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“EL MAÍZ NO ES UNA COSA”, DIJIMOS

RAMÓN VERA-HERRERA

Ante la Ley Federal de Fomento y Protección del Maíz, uno no puede más que ensombrecerse por las propuestas sin filo, sin ganas, sin gracia, pero eso sí, agresivas en extremo, que invoca como protección y fomento del maíz un cuerpo legislativo propenso a caer en las redes de los tratados de libre comercio y sus atropelladas firmas.

Todo lo que proponen, incluso mal invocando a Guillermo Bonfil Batalla y su México Profundo, es tan contrario a lo que los pueblos y las comunidades han planteado siempre que resulta chocante que ahora estén felices por haber logrado que el maíz nativo esté por primera vez “reconocido en la Constitución”, cuando que desde los setenta ya se había “arrinconado a los campesinos a vivir del autoconsumo”. Este “reconocimiento” declarativo les resulta un rasgo positivo en la ley aunque no se toque el fondo: las condiciones estructurales que provocan la deshabilitación del campesinado. En la ley hay un no tan velado menosprecio a las siembras de subsistencia, soberanas, con semillas nativas, que se salen o están en las márgenes del mercado, al punto que buscan confinarlas “para protegerlas”.

Por esto es tan ajena esta ley de la vida plena de los pueblos del maíz, de los pueblos originarios con quienes el maíz ha convivido en crianza mutua durante más de ocho mil años, por lo menos. Qué dijo en realidad Guillermo Bonfil del maíz: Durante milenios, la historia del maíz y la de los seres humanos corren paralelas en estas tierras. Más que paralelas: están indisolublemente ligadas. [...]

Al cultivar el maíz los seres humanos también se cultivaron. Las grandes civilizaciones del pasado y la vida misma de millones de mexicanos de hoy, tienen como raíz y fundamento al generoso maíz. Ha sido un eje fundamental para la creatividad cultural de cientos de generaciones; exigió el desarrollo y el perfeccionamiento continuo de innumerables técnicas para cultivarlo, almacenarlo y transformarlo; condujo al surgimiento de una cosmogonía y de creencias y prácticas religiosas que hacen del maíz una planta sagrada [...] y se convirtió en la referencia necesaria para entender formas de organización social, maneras de pensamiento y saberes y modos de vida de las más amplias capas populares de México. Por eso, en verdad, el maíz es fundamento de la cultura popular mexicana. [...]

Esta planta, con toda su compleja red de relaciones económicas, sociales y simbólicas que la tienen por centro, adquiere un significado profundo para el pueblo mexicano; es un bien económico fundamental y un alimento insustituible, pero es mucho más que eso. Frente al proyecto popular, abiertamente opuesto a él, se yergue otra manera de concebir el maíz. Otro proyecto. Éste pretende desligar al maíz de su contexto histórico y cultural para manejarlo exclusivamente en términos de mercancía y en función de intereses que no son los de los sectores populares. Hace del maíz un valor sustituible, intercambiable y prescindible. Porque excluye, precisamente, la opinión y el interés de los sectores populares, los que crearon el maíz y han sido creados por él.1

En síntesis, Bonfil reconocía que el maíz era posible por una serie de relaciones con las comunidades humanas y con las otras plantas, hongos y animales con las que también teje comunidad en la milpa. Que el maíz no es una cosa sino un centro de origen —de todo un tramado de civilizaciones desplegado por todo el continente. (Hace unos 6 mil años ya había cultivo de maíz en la Amazonia ecuatoriana, y cuando llegaron los españoles, en el continente había maíz desde lo que hoy es Montreal hasta Tierra de Fuego.) Y que justo el ataque venía de considerar al maíz como ajeno de los pueblos y comunidades con quienes ha mantenido una crianza mutua por miles de años.

El ataque y el agravio de esta nueva ley es la suplantación del ejercicio de los derechos que son de los pueblos, y por ende la imposición de aparatos “consultivos”, definiciones de lo que debe ser el maíz y disposiciones de dónde sí y dónde no se puede sembrar y recibir la graciosa voluntad del Estado para su protección.

La Red en Defensa del Maíz insiste desde siempre: “sólo podrá defenderse el maíz si se defiende la vida como cultivo en su conjunto, si se defiende la vida de los pueblos del maíz, la visión campesina indígena, los autogobiernos por los que han peleado los pueblos por décadas, si se defiende el larguísimo plazo de una visión integral que reivindica las semillas ancestrales propias que se guardan y se intercambian por canales de confianza. Y esto pasa por trabajar defendiendo el territorio y por ende el agua, el bosque, los saberes locales con el empeño consciente de sembrar alimentos propios con justicia, respeto y autonomía”.2

Justamente reconociendo esta situación de entretejido entre el maíz y las sociedades humanas, Camila Montecinos, de GRAIN, afirmaba que para defender al maíz en su integridad —no sólo contra la contaminación genética— “la única respuesta honesta es apoyar la restauración de aquellos sistemas, procesos y dinámicas que crearon el maíz y lo mantuvieron diverso durante tantos siglos. Ninguno de esos procesos es posible sin la permanencia de los pueblos indígenas y campesinos que los pusieron en marcha. En qué consisten los sistemas antes mencionados, no es atribución nuestra decirlo. Es privilegio de los pueblos indígenas y campesinos de México y América Central explicitar qué los hace pueblos y culturas vivientes”.

Y concluía con tres condiciones que la gente que promovió esta ley de fomento no contempló porque NO considera en absoluto lo que los pueblos podrían haber contribuido: 1) tendría que terminarse la guerra “abierta o encubierta a la que son sometidos los pueblos de manera creciente y cada vez más aguda”; 2) habría que acceder “a un conjunto de recursos y garantías que les permitan decidir qué hacer y cómo para lograr su continuidad como pueblos, sin tener que batallar contra el empobrecimiento acelerado, el desmembramiento físico de la migración desatada por la pobreza y la falta de perspectivas, el desmembramiento territorial de las invasiones del gran capital o de grandes obras de infraestructura”; 3) y contar con “el respeto y apoyo a sus procesos de autonomía, lo que en el caso del maíz significa, entre otras cosas, reconocer y poner a la cabeza de todo el proceso las formas de conocimiento y construcción de saberes que han desarrollado como pueblos en la historia”.3

Desde 2008 la Red decía: “Pretenden reducir en confinamientos biológicos al país centro de origen al determinar los polígonos donde según las colectas oficiales hay parientes silvestres y diversidad de maíz. Esto significará el fin del proceso de diversidad y de creación del maíz desde los pueblos de maíz. El confinamiento es la muerte de la diversidad, como si los OGM respetaran fronteras. [...]

”Estamos contra los bancos de germoplasma ya que son centros de biopiratería que roban nuestras semillas y conocimientos ancestrales para favorecer los intereses de las empresas e investigadores ajenos a los intereses de los pueblos. [...]

”Exigimos que se declare todo el territorio nacional como centro de origen y de diversidad y se apoye la producción nacional y autónoma de semillas y por lo tanto una moratoria histórica del maíz GM en México”.4

Es un gran agravio que hayan menospreciado la visión de las comunidades originarias en México que, sumando saberes propios con estudios científicos, estaban [y están] claras de que todo México es centro de origen del maíz y de lo absurdo de confinar al maíz nativo. ¿Que esta ley nos protegerá contra la Ley Federal de Variedades Vegetales? Con toda seguridad nos pondrá en charola. Esa ley también habremos de impugnarla.

1. “El maíz”, en Colectivo por la Autonomía, Casifop y GRAIN, El maíz no es una cosa, es un centro de origen, Editorial Itaca, 2012.

2. “Matar la agricultura”, en El maíz no es una cosa, op.cit.

3. Ibidem.

4. “Rechazamos las leyes que nos fabrican”, El maíz no es una cosa, op.cit., p.167. Maíz de San Isidro, Jalisco. Foto: David de la Cruz

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