Bolivia. Por debajo del radar oficial
Creo que mi desafiliación temprana de la política estatal me permitióasumir con serenidad la grave disyuntiva que me puso enfrente la octava marcha del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isidoro-Sécure). Tomé partido por las comunidades indígenas moxeñas, yuracarés y tsimanes, y me opuse al proyecto cocalero de la carretera con la que se seguirádestruyendo al bosque y a la gente. Tomar partido no es pasarse de un lado al otro. Es buscar un “entre” que me permita una comprensión no lineal de la historia que se disputa en el TIPNIS, donde también sale a la escena el tema de la coca. Y por eso, en míy en mucha otra gente, comenzó una deriva hacia otro lugar desde el cual enunciar el pensamiento y ejercer la voluntad o el deseo de la acción.
El TIPNIS alberga un vital ciclo histórico para las comunidades moxeñas, que desde Trinidad, San Ignacio y otras reducciones misionales emprendieron la búsqueda de la Loma Santa. En su libro De la Loma Santa a la Marcha Indígena por el Territorio y la Dignidad (1992), Zulema Lehm relata cómo las y los buscadores de esa tierra sin mal estaban recuperando sus áreas de caza y pesca del período pre-reduccional, internándose en lo más profundo de la selva. El territorio del área nuclear del TIPNIS fue precisamente ese espacio, libre de la intrusión y el acoso de los karayanas. Diez años después, Zulema Lehm y su equipo mostraron cómo en este proceso se formaron comunidades interétnicas a través de matrimonios mixtos, que permitieron a la gente moxeña aprender conocimientos vitales de los otros pueblos indígenas, para vivir sin penurias en los ríos y bosques de ese parque nacional. El último “brote mesiánico” (1984) fue conducido por una niña de 14 años, que a través de sueños y profecías les condujo hacia las áreas que hoy ocupan varias comunidades del TIPNIS (Lehm 1992, Lehm y otros 2002).
Lo interesante de estos libros es que nos permiten vislumbrar a la vez las fortalezas y las debilidades de esas comunidades y el modo en que, ante el creciente acoso karayana, ellas se dotaron de liderazgos capaces de interpelar, en castellano y con lenguajes modernos, al Estado y a la sociedad entera con una idea central: Territorio y Dignidad. Desde entonces, la defensa de los bosques del oriente y el derecho a vivir en ellos libremente, gozando a la vez de reconocimiento estatal y ciudadanía, han sido la columna vertebral de las nueve marchas indígenas de tierras bajas que llegaron —o intentaron llegar— a la sede del poder. Esto indica que la presión maderera, ganadera, mafiosa y agroindustrial no ha cesado, y a ellas se añade hoy la presión estatal, cuya finalidad no es otra que la de cumplir con delirantes “iniciativas de integración regional” a escala sudamericana.
Lo enorme de la amenaza no quita lo pequeño, lo profundamente menor y significativo que es la población habitante y conocedora de esos ecosistemas, gente de los bosques, hablante de las lenguas moxeña, tsimane y tawuibo. Las comunidades multiétnicas del TIPNIS estuvieron entre las más activas y persistentes de las nueve marchas, por la magnitud de la invasión que se les venía encima. En medio de la confrontación de Evo Morales con los políticos de la Media Luna, se abre en 2008 un grave “momento de peligro” para esas comunidades, a raíz de la firma de los primeros convenios con Brasil para la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxo. El Tramo II de esa carretera, de apenas 75 km, cruzaría por el centro del parque, lugar sagrado que se extiende entre los ríos Isiboro, Ichoa y Sécure. Pese a la propaganda estatal, sólo unas pocas de las 64 comunidades que allí habitan, podrían usar esa costosa obra como vía de comunicación.
Estas constataciones se han ido abriendo paso en la conciencia pública y en la investigación académica durante las últimas décadas. Me he nutrido de ellas para escribir este trabajo, pero sobre todo he revivido los días de tensión y angustia colectiva que rodearon a la octava marcha. Recordéla rabia y la impotencia que sentimos; el rayo de indignación que electrizó a la gente al ver las imágenes de Chaparina, capturadas por comunicadoras indígenas y gente amiga/solidaria. En el transcurso del mes siguiente, una vez repuesta la salud de los marchistas y reorganizada la marcha, se le unió una delegación del Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (Conamaq) y varios grupos solidarios. A su llegada, el 19 de octubre, fui testigo del ingreso a La Paz de esas inmensas columnas de marchistas, pude percibir su fatiga y alegría, su orden y su música, lo que me hizo ver una de las caras de la medalla, la más diáfana y luminosa. La luz (qhana) que significóel qhananchawi del TIPNIS (siendo la crisis de Chaparina su rayo anunciador) me ha ayudado ubicarme en un punto de mira por debajo del radar oficial, y a diseñar una táctica de comprensión de los hechos basada en el relato, testimonial y reflexivo, de la cotidianidad y de los momentos claves de esa crisis: las marchas, vigilias, conflictos y disputas en el territorio, donde también pude vislumbrar, a partir de sus huellas, lo que ha estado ocurriendo entre pasillos y cónclaves secretos, en el curso de los años del gobierno “indígena” de Evo Morales.
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Extracto del extenso ensayo “TIPNIS: la larga marcha por nuestra dignidad”, en Cuestión Agraria, número 4, La Paz, Bolivia, 2018.
http://www.ftierra.org/index.php/publicacion/revistas/176-cuestion-agraria-n-4-tipnis