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EL EDÉN ESTRAGADO

MARTIN D. MUNDO MOLINA

La planicie de inundación tabasqueña forma parte de la llanura fluvial-deltaica más extensa de México y siempre se ha inundado, es su naturaleza. Por ese valle fluvial discurren dos de los ríos más caudalosos del país y varios ríos serranos. Éstos han contribuido en la formación de la llanura fluvial-deltaica, con el aporte anual de miles de millones de metros cúbicos de agua y decenas de toneladas por kilómetro cuadrado de sedimentos.

Sin embargo, la gente ha ocupado sus riberas y ha puesto su morada justo allí, en la planicie baja, rompiendo el equilibrio de las corrientes que la han formado, deforestando las cuencas, cambiando el régimen fluvial, el curso de algunos ríos y el transporte de sedimentos; sus acciones antrópicas sin orden ni planeación estratégica en contra del medio ambiente han acarreado consecuencias negativas. El Edén ha sido estragado por las inundaciones infaustas por lo menos 20 veces desde 1782. Las dos últimas han afectado a una amplia región de Tabasco, impactando con mayor severidad a su centro político, social y económico más importante: Villahermosa.

Los daños son cuantiosos en la capital de Tabasco por una sencilla razón: es el territorio con más densidad de población y estructuras civiles construidas por metro cuadrado en toda la entidad y está a la vera de los ríos de la Sierra y del Grijalva. A través de sus canciones, el imaginario popular afirma que Tabasco es un Edén (“tierra de flores, ríos murmuradores y hermosas corrientes”), pero en época de inundaciones una buena parte de sus fangales y lagunas enterradas por la civilización resucitan.

La llanura aluvial tabasqueña es un tlapachco. Así, como resultado de la más reciente inundación miles de tabasqueños tienen que ver “las estrellas más lindas del firmamento”, no como lo idealizó Pepe del Rivero, desde un Edim sumerio, sino acostados en una estera ajena, en los refugios temporales, porque sus viviendas fueron edificadas sobre antiguas lagunas y pantanos soterrados.

La mayoría de los damnificados lo perdieron todo, como siempre los más pobres, porque les vendieron un trozo de ciénega camuflado de terracería o una vivienda en zona inundable. Algunos, desde el Estado, alborozados por el cumquibus tuvieron que firmar los permisos de construcción de forma agraviosa y corrupta, permitiendo que se realizaran proyectos de viviendas y centros comerciales en sitios donde los pueblos originarios chontales no los hubieran puesto.

Los chontales del siglo XIV convivían con los pantanos desde el siglo III d.C. Se estima que en el valle fluvial tabasqueño había 160 mil habitantes a la llegada de Hernán Cortés. En esa época también había inundaciones abruptas, sólo que en tiempos de Tabscoob, quien gobernó esos territorios hasta 1519 como cacique maya de Potonchán, conocían las zonas de anegamiento y habitaron las partes “altas”. Ocupaban las zonas pantanosas sólo para pescar y navegar, pero no desnaturalizaban su entorno, dejando fluir a los ríos sin alterarlos.

Los hombres venidos del mar y sus descendientes mestizos poblaron el valle, concentrándose en Villahermosa. En 1960 la capital contaba con 50 mil habitantes, pero en 10 años se duplicó a 100 mil. En la década de 1970 disfrutó el boom petrolero, sin planes de gobierno que previeran el desarrollo urbano; la población creció de forma geométrica, se edificaron nuevos centros comerciales y habitacionales en zonas prohibidas. Desde Leandro Rovirosa Wade a la fecha, Tabasco ha tenido 13 gobernadores, más de la mitad sin planes de ordenamiento territorial (POT) y el resto con POT pero sin la voluntad política de aplicarlo. En 45 años, de 1970 a 2015, la ciudad alcanzó la cifra de 684 mil 847 habitantes ubicados en 61.18 kilómetros cuadrados. La alta densidad de población y su ubicación en zonas de vaguada es la razón más relevante de los daños que causan las inundaciones.

Sin embargo, es más fácil culpar a la CFE y a la Conagua de las inundaciones por “mal manejo de las presas”. En el 2007, el gobernador de Tabasco Andrés Granier Melo culpó a estas instituciones por las inundaciones. El gobernador actual, Adán Augusto López Hernández, émulo del primero, repite la acusación a la bartola. No es así. Los vertedores de las presas se abren para asegurar que el agua no fluya por encima de cierto nivel que pueda poner en riesgo el embalse.

No son las presas las culpables de las inundaciones, al contrario, han logrado disminuir los picos de escurrimiento hacia la planicie tabasqueña de 8 mil metros cúbicos por segundo (Angostura, 1963) a 2 mil 200 (Peñitas, 2007). Las presas han ayudado a que los desastres no sean peores. Sin embargo, las autoridades y los políticos tienen responsabilidades por omisión, no penadas, desde antes del boom petrolero: a) por autorizar la expansión de la ciudad desapareciendo los pantanos y lagunas; b) por aprobar y/o no evitar la construcción de viviendas en esas zonas; c) por no aplicar las leyes correspondientes para impedir la deforestación; d) por no planear y/o aplicar los programas de ordenamiento territorial; e) por no hacer cumplir la ley y limitar la avaricia de los políticos y funcionarios corruptos que autorizaron el poblamiento de las áreas inundables.

Las consecuencias de ese desorden las hemos visto por televisión y son conmovedoras: ancianas, mujeres embarazadas, niños y hasta mascotas tiritando de frio o temor sin ningún alpendre donde guarecerse, cargados por húsares mestizos, vestidos de verde, con la insignia del Plan DN-III debajo de la charretera. Desafortunadamente estas escenas las seguiremos viendo en el futuro, porque es la vocación natural de ese valle fluvial.

Junto a los grandes proyectos hidráulicos para evitar las inundaciones, los sucesivos presidentes de la República han creado la falsa percepción de que ese valle fluvial ya no se volverá a inundar. La inició Ruiz Cortines en 1953 y lo han emulado todos los presidentes que le sucedieron. En los últimos 67 años se han construido nueve grandes proyectos hidráulicos. Sin embargo, después de cada anuncio: “Tabasco ya no se va a inundar”, la naturaleza los ha desmentido. El más reciente programa para “evitar las inundaciones” lo enunció el presidente en turno el 18 de octubre de 2020 en la presa Peñitas: “Estamos resolviendo en definitiva este asunto [las inundaciones]”.

El plan presentado por Andrés Manuel López Obrador se resume en tres acciones: establecer un gasto ecológico y de protección civil, dragar todos los ríos de la planicie y construir bordos de protección. En primer lugar, debe cambiarse el verbo evitar por minimizar para modificar la falsa percepción social de que Tabasco ya no se va a inundar. Debe revisarse el concepto de caudal ecológico, porque el problema no es el caudal mínimo para minimizar las inundaciones, sino el máximo (cuando se presentan eventos extremos).

Respecto al dragado, le tienen que informar al presidente que no hay un lugar en el mundo donde el dragado haya eliminado el riesgo de las inundaciones. También le tienen que advertir que muchas de sus apreciaciones hidráulicas están equivocadas y que los tabasqueños tienen el derecho de saber que su Edén volverá a ser estragado, a pesar de las promesas enunciadas desde 1953.

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Martín D. Mundo Molina es profesor-investigador de la Asociación Mexicana de Hidráulica.

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