El camino hacia nuestro propio saber. Reflexiones para la construcción autónoma de la educación indígena.)

Cuando miramos hacia dentro, encontramos problemas que hay que revisar de manera autocrítica y comunitariamente,
como es el caso de las mujeres. En las asambleas se les niega la posibilidad de “poner la palabra”. Esta acción imposibilita su articulación política. En el pensamiento mè’phàà, el hecho de que todo tenga palabra es fundamental para entender la relación sujeto-sujeto, base de nuestra ética. “Poner la palabra” es la manifestación del ser político, permite tomar  decisiones que la comunidad tiene que respetar para la mejor vida de cada uno de sus miembros. Al negar la palabra de las mujeres, se les niega la posibilidad de ser y al negar que asuman cargos de representación comunitaria, sus problemas e intereses no son tomados en cuenta en las decisiones de la colectividad. Sus derechos son negados, es un problema que hay que analizar, contradice el principio de lo comunitario donde todos tienen palabra que se comparte y es guía.

La violencia hacia las mujeres en las zonas indígenas es la más elevada en todo el país, en la zona de la Montaña, las mujeres se venden por cinco mil pesos, alegando que es por usos y costumbres, una de las formas en que se ampara el machismo comunitario para vender usurera y descaradamente a las niñas. En algunos pueblos los padres que se rehúsan a vender a sus hijas son procesados en las comisarías para que paguen la cuota y las mujeres que se niegan a casarse son desterradas del seno familiar, orilladas a escapar a un mundo hostil.

El alcoholismo ha generado violencia en las familias que muchas veces termina con el asesinato de las mujeres, casos no registrados en los índices de feminicidios porque no hay forma de hacerlo, por las condiciones de exclusión y porque la  violencia intrafamiliar está normalizada. A las niñas se les inculca que la finalidad de su vida es casarse, que un hombre debe mantenerlas y decidir por ellas, aunque ellas terminan trabajando para mantener a sus hijos y a sus maridos.

El trabajo que hacen las mujeres no es valorado, situación que contradice el principio de construirse el nombre a partir del trabajo, expuesto en textos anteriores: “se debe construir el nombre a través de trabajos comunitarios, asumir  responsabilidades, tener la capacidad de hacerse cargo de los otros para el bien de la comunidad y su funcionamiento, la lógica no es de ganancia, ni de salario, sino de servicio a la comunidad, el ser significa trabajo”. (Véase Tu nombre en el  tiempo Mè’phàà, en Ojarasca, enero de 2018).

Sin las condiciones para hacerse de un nombre en los sistemas de cargos comunitarios, a las mujeres se le somete a la lógica del machismo que justifica la violación, la violencia física y psicológica, y son recluidas al trabajo doméstico como único espacio donde pueden realizarse como personas. No podemos negar la denuncia que hacen las mujeres de los pueblos originarios, viven una triple dominación; racista, patriarcal y clasista.

“La colonialidad para nosotras es fundamentalmente Entronque Patriarcal, o sea es la forma sistémica de reajustar el patriarcado originario y ancestral que era patriarcado pero no con violencia del patriarcado europeo, pero que al entroncarse estos dos patriarcados crean pactos entre hombres que luego van a significar que los cuerpos de las mujeres indígenas, nuestras abuelas y abuelas de nuestros hermanos, resultan soportando todo el peso del nuevo patriarcado moderno, con su violencia y violación de los cuerpos de las mujeres triple y cuádruplemente ejecutados” (Francesca Gargallo: Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en Nuestra América. Editorial: Desde Abajo, 2012. p. 201).

Feministas como Julieta Paredes y Lorena Cabnal sostienen que “la organización de las mujeres indígenas es en beneficio de la buena vida para todas las mujeres”; que “quizá los conceptos feministas no existen en lo indígena pero sí en la práctica, como hecho en donde se buscan su liberación, ya que las mujeres de los pueblos también luchan en muchas ocasiones con los feminismos occidentales”.

Mirar hacia adentro nos ayuda a reflexionar sobre el xó-, el cómo de nuestras experiencias. Cómo se vive el machismo y cómo planteamos resolverlo desde el nosotros. Las mujeres son parte fundamental en la economía de una comunidad, son esencia de las luchas de reivindicación territorial y cultural, negar la palabra de las mujeres es negar la reproducción de una política desde el nosotros. La que debe caminar con todas sus partes; violentar una es violentar a todo el cuerpo comunitario.

Es indispensable un filosofar que plantée soluciones para la buena vida. Pensar con nuestras propias categorías filosóficas afincadas en nuestra lengua, historias de origen y territorio, nos ayudará a reconstruirnos como un gran cuerpo comunitario que, sin nuestras partes, nos condenamos a morir.

Un anciano dio un consejo a una pareja de recién casados:
–Ahora son una cabeza, una cabeza dirige la familia, no dos, una. Al preguntarle sobre el sentido de lo que dijo, explicó:

–No dije que el que tiene que mandar es el hombre o la mujer, si no que los dos son una cabeza, tienen que respetarse, se necesitan para ser familia, no pueden tomar una decisión sin consultar al otro, los dos se hacen responsables de lo que haga cada quien, es como la casa del mundo, todo se sostiene por sus partes.

En la familia, igual que en las asambleas, se debe consensar antes de tomar una decisión. La casa representa la base de la comunidad donde aprendemos a ser otros. Lo contrario ocurre actualmente, la familia es motivo para que las mujeres abandonen sus proyectos y pasen a ser “amas de casa”. Desde afuera y adentro de la comunidad los hombres han construido el poder que ahora somete a la mujer, como bien nos dice Francesca Gargallo: “Ahí donde existe un privilegio, un derecho es negado, precisamente porque los privilegios no son universales, como son pensados los derechos (igualmente, ahí donde un derecho es negado, se construye un privilegio)”. Esta situación no es natural, por tanto, es posible cambiarla, las mujeres han dado experiencias de ello.

Una reconstrucción de lo nuestro debe partir de una despatriarcalización, es necesario fundamentarnos en la memoria oral, sistematizar el pensamiento ético de nuestras historias de origen, para proponer una pedagogía que recoja el simbolismo de nuestra cultura, reactualizarlos para reeducarnos, “recuperando nuestra educación propia podemos transformar y fortalecer las relaciones entre mujeres y hombres para vivir juntos cada día con confianza solidaridad y compresión dentro de nuestro territorio. Y también a fuera, cuando debemos salir” (Gargallo, op. cit.)

Nuestra palabra nace en el espacio donde nos escuchamos y respetamos, al poner la palabra nos podemos aconsejar. De manera individual no puede saberse lo que es bueno o malo, hacernos responsables de nuestra palabra y de la palabra de los otros es el fundamento de nuestra ética y la búsqueda de nuestra dignidad.

En la Montaña, las mujeres se han organizado de diversas maneras. El ejemplo de la CRAC-PC (Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía comunitaria) es relevante. Ha sido un espacio donde las mujeres han externado las problemáticas que sufren en el interior de la comunidad. Donde han dialogado y compartido sus experiencias de lucha con otras mujeres. En 2010 dan a conocer una carta en donde demandan la participación política, resaltando los siguientes puntos: “Que se garantice la participación de las mujeres en las Asambleas respetando su derecho a voz y voto”, y “que se fomente y se respete la organización y participación de las mujeres en los asuntos de la comunidad”.

Muchos de los puntos estipulados en las demandas no han sido efectivas, dentro de la comunidad hay relaciones de poder que debemos atender de manera crítica. Desde afuera se suma la agresión sistemática que hacen los gobiernos a las organizaciones que buscan la reivindicación de su saber, como el caso de la CRAC-PC.

Nuestra cultura debe replantearse nuevas formas de convivencia, asumir el compromiso de reeducarse desde adentro para resistir la violencia del afuera. Hay nuevas amenazas de escala global enfocadas al despojo de nuestros territorios, saber y lengua. Ante esa situación debemos replantear cómo era antes para ir desmitificando y reforzando nuestro propio saber, es necesario llegar al tiempo donde todos los seres del mundo nos encontremos en una sola palabra, ese tiempo debe empezar con nuestra reeducación.

Las mujeres de la Montaña, como lo relatan nuestras historias de origen, tienen el reloj del tiempo en su vientre, por eso las palabras mujer (a’go), luna (gòn’), mes (gòn’), tienen una misma raíz léxica y son base del conocimiento de la tierra y los tiempos de auto producción. Entonces, ¿por qué las mujeres no tienen decisión sobre el tiempo de reproducción de su cuerpo? ¿Por qué su palabra no se vuelve eco en el corazón de la montaña? Nuestro pueblo tiene mucho que aprender de sí mismo, tiene que transformar sus costumbres, repensar su forma de vida, valorar el trabajo de todos los miembros, respetar sus propias diferencias. La lengua y nuestro saber se mantendrán vivos mientras los resignifiquemos para transformar  nuestra vida sin olvidar lo que somos.

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