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HISTORIAS DE ORIGEN

Hubert Matiúwáa

Cada cultura interpreta al mundo de acuerdo a los problemas y necesidades que enfrenta. Sistematiza esos conocimientos para hacer de ellos una experiencia que tiene que transmitir a las nuevas generaciones. Son los discursos que tienen la finalidad de educar y mantener viva la memoria, mediante lo que conocemos como las “historias de origen”: en ellas se da respuesta a las principales preguntas de nuestro filosofar. ¿Qué somos? ¿Qué es el tiempo? ¿Por qué existen los cerros y ríos? ¿Cómo nació nuestra lengua? ¿Por qué debemos comportarnos de cierta manera?

El pueblo mè’phàà tiene una manera particular de contar sus narraciones, todas empiezan con un xó (cómo):

• Matháàn xó nigi’nuu xòwè wajiùú ìdo nìge’è numbaa (Te contaré cómo le pasó al tlacuache cuando apenas empezaba el mundo).

• Matháà, xó nìthaxii dxá’àn xàbò tsí naskòó (Te contaré cómo un hombre flojo se convirtió en zopilote).

El Xó (cómo) es el saber que viene de las experiencias, tienen la finalidad de articular el presente en relación al pasado, permite aprender, tener una guía a partir de lo vivido o construido por otros. “Nuestro saber se fundamenta de las experiencias colectivas, por esa razón, sostenemos que nosotros los mè’phàa, no tenemos el concepto de verdad absoluta, en vez de ello, tenemos experiencias que contar; esto implica que cada pueblo se construye y resuelve sus problemas desde la diferencia, a partir de su territorialización en donde está implícito una política, idioma y religión, que constituyen el fundamento de su filosofar”. (Ver artículo: “El diálogo de experiencias: el ló’(nosotros) y el xó’ (nosotros de los otros)”). No hay experiencias universales de interpretar al mundo, cada cultura construye la propia.

Hay muchas formas de narraciones y cada una tiene su propia finalidad y estructura.

Las que tienen una profunda enseñanza ética, se reactualizan a través de las ritualidades, tienen la finalidad de hacer que la enseñanza reencarne, afectan directamente al cuerpo, pueden cambiar de forma pero no en lo sustancial. Si no se hacen, suceden enfermedades o cosas malas; por ejemplo: en la ritualidad de los nuevos gobiernos, si los comisarios no hacen el ritual para entrar en la casa del trabajo, hay conflictos, enfermedades o catástrofes ambientales, el ritual consiste en bañarse en el río donde nació la guía de la calabaza que dio origen al pueblo, ayunar durante 9 días cal y chile, enterrar un tigrillo bajo la mesa del comisario y en las colindancias de territorio comunal, para que el nuevo comisario se transforme en tigre, sepa lidiar con valor los problemas, sea sigiloso y sabio para su pueblo.

Hay otras formas de narración. Las que explican las realidades que cambian se convierten en historias que relatan un tiempo determinado; por ejemplo, el tiempo de cuando se abrieron los caminos refiere a la interrelación con otras culturas y el origen de las relaciones de comercio que se extendió entre varios pueblos de la zona de la Montaña de Guerrero. De éstas pertenecen las historias de las tuzas, quienes se les considera como las abridoras de camino, las de los viajeros que enfrentaron nuevas realidades más allá de su territorio: de ellos conocemos las historias del hombre espina, los hombres sin cabeza con quien se tenían que paliar toda la noche para que vomitara dinero (el nuevo recurso con poder adquisitivo), las historias de cuando los animales tenían palabra, fundamento del tiempo ético de nuestra palabra.

Las narraciones cambian conforme la comunidad enfrenta nuevos problemas. La historia del hombre que se transforma en zopilote, en principio se transforma por flojera de trabajar la tierra, luego porque no tenía buena cosecha, después para emigrar a los Estados Unidos, actualmente su trama es vigilar si viene el ejército a quemar su amapola.

Los ritos, los cantos, las historias de origen, los cuentos y la poesía son parte de estas narraciones, son nuestra voz, el testimonio de nuestro estar en el mundo. La necesidad de contar viene de la necesidad de hacer memoria colectiva, cada pueblo sistematiza, recrea y llama sus “historias de origen” de distinta manera. En ellas se encuentra la base de nuestro filosofar en la política, ética, epistemología, por nombrar categorías de la lengua hegemónica.

Sin embargo, el saber de la oralidad ha sido excluido, se ha minimizado por el colonialismo. “¿Cómo reconstruir nuevamente los significados, las respuestas, los códigos que den cuenta del mundo nuevo desde la voz, la presencia y la sabiduría de los ancestros? ¿Qué mundo construir ahora, luego de cinco siglos, con qué referentes, bajo qué condiciones?” (Revista Yachaikuna, marzo del 2001. La construcción de saberes en el mundo no oficial. Recuperado en: http://icci.nativeweb.org/ yachaikuna/1/editorial.pdf).

Hay un proceso que los pueblos del sur llaman Oralitura, es la combinación de la memoria oral con la literatura, concepto que contextualiza el poeta mapuche Elicura Chihuailaf, en nuestro continente. La oralitura surge ante las nuevas amenazas en el saber de los pueblos, hay una cultura que ha hegemonizado la manera de hacer memoria y da valor a la escritura como única forma, en su lógica, tenemos que escribir en sus reglas para ser pueblos con saber.

¿Qué perdemos y que ganamos ante esta nueva situación? Hoy, hay una necesidad de sistematizar nuestro saber, el nuevo tiempo nos obliga a dar soluciones para no desaparecer. En la transición de la oralidad a la escritura se pierden muchas cosas; entre ellas, las ritualidades del diálogo, el saber de la oralidad se sitúa desde un horizonte distinto de generación y trasmisión de conocimientos.

La escritura sistematiza y cierra la posibilidad de la recreación, petrifica las experiencias, el conocimiento pasa hacer individual, la del autor y de la editorial, en cambio, en la memoria oral está abierta para que cada pueblo de acuerdo a su propia visión reinterprete su historia ante los nuevos problemas que enfrenta, por tanto, la memoria es colectiva y siempre dinámica. Los contadores de historias y de las ritualidades son los xi’ña, (abuelos del pueblo), que a través de su palabra pueden ordenar los distintos tiempos. Los cantores se les llama I’tsúun, (abuelos mantis), ellos se guían del hacer de este animal, el de alzar la mano y señalar, así los cantores son los orientadores de la historia del pueblo y de la palabra.

Al contar una “historia de origen” tiene que ser dinámica al tiempo en que es narrada, tiene que reencarnar en quien la escucha, resolver sus preocupaciones, por eso el contador debe escuchar siempre a la palabra de su tiempo sin olvidar las palabras de otros tiempos de dónde le viene la memoria.

La oralitura no se limita a la escritura, hay muchas formas de escribir, por ejemplo, los videos, audios, etcétera. En un país dónde se hablan 68 lenguas distintas, es necesario exigir el derecho a que se respeten estas formas de conocimiento, que en las universidades los estudiantes pertenecientes a las culturas orales, puedan hacer valer su conocimiento de las diversas maneras en que se presenta la oralidad, que puedan titularse con una tesis oída y discutida en su comunidad.

Buscamos que se enseñen en las escuelas de todos los niveles los idiomas que se hablan en México, que en cada entidad federativa se hable el idioma propio más el español, que se contemple el pensamiento de los pueblos en la defensa de sus derechos en los tribunales de justicia, existan leyes que hagan respetar el saber de la territorialidad.

El reconocimiento de los aportes teóricos de nuestras “historias de origen” apuntan a la eticidad de las reciprocidades y solidaridades comunitarias, dan fundamentos para proponer una interculturalidad para superar la crisis de significados que actualmente vive el mundo. La oralidad es distinta para cada pueblo, así la oralitura será reinterpretada según las necesidades de cada territorio de Nuestra América.

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