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POESÍA Y DISCRIMINACIÓN

MARTÍN TONALMEYOTL

La poesía no discrimina, no tiene color, grupo, religión, ideología de izquierda o derecha (y sin embargo lo tiene). Es universal, no tiene por qué discriminar. Ahh! pero los y las poetas sí discriminan, también los narradores, novelistas, cuentistas, etc. Hay grupos de élite, de amigos, de poder, machistas, feministas, intelectuales, “indígenas”, no sé, los miro, da coraje. En mi ojos nacen tormentas de lágrimas porque aquellas personas a quienes consideraba mis maestros, a quienes he seguido desde pequeño leyendo sus libros, sacan su mejor versión de escritores y son amables conmigo, buenas personas y firman libros a quienes se les acercan, no importa si es un rico, pobre, lector, seguidor, indígena, académico, hombre, mujer, persona con o sin sexo, para el escritor todos son bienvenidos, más si son lectores de sus obras, pero cuando se trata de hablar de los otros o de incluir a los otros, sí discriminan. Lo digo porque sigue pasando aquí y en otras tierras. En México (y seguramente en Ecuador, Bolivia, Venezuela, Brasil, Argentina, Colombia, España), uno va a una librería o biblioteca y toma antologías de poesía mexicana, anteriores, que salieron hace 50 años, que se publicaron hace diez o dos años, y las que salen esta semana; sólo se encuentran libros que dicen: “poesía joven mexicana”, “poesía general”, “poesía de mujeres”, “poetas de los noventa”, “poesía del estado tal”, “poesía feminista”, y uno más dirá: los cuatro, ocho, 50 o diez “mejores poetas mexicanos”, los más “sabios”, los más reconocidos, distinguidos o de plano vacas gordas. Aquí llega la desgracia, donde yo como lector de poesía del barrio, de las orillas, de los montañas, no veo a ninguna mujer, a ningún joven poeta mujer-hombre-homosexual-lesbiana u otro nombre que la sociedad le ha impuesto, no veo a ningún poeta de los pueblos originarios, a ninguno de los 30, 40 o 50 que escriben de manera constante. Por supuesto, su pecado principal no es el ser poeta, narrador o ensayista, sino indígena (del latín: indigĕna), término que, en un sentido amplio, se aplica a todo lo relativo a una población originaria del territorio que habita, cuyo establecimiento en el mismo precede al de otros pueblos o cuya presencia es lo suficientemente prolongada y estable como para tenerla por oriunda (es decir, originario de un lugar).

El significado que aparece en los diccionarios se escucha bien, pero no en México, porque aquí ser indígena es seguir siendo otro, más jodido económica e intelectualmente. Pareciera un delito de gigantesca gravedad. En la literatura pasa algo similar; tal parece que ellas o ellos no pasan por la juventud, mejor dicho, no son poetas, ni mujeres jóvenes ni mexicanas, ni escritores ni narradores. En todo caso “escritores indígenas” porque es difícil que lleguen a ser escritores mexicanos. Pareciera que todas ellas o ellos son extranjeros que no merecen este país (su cultura, historia, gastronomía).

Aquí sólo es poesía mexicana aquella que se escribe en español, que se enseña en las carreras de literatura y en los centros de creación literaria en donde se lee a franceses, italianos, portugueses y más, porque ellos sí son poetas, grandes novelistas y pensadores. Los de esta tierra, de la montaña, la sierra, el desierto, los de las orillas, los migrantes, los hijos de la calle, ellos qué, no son poetas, sólo “escritores indígenas” si es que llegan a esta categoría, porque es difícil ser escritor en español, más difícil aún si apenas sabes hablar o entender este idioma. Da pena ver y escuchar esto en las letras mexicanas. Dan pena los intelectuales que piensan por nosotros, los poetas que hacen menos a los demás. Se les olvida que son hombres y mujeres que cagan, duermen, comen y tienen que trabajar porque en esta tierra nadie es eterno, ni aun siendo carpintero o poeta.

Esto también pasa en otros espacios artísticos o científicos como arquitectura, pintura, escultura, diseño gráfico, danza, música, matemáticas, medicina, biología. Desde allí tampoco se ha explorado con la visión de los pueblos originarios. Pareciera que estos pueblos y sus habitantes sólo sirven para atraer problemas como las mineras, el “Tren Maya”, hidroeléctricas, niños policías comunitarios, narcoviolencia, mujeres que estorban en las banquetas, taqueros y meseros que sirven a los otros, trabajadoras domésticas, albañiles que sólo saben medir, echar cemento y tomar caguamas, pero no caben en una población “letrada”, “educada” (más los del metro y los de San Lázaro). La gente de los pueblos no cabe porque no está hecha para vivir en la ciudad, menos para andar escribiendo cosas de intelectuales. Ellos o ellas están bien allá en sus comunidades, donde cuidan a sus hijos, pollos y marranitos, y trabajan la tierra para cosechar maíz y frijol. Como da cuenta Federico Navarrete en su Alfabeto del racismo mexicano (2016):

A principios de 2016 una diputada local del Estado de Guanajuato […] dijo: No me las imagino en una fábrica, no me las imagino haciendo el aseo de un edificio, no me las imagino detrás de un escritorio, yo me las imagino en el campo, yo las creo en su casa haciendo artesanías, yo las pienso y las visualizo haciendo el trabajo de sus comunidades indígenas. Y sé que eso es lo que ustedes quisieran realizar y hacer. […] Porque si ustedes deciden abandonar sus tierras y tradiciones, el pueblo mexicano nos quedamos sin nuestras raíces.

La cultura, la academia y la ciencia son para la gente de ciudad, como dice la diputada, porque si se pierden las costumbres, las lenguas, las otras formas de curarse, de organizarse, es culpa de la gente del pueblo; por eso es mejor que estén allá en Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Puebla, Veracruz, Hidalgo, pero que no vengan a la ciudad porque quitan espacios. Mejor que no estudien porque no saben estudiar, que no canten porque lo hacen mal, escriben mal, y lo peor es que no tienen derecho a ser malos en sus asuntos, sólo deben de ser obedientes y respetuosos. Los de la ciudad tienen todos los derechos, ellos pueden equivocarse, estudiar un posgrado, salir de viaje y comer en un restaurant. Los indígenas no. Les está prohibido porque la tierra y diosito así los ha bendecido y maldecido, están bien allá en su tierra. La escritura es de citadinos educados, por eso las convocatorias de la mayoría de los premios literarios están dirigidos a las plumas castellanas, no para indígenas, pues aunque se autotraduzcan, lo siguen haciendo mal y no dominan aún el español. Ser bilingüe o trilingüe con el idioma de un pueblo mancha el desarrollo económico de un país moderno. Por ello, siempre es mejor ser monolingüe en español que hablar dos o tres idiomas indígenas, si acaso hay idiomas buenos, sólo se aplica para aquellos que estudien inglés, alemán, francés.

Traer la lengua de tierra desde el nacimiento por estas ciudades o poblaciones no sirve de mucho, la gente te pasa directamente a la categoría de indígena: poeta indígena, escritor indígena, pintor indígena, médico indígena, intelectual indígena, y a lo mejor hasta te dicen, ten cuidado porque ese término mata, porque los indígenas no saben lo que hacen, no entienden al feminismo, son machistas de origen y bueno, eso es difícil de corregir, es difícil tratar con ellos. Se les evita lo más posible. Si están cerca cae un rayo, llega un tsunami o tiembla y mueren muchas personas por culpa de ellos; es más, pueden empobrecer un país o un continente.

Así que en estos momentos yo no debería estar escribiendo estas cosas, leyendo o corrigiendo poesía, sino durmiendo, pensando en barbechar la tierra, ver telenovelas o películas de narcos. Decir estas tonterías no contribuye y lejos de alegrar, aportar al desarrollo científico, literario o filosófico, perjudica porque destruyo sensibilidades y golpeo con palabras sucias que no debe decir un poeta nahua, si es que esta categoría existe. Lo más cómodo sería decir “poeta indígena” (del montón, pues).

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