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¿EL FIN DEL LAGO DE TEXCOCO? / 256

Yuriria Juárez, Leonel Rojas e Itzam Pineda

El proyecto de un aeropuerto sobre el lecho del antiguo lago de Texcoco ha encontrado, desde hace 17 años, la oposición y resistencia activa de los pueblos, barrios y comunidades que históricamente han habitado la región. Fueron muchas de estas comunidades campesinas, agrupadas en el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), las que defendieron su territorio contra el despojo que pretendía consumar el gobierno de Fox. Son las mismas que resistieron la brutal embestida policial en mayo de 2006. Y son los mismos campesinos que hace cuatro años se declararon en abierta rebeldía contra el nuevo intento expoliador presentado por Peña como el más moderno aeropuerto de América Latina.

Este año, durante la campaña electoral, el tema del  aeropuerto fue subido a la palestra por el candidato López Obrador. El atrevimiento de la crítica al proyecto suscitó la cólera de la clase empresarial y rápidamente el tono crítico del discurso del candidato encontró matices y se acomodó en la ambigüedad. Un mes después de la jornada electoral, el triunfador de la elección del primero de julio se ha reunido en varias ocasiones con los empresarios implicados, y con funcionarios y técnicos de la actual administración. En contraste, las comunidades afectadas, que en varias ocasiones han pedido audiencia al virtual presidente electo, han sido despreciadas por éste. Increíblemente, la invitación al diálogo para debatir las perversidades del proyecto que los campesinos fueron a dejar a la casa de transición instalada por Morena en la colonia Roma, desató en redes sociales una fúrica reacción de parte de muchos seguidores de AMLO. Sin pudor, ahí se expresó el más rancio racismo contra los campesinos de la región con el objetivo de desacreditarlos como sujetos implicados en el asunto. Sin embargo, más allá de la devastación ambiental, de los problemas técnicos y financieros y de la gran telaraña de corrupción apenas develada, los pueblos enarbolan su derecho a participar sobre el futuro de su región y a involucrarse como protagonistas en el debate, pues lo que se encuentra en juego es su propia continuidad histórica. Los derechos de los pueblos se sustentan en la relación histórica que con su territorio han construido.

La cuenca en donde hoy se encuentra la Ciudad de México ha sido históricamente un lugar geográfico propicio para el florecimiento de la vida humana. Sus serranías, escurrimientos de agua y los ríos que decantaban en los lagos formaron paisajes fértiles que fueron la base para la conformación de las principales civilizaciones del centro de nuestro país. Los pueblos colhuas, acolhuas, tepanecas y mexicas se constituyeron como culturas agrícolas y lacustres. Su desarrollo transcurrió entre islotes, chinampas y canales de riego.

En la región de Texcoco donde actualmente se construye el NAICM, los primeros asentamientos humanos datan alrededor de 11 mil años (Acosta, 2007) y el desarrollo civilizatorio de la cultura acolhua corresponde al siglo XI de nuestra era (Mohar, 1994). El Acolhuacan fue tributario y abastecedor de la ciudad de México-Tenochtitlan de productos agrícolas y lacustres (patos, pescados, alga espirulina, tequesquite, sal de tierra y productos de la milpa). El señorío, albergue de una gran diversidad cultural absorbida de inmigraciones desde el norte chichimeca, el occidente purépecha, el totonacapan y la mixteca, fue descrito por los conquistadores como de gran magnificencia, incluso mayor a la de México-Tenochtitlan.

Con la invasión española y el avasallamiento del Estado mexica, la capital tenochca fue destruida y junto con ésta se arruinaron las obras de infraestructura que contenían los niveles hídricos en épocas de lluvias y separaban las aguas dulces de las salobres. Desde el siglo XVI inició un proceso de desecación con una doble finalidad en beneficio del centro de poder de la Nueva España: disminuir las constantes sublevaciones indígenas y combatir las inundaciones que le asolaban.

La embestida colonial contra los lagos y sus pueblos fue continua: desviaciones de los ríos que decantaban en el lago, obras de desagüe, canales, túneles, etcétera. No obstante, la ciudad se seguía inundando por meses. Fue hasta 1900 que se concluyó un gran túnel que desembocaba en el río Tula. Datos oficiales consignan que la obra arrojaba fuera del valle la cantidad de tres mil 800 litros por segundo y para 1904 habían salido más de mil millones de metros cúbicos de agua, circunstancia que marcó la etapa final de desecación del lago de Texcoco. (“El crecimiento urbano de la Ciudad de México y la desecación del lago de Texcoco”. Revista Relaciones No. 76, El Colegio de Michoacan, 1998). Porfirio Díaz concedió esta última fase al hacendado Íñigo Noriega, acaparador de grandes extensiones de tierra al oriente de la ciudad.

Para los otrora pueblos de las orillas del lago, la desecación significó no sólo el despojo de sus antiguas formas de subsistencia, sino el casi total exterminio de su cultura basada en el lago y la agricultura. La relación histórica con el territorio ha permitido a los pueblos construir un conjunto de conocimientos primordialmente a través del trabajo. Los habitantes del oriente de la cuenca han caminado sus valles, veredas y montañas, han navegado los lagos y canales recolectando, cultivando, pescando y cazando para su alimentación, salud y bienestar de forma comunitaria.

Todas las actividades las han realizado siempre a la sombra de una relación profundamente desventajosa con la capital del país. Así, han conformado sus formas propias de organización desde el antiguo calpulli hasta el ejido moderno y los comités de agua, rasgo particular de la región. Entre la ciénaga, el piedemonte y la zona de montaña se han articulado circuitos festivo-religiosos, redes de producción y de comercio, relaciones de parentesco y procesos organizacionales que hoy están en riesgo. Actualmente y a pesar del acelerado proceso de urbanización, tan sólo en los terrenos de la orilla del antiguo lago se siembran más de 8 mil hectáreas y se cosechan 150 mil toneladas de granos básicos al año. La labor se hace en suelos mejorados por decenas de generaciones que los han convertido en aptos para la agricultura. La vida social de los pueblos se ha configurado en la relación con la economía de la ciudad, pero aun así ha mantenido su estructura comunitaria.

Así, la disyuntiva para el nuevo gobierno no es sólo por continuar o cancelar un aeropuerto. Se trata de una bifurcación histórica entre continuar y tal vez concluir el proyecto colonizador iniciado por Cortés con su encomienda y Díaz con sus haciendas para acabar con el lago. Eso, o permitir que por primera vez en cinco siglos los pueblos decidan el futuro de una de las regiones culturalmente más importantes de México y el continente. Esta opción sería mucho más cercana a la que proyectó Benito Juárez cuando navegó por Texcoco en un barco de vapor con el sueño de un sistema lacustre de transporte. El presidente trashumante vislumbró un lago vivo, un espejo de agua incorporado a la vida de la ciudad, no su aniquilación.

¿De qué lado de la historia se pondrá el nuevo gobierno? ¿Hacia dónde dirigirá la cuarta transformación? La naturaleza, la historia y el derecho respaldan a los pueblos en su lucha por defender su territorio.

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Los autores son miembros del equipo antropológico acompañante del FPDT.

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