COMUNEROS CHIMAS: LOS VERDADEROS JAGUARES DE LA MONTAÑA — ojarasca Ojarasca
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COMUNEROS CHIMAS: LOS VERDADEROS JAGUARES DE LA MONTAÑA

ELÍ GARCÍA-PADILLA

En 2011 todos los caminos me remitieron a Oaxaca, la entidad con mayor biodiversidad de México. Mi meta era foto-documentar a un ave deificada por los antiguos pueblos mesoamericanos, el quetzal resplandeciente (Pharomachrus mocinno) en la región de Los Chimalapas. Sería hasta 2017 cuando finalmente se consolidaría el primer acercamiento formal con las autoridades comunitarias para solicitar permiso de acceso e investigación formal en la región, so pretexto de monitorear al “Señor de los animales” (Jaguar, Panthera onca) y a los vertebrados terrestres asociados que encuentran refugio y protección bajo el denominado “efecto paraguas” de esta especie, que quizá sea a su vez la más importante desde el punto de vista sociocultural en todo Mesoamérica. La misión no sería nada sencilla; esta región posee sin duda alguna una enorme carga simbólica y energética que te autoriza a entrar y así mismo te desecha cuando ya no le eres más útil. De especial mención en este primer momento será el papel de actores internos y externos con fuertes intereses caciquiles y cuyo papel es el de la desarticulación social para así poder introducir, entre muchos otros males, un modelo de “conservación” de la biodiversidad por Áreas Naturales Protegidas (ANP) por decreto, que no es más que un instrumento legal de despojo territorial. Estos personajes harían hasta lo imposible por denostar, descalificar y boicotear nuestros modestos esfuerzos de monitoreo de la biodiversidad en la zona. Nuestro equipo de trabajo pasaría por una serie de penurias, como el robo de cámaras trampa o de un vehículo motorizado.

Desde el primer día en Santa María Chimalapa, el actual director regional (Istmo) de la Conanp nos amedrentaría argumentando que no lograríamos entrar al territorio Chimalapa si no era a través de él. Entonces argumentó que antes de que siguiéramos con nuestro objetivo de entrevistarnos con el presidente del Comisariado de Bienes Comunales de Santa María Chimalapa, tendríamos que sentarnos a negociar en su oficina en Juchitán. No pasaría ni un par de días cuando ya estábamos haciendo trato para la renta de mulas y guías para así ingresar al territorio comunal de Los Chimalapas, boicoteando así a este personaje que se siente, sin motivo alguno (sin obras), con autoridad para decidir quién entra y quién no a esta zona. Tal como se lo dije a mi colega el investigador experto en jaguar Joe J. Figel: “Aquí la decisión no es de la Conanp, es de las Autoridades Comunitarias y en su defecto de la Asamblea de Comuneros”, y así fue. Dejamos muy en claro que, en Los Chimalapas, instituciones federales como la Conanp no tienen ninguna autoridad o decisión sobre el territorio y sus bienes naturales comunes.

Gracias a nuestros experimentados guías Fito y Horacio, conoceríamos un paraje visitado y descrito por Thomas MacDougall (“Don Tomás”), conocido como “La Gloria”. El lugar, rebosante de vida silvestre, sirve como sitio de descanso para los osados cazadores que hacen uso de su permiso, por acuerdo de asamblea, de carne de monte. Las cámaras trampa revelarían un abundante y saludable población de tapir (Tapirus bairdi) y jaguar, especies bandera desde la óptica de la conservación de la biodiversidad. Atestiguamos la presencia del mono araña (Ateles geoffroyi) y el hocofaisán (Crax rubra) en números sorprendentes y con una conducta relativamente dócil ante la presencia humana.

}En 2018 publiqué un artículo de divulgación intitulado “Chimalapas: exploring the most biodiverse tropical forest of Mesoamerica”, razón por la cual se dio la comunicación con Miguel Ángel García Aguirre, la persona viva con mayor conocimiento vivencial en torno a esta región prioritaria para su conservación. García Aguirre usa como emblema a un jaguar blanco dibujado por él mismo como foto de perfil en sus redes sociales. A partir de entonces nos entrevistaríamos en el Café “La Organización” en el Teatro Macedonio Alcalá en Oaxaca, donde charlaríamos sobre diversos temas socioambientales. Todo esto previo a un evento convocado por el maestro Francisco Toledo en Atzompa en torno a la defensa del territorio y los bienes naturales comunes, y cuyo emblema fuera el supuesto Dios Murciélago de los zapotecas, que es en realidad un jaguar. En dicho foro estuvieron presentes, además de Toledo, el periodista Iván Restrepo y el sabio más importante en torno a la figura simbólica y cultural del jaguar, Salomón Nahmad y Sittón. Se discutiría ampliamente la necesidad de la creación de un frente común contra la inminente llegada de los megaproyectos ecocidas y etnocidas de Andrés Manuel López Obrador, de quien se dijo que tenía muy contento al pueblo con sus programas sociales, pero a su vez estaba entregando al capital extranjero la región geoestratégica más importante del país, la que posee la mayor riqueza biológica a nivel nacional: el Istmo de Tehuantepec. Se dijo que si bien el Tren “Maya” estaba recibiendo mucha mayor atención mediática, era un distractor, ya que su relevancia no es equiparable a la del Corredor Interoceánico (Megaproyecto del Istmo), pues este último implica una perdida de soberanía nacional y la entrega al capital de la región pluriétnica y más biodiversa de México. Se mostró un controversial documento en el que AMLO, siendo ya presidente electo, ofrece en charola de plata el Istmo a Donald Trump. Se mencionó que las consultas en el Istmo y la Península de Yucatán estaban siendo amañadas, todo orquestado por el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI).

Esa sería una de las ultimas convocatorias del gran luchador social y ambiental Francisco Toledo, que en una entrevista con El Universal dejaría un mensaje clave para entender la crisis socio-ambiental en México y el mundo: “Creo que consultar a la Madre Tierra y abrir un hoyo en la tierra está bien, pero si es así, lo que hay que hacer es consultar a los Señores de la Tierra, que son los jaguares, a ellos es a los que hay que preguntar si quieren tren o no quieren tren”.

A finales de 2019 comencé una etapa de inserción laboral en materia social en la región de Los Chimalapas a través del Programa Sembrando Vida. Uno de los momentos más memorables de ese proceso fue cuando el entonces titular del Comité de Vigilancia del Comisariado de Bienes Comunales dijo abierta y llanamente en reunión con el coordinador territorial de dicho programa social: “Sabemos perfectamente que Sembrando Vida es el pago o compensación para nosotros los dueños de la tierra por la imposición del Megaproyecto del Istmo”.

El Comisariado de Bienes Comunales me hizo la invitación para asistir a un evento formal entre instituciones ambientales (Conanp, Profepa, Conafor y Semarnat) y autoridades comunitarias del vasto municipio de Santa María Chimalapa y sus agencias. En esa reunión, el titular de Conanp y su representante legal hicieron hincapié en que la receta mágica contra todos los males a nivel socio-ambiental en la región era alcanzar el decreto de Áreas Naturales Protegidas. Argumentaron que, con un decreto o varios, ellos como comuneros podrían obtener mayor financiamiento para el combate a incendios forestales, así como defenderse legalmente de las concesiones mineras y del megaproyecto del Istmo. Pedí, con la venia del entonces presidente del Comisariado, la palabra para contradecir dichos preceptos. Solicité al abogado de Conanp que les hablara a los comuneros acerca del contenido de la Ley Minera y de la nefasta propuesta de Ley General de Biodiversidad. El titular de la Conanp perdió la cordura. Y dada su negación a contestar, me vi forzado a explicarles a los ahí reunidos que el planteamiento por estos actores eran un fraude y montaje; que la verdadera esperanza para defender sus territorios y bienes naturales comunes es a través de sus sistemas normativos internos, la propiedad social comunal y la conservación comunitaria, voluntaria y consciente que vienen desempeñando desde hace al menos tres mil años de ocupación probada de ese territorio, el más biodiverso de México.

Luego vino la invitación de García Aguirre para participar en un foro en San Ildefonso (UNAM) en torno a la defensa del Istmo. Comenzaría así de manera formal la labor de divulgar que la región de Los Chimalapas merece ser reivindicada como la número uno en materia de su conocimiento y conservación a nivel nacional.

Una mañana, compartiendo la batea de una pick-up con varios comuneros “Chima”, comenté a uno de ellos que mi máxima ambición era conocer a un jaguar frente a frente: “No ambiciono retratarlo, pero el simple hecho de verlo sería un sueño hecho realidad”. Él me respondió: “Estás viendo a uno ahora mismo, los comuneros Chimalapa somos los verdaderos tigres de la montaña grande”.

Ese mismo día tuvimos al margen del río El Corte (Woti No) un diálogo memorable. El comunero, joven padre de familia, tenía dudas existenciales, pero a la vez una claridad contundente acerca del crítico y complejo panorama socioambiental que aqueja a la región. Hablamos sobre los decretos de ANP, las Áreas Destinadas Voluntariamente a la Conservación, la minería, el manejo forestal comunitario, el pago por servicios hidrológicos ambientales, el ecoturismo, la conservación de la biodiversidad, los usos y costumbres, pero el tema más relevante fue el de las “consultas populares” en torno a los megaproyectos ecocidas y etnocidas que aquejan a esa región. Un dialogo muy similar se llevaría a cabo con el presidente del Comisariado de Bienes Comunales, un verdadero tigre de la montaña grande (“Kotze Kang”).

A los comuneros Chimalapa se les engañó a través de la coptación de los “líderes”, con el argumento de que el megaproyecto del Istmo nos les afectaría en lo absoluto, por lo cual todos votaron en asamblea a favor de la consulta. Reviré: ¿De dónde van a sacar el agua y los “recursos” minerales, forestales y genéticos para solventar esta serie de proyectos desarrollistas? ¿Y la mano de obra? ¿Sabían acaso que se está proyectando que será levantado con mano de obra barata de migrantes centroamericanos? Finalmente, como apunta García Aguirre, el verdadero muro de Trump, sin tabiques, se está levantando en el Istmo de Tehuantepec, la cintura de México, y lo estamos pagando los mexicanos. Seguiremos siendo el patio trasero de Estados Unidos, el Istmo será la ruta de trasiego de armas, minerales, drogas, petróleo, especies, trata de personas —es decir, los motores de la actual economía global. Viene en mente el histórico suceso en que el general Mondragón defendiera heroicamente en contra del ejército norteamericano en tiempos del porfiriato a la que desde tiempos prehispánicos y de la conquista española ha sido y sigue siendo la región geoestratégica más codiciada del continente americano: el Istmo de Tehuantepec (Tehuan o Tecuan: “Tigre, o Jaguar”; Tepec: “Cerro”).

Rufino Tamayo, mentor de Toledo, dejaría algunas señales previas en su mural del Museo Nacional de Antropología e Historia conocido como “La dualidad”. En él se observa a un jaguar (Tezcatlipoca) a punto de someter a una gran serpiente emplumada (Quetzalcóatl). En un relato compilado por el escritor y fotógrafo español Chico Sánchez, en Oxkintok, un sacerdote maya profetizó que cuando llegara una gran serpiente de hierro, sería el verdadero fin de la civilización maya.

El mal llamado Tren “Maya” y el Tren Interoceánico en el Istmo son un mismo proyecto interconectado, una gran serpiente de acero. Simplemente hay que poner atención al emblema utilizado por la Secretaría de Turismo para el primero. Si algo ha de frenar a esas serpientes del capitalismo ecocida y etnocida, será el jaguar en todas sus manifestaciones. En 2006 despertaron a los verdaderos Pueblos del Jaguar en Oaxaca, como son los comuneros de San Miguel y Santa María Chimalapa, o bien “los nunca conquistados” ayuuk (mixes), descendientes de los olmecas, ancestrales “hijos del Jaguar”. Necesitan ser consultados legítimamente y no con mañas y a modo, como sucedió anteriormente.

La reciente revocación de la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) para la empresa de filial canadiense Minaroum Gold en el Cerro de la Cristalina de San Miguel Chimalapa es una evidencia de que la historia de los pueblos en resistencia y a favor de la vida —esos que son dueños del 25 por ciento del territorio a nivel global, pero a su vez guardianes del 80 por ciento de la biodiversidad remanente en el planeta— es la revocación del intento de despojo, saqueo y extractivismo por actores externos que buscan la desarticulación social, la desaparición de la propiedad social, y con esto entregar al capital la última riqueza: la biodiversidad. La lucha en contra de la minería en Los Chimalapas es así una “raya más al tigre”. Cuando de defender el territorio se trata, los comuneros Chimalapa se comportan como lo que son: verdaderos tigres de la montaña grande.

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