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DONDE EL VIENTO TIENE NUEVOS DUEÑOS

ALESSANDRA GALIMBERTI

MEGAPROYECTOS, DESPOJO Y MUERTE EN EL ISTMO DE TEHUANTEPEC

No imagino que de repente un desconocido plantara en mi jardín una enorme excavadora para sacar del subsuelo oro, plata o zinc, sin importarle mis flores, mi ceiba, mi altar de plantas o la esquina donde todas las mañanas se tiende el perro a captar los primerísimos rayos del sol. Supongo que nadie imagina algo así en su propio terreno o en su casa.

Y sin embargo, algo muy parecido sucede una y otra vez en las comunidades indígenas del país. “Lejanas” de nuestras urbes, de nuestros ojos y sillones afelpados, pero tan cerca de las mujeres, los hombres y los niños que las habitan, construyendo sus sueños y sus vidas.

Son comunidades que cómodamente mantenemos distantes de nuestro horizonte y nuestro confort, a fin de no tener que posicionarnos ante una realidad a todas luces tan llena de injusticia y de violencia.

Y es que allá, en esos parajes “remotos” en los que no queremos pensar, llegan y se imponen impunemente poderosos corporativos empresariales; con la anuencia (total complicidad) de los gobiernos de turno, que brindan oportunamente todas las facilidades, se plantan en medio de territorios comunales violentando la propiedad social de la tierra, para explorar y explotar yacimientos mineros o instalar interminables parques eólicos con centenares de aerogeneradores, cuyas palas rompen el viento como rompen el paisaje y la vida de millares de personas.

Esto ocurre en el Istmo de Tehuantepec, rico en minerales y en un recurso altamente codiciado en el marco, según el discurso oficial, de los esfuerzos internacionales contra el calentamiento global: el viento. Desde hace algunos años, mineras e inversionistas en las llamadas energías limpias y renovables están estableciéndose por doquier. Ahí donde don Marcelo iba a cazar liebres, ahora hay una mina. Donde doña Queta recolectaba hierbas para curarse del espanto, hay un molino. Donde la comunidad entera realizaba ofrendas y rituales de agradecimiento, hay una mina. Donde las señoras iban a proveerse de madera para sus fogones, hay otro molino. Donde los chivos pastaban hasta saciarse, hay otra mina. Donde niños y niñas volaban sus papalotes, hay otro molino. Donde los pescadores descansaban tras la faena en el mar, hay otro molino más. Ahí donde se cultivaba y bendecía la tierra, hay otro molino más. Por donde las aves pasaban camino al sur hay tantos molinos que chocan una y otra vez. Y así hasta el infinito el recuento de los quebrantos causados por cada mina o molino en comunidades como Unión Hidalgo, con campos de aerogeneradores que se extienden hasta la misma orilla del pueblo, o La Venta, La Ventosa, Ixtepec, Ixtaltepc o San Francisco Ixhuatán, entre otras.

Pero a las empresas no les importa nada: Plata Real, Recuperadora, Tradeco, Autlán, First Mining Gold Corp, son algunos de los corporativos mineros en busca de El Dorado. Por su parte, las compañías eólicas proliferan, procedentes sobre todo de España, pero también de México, donde operan accionistas o filiales de las firmas extranjeras: Acciona Energía, Alesco, Bimbo, Central Eólica de México, DEMEX, Ecowind, Eólica de Oaxaca, EDF, Endesa, Enel Green Power, Femsa, Gamesa, Iberdrola, Grupo México o Vestas de Dinamarca. Estas son tan sólo algunas de las tantas que ponen su logotipo en lo alto, bien visible, en las enormes turbinas de los aerogeneradores que desprenden un continuo y desesperante ruido día y noche.

Indiferentes a sus numerosos impactos, estas compañías llevan adelante sus proyectos a como dé lugar, de espaldas a los pueblos originarios ahí asentados.

Bimbo, por ejemplo, invierte en aerogeneradores para el autoabastecimiento eléctrico de sus mismas plantas industriales o, en su caso, para la venta de la electricidad a empresas socias o afines, tales como Soriana. Sus aerogeneradores no producen electricidad para el “pueblo” de México, ni mucho menos para las comunidades donde están instalados, sólo para su beneficio. En tanto, las comunidades donde se localizan estos parques eólicos se enfrentan a recibos de servicio eléctrico absurda y abusivamente elevados. Así pues, los molinos producen energía para grandes consorcios comerciales que están adueñándose del viento, ese viento sagrado para los ikoots, de la misma manera que las mineras se están apropiando de esa tierra venerada por los zapotecas.

¿Y qué pueden hacer los campesinos o pescadores indígenas frente a esa mole, frente a esa inmensidad de poder que ostentan las empresas, blindadas por el gobierno y las instancias financieras internacionales? Optan por organizarse para hacer una marcha o bloquear una carretera, chance llegue la televisión, voltee a verlos y puedan exclamar algo así como “aquí estamos, existimos y no queremos perecer”.

Nadie les hace caso; el poder es inmenso y las empresas despliegan un gran abanico de artimañas para apostarse y no moverse. Comienzan por enarbolar como bandera el discurso del desarrollo y el empleo, dos palabras que tienen gran poder de encantamiento y operan como espejuelos muy efectivos para captar adeptos dentro de las comunidades, dividir y corroer la cohesión interna. A través de campañas de difusión, perifoneos, kermeses o reparto discrecional de despensas, van engatusando a ciertos sectores de los comuneros que de repente se encandilan con la idea de recibir un sueldo, poder acudir a cualquier Elektra de la zona y endeudarse (como una acción de afirmación y ciudadanización) en la compra de una pantalla plana para tener la sensación, así sea efímera, de que sí hacen parte también ellos del país.

Se trata, empero, de una oferta de trabajo que lo único que logra es mutar la economía indígena de autosustento, de signo autónomo, en una economía dependiente, capitalista y asalariada, que de manera temporal (ni siquiera permanente) integra a los nuevos contingentes de trabajadores como mano de obra barata y explotada.

Estamos pues ante la propuesta de un desarrollo ilusorio que, en vez de expandir la calidad de vida de los indígenas, resquebraja todo su molde cultural dejándolos en la nada, o peor todavía, en el limbo. Las promesas constituyen otro poderoso gancho: las empresas prometen con bombo y platillo, sin cumplir en la práctica, que van a realizar grandes mejoras en las comunidades, con obras públicas e infraestructura. Son obras, todas ellas, que resultan ser invisibles.

Por otro lado, aseguran la avenencia de las autoridades municipales, cooptándolas y ofreciéndoles prebendas tales como carros o dinero. Mientras, imponen contratos leoninos a aquellos adeptos, que mal argumentando disponer propiedades privadas, les rentan indebidamente terrenos, con la ilusión de escalar socialmente y ganar privilegios. Lo más preocupante es la manera en la que se neutralizan las voces disidentes de indígenas que, lejos de dejarse persuadir por estos grandes corporativos, oponen resistencia y defienden su territorio, sus recursos naturales, su cultura y su dignidad.

A ellos y ellas se les desprestigia y difama, se les señala, estigmatiza y segrega de la vida comunitaria. Se les hostiga, amenaza, amedrenta y, cuando no entienden, cuando no entienden, mejor que se olviden de sus estupideces, y se les elimina físicamente.

Así sucedió con Luis Armando Fuentes Aquino, humilde pescador de Cerro Grande, asesinado en abril de este año al regresar de una jornada de protesta. Había sido uno de los impulsores de la huelga al pago de luz, así como de la declaración de su municipio como territorio libre de minería. Terco, no entendió que debía dejar de lado su lucha, y lo mataron. Nadie sabe y tal vez nadie sabrá nunca quién lo ultimó. A las instancias de justicia no les interesa la justicia.

Dicen en el Istmo que los operadores de las acciones de disuasión son células del crimen organizado, en estrecha colaboración con las empresas y las autoridades.

Por lo pronto, la familia del pescador ha sembrado en su jardín, a la vera del frondoso árbol de mango, una pequeña cruz en su memoria. Ahí, todas las tardes, la esposa se sienta a rememorarlo. A lo lejos, se escucha ulular al viento.

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Escrito elaborado en el marco de la Misión Internacional de Observación y Documentación de la Situación de Personas Defensoras de Derechos Humanos – Oaxaca, Istmo de Tehuantepec, que se llevó a cabo del 15 al 19 de octubre de 2019, coordinada por Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad Oaxaca A.C.

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