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LA PANDEMIA DE LA ACELERACIÓN / 286

JAIME TORRES GUILLÉN

CONTRA LA PARÁLISIS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO

En toda la prensa de los últimos días abundan titulares sobre la aceleración de la pandemia. En los periódicos y la televisión, los actuales expertos y do-gooders lanzan exhortos a la población para limitar su movilidad. Los gobernantes y la élite empresarial siguen calculando los costos que traerá asumir la falsa paradoja en que el SARS-CoV-2 los ha metido: salud o economía.

Aunque sus agendas son distintas, todos ellos asienten los juicios que aparecen en los medios de comunicación, como éste:

“Las autoridades de la Secretaría de Salud advierten que los contagios siguen al alza y el riesgo de que la capacidad de atención médica quede rebasada por la asistencia de las personas a las fiestas navideñas”.

Además de dar por hecho este tipo de juicios, la prensa intenta reforzarlo con algún argumento de autoridad: “Según el especialista médico, el control de la emergencia sanitaria se ha complicado, en parte, por este fenómeno, pues las reuniones entre personas que se suponen sanas y sin riesgo han contribuido a que se mantenga la transmisión del virus”.

Difícilmente uno podría encontrar en la prensa escrita o las noticias televisivas que un médico, político o experto diga cosas como éstas:

La aceleración de la pandemia por Covid- 19 se debe a la concentración insalubre de personas en fábricas, centros de trabajo y transporte público; a la transmisión que propagan las personas que viajan constantemente en aviones y quienes ingresan a los hospitales y trabajan en ellos; también, debido a la destrucción del espacio público (parques, vías peatonales y recreativas) para introducir automóviles, lo cual condena a miles de niños, jóvenes y ancianos a concentrarse donde puedan a riesgo de contagiarse y contagiar a otras personas del SARS-CoV-2. En realidad, lo dicho por gobernantes y especialistas encubre una contradicción, a saber: querer “combatir” los efectos del Covid-19 y al mismo tiempo mantener el actual sistema social basado en el tráfico capitalista de mercancías. O en palabras de los burócratas y elite empresarial: “combatir la pandemia sin descuidar la economía”.

Cualquier persona de la calle sabe que es imposible disminuir la movilidad en un mundo saturado de mer- cancías. Por esta razón hay que rechazar el reproche de que las “fiestas navideñas” aceleran la pandemia. Quienes opinan así tratan de convertir un reproche en una verdad. Pero en realidad contribuyen a pasar el costo de la pandemia a los particulares: “cada quien que se cuide y cuide a los demás”. Esa abstracción es tan ridícula como exigirle a una persona que se cuide en medio de un campo minado.

Lo que nos está matando en el contexto del SARSCoV- 2 no es el virus sin más, sino el virus actuando en un tipo de relaciones sociales basadas en una temporalidad: la aceleración. La velocidad de la sincronización de las actividades cotidianas en el tiempo industrial es un vehículo eficaz para que el SARS-CoV-2 actúe letalmente. Por tanto, conviene más que un análisis estadístico que indique una aceleración de la pandemia, un análisis crítico de los efectos de la pandemia de la aceleración.

Cambiemos el enunciado de la prensa. En vez de atemorizarnos con la aceleración de la pandemia, pensemos la pandemia de la aceleración, para actuar.

Lo que pretendo con esto es abrir una conversación con la gente común, sobre lo que no pocas personas se interrogan: ¿cuánto va a durar la pandemia? Sostengo que un análisis crítico sobre la aceleración podrá proporcionarnos elementos para discernir la duración de la pandemia y cerciorarnos que ésta no depende de la agencia exclusiva de un virus, sino del tiempo social en que estamos alienados.

La aceleración es un aumento de la velocidad en todo proceso, sea éste tecnológico, cultural o cotidiano (Rosa, 2016). Pero lo que hace dañina esta aceleración no radica sólo en los procesos, sino también en los patrones temporales del actual régimen. Como dicho régimen no está articulado en términos éticos (Rosa, 2016: 9), todos sus imperativos sistémicos (calendarios, horarios, decretos, plazos, reglamentos, “botones de emergencia”, toques de queda) están despolitizados y confunden o atemorizan a las personas. Esto desorienta el pensamiento y la práctica.

Los contagios ocurren no sólo por la concentración de personas a la que obliga esta aceleración (ir a la fábrica, al centro de trabajo, viajar en trasporte público) del tiempo industrial, también por sus patrones temporales emergentes. Por ejemplo, establecer plazos para “mantenerse en casa” y salir según “el color de los semáforos” oficiales genera la ilusión de que la política gubernamental puede indicarnos cuándo estamos a salvo y cuándo en riesgo. Además de que esto es falso, nos hace olvidar que nuestra salud no depende de estos calendarios, por lo que desorienta nuestro actuar.

Para deshacernos de esta temporalidad hace falta poner en cuestión la aceleración de nuestras vidas, la cual es una verdadera pandemia. La aceleración se manifiesta en la sincronización de las actividades cotidianas en el tiempo industrial, pero se alimenta de los valores de la competencia: rapidez, innovación, invertir energía y consumir en el gran mercado.

Pero cuestionar estos valores es insuficiente. Hay que dar otro paso: politizar la movilidad. Si la circulación de las personas basada en la sincronización capitalista acelera la pandemia, se torna necesario “desacelerar” los patrones temporales del régimen.

Se trata de crear “nuestro propio paso y nuestro propio ritmo”. Cuidarnos del SARS-CoV-2 pasa por rechazar la movilidad de la aceleración capitalista. Esta movilidad no depende de las personas sino de las rutas trazadas por las industrias, las burocracias y las instituciones (Illich, 2006: 336) que exigen tiempo y aumentan su escasez dentro de la sociedad.

Esto es una verdadera amenaza a nuestras vidas en el actual contexto de Covid-19. Como la industria del trasporte dicta la configuración del espacio social (Illich, 2006: 338), quienes no son privilegiados para poseer un automóvil deben concentrarse en las redes del trasporte público. Quienes no viven en grandes cotos con zonas peatonales amplias y extensas áreas verdes deben arreglárselas para moverse por calles repletas de autos. Todo esto apunta a la aglomeración de personas.

Por tanto, un problema a conversar sería éste: ¿cuáles serían las condiciones óptimas de circulación que impedirían la propagación de la pandemia? Desde luego no la movilidad basada en la velocidad de la sincronización de las actividades cotidianas en el tiempo industrial, sino en aquella dictada por nuestro paso y ritmo. Para ello habrá que crear nuestros territorios a través de nuestros cuerpos (Illich, 2006: 339) y crear nuestros propios calendarios. Esto apunta a fracturar la sincronización del capital y su efecto: la aceleración.

Esto significa politizar el tiempo social a partir de nuestros horarios, desplazamientos, movilidad, recorridos y no los dictados por la aceleración. Politizar el tiempo social nos llevará a construir órbitas sin centros y desplazamientos seguros.

Algunos de estos actos se han materializado ya en prácticas de quienes construyen huertos familiares y comunitarios; usan constantemente la bicicleta; crean centros de salud y bibliotecas; trabajan en talleres de oficios y de reparación; abogan por la construcción de centros sociales de recreación amplios y ecológicos; o quienes enseñan a tocar instrumentos musicales.

Esto lleva su paso y ritmo. Por eso hay que rehabilitar el pensamiento crítico, pero no de los “intelectuales”, sino de la gente común. Gente común es un concepto que remite a prácticas de personas que establecen una disputa activa y discursiva contra todo aquello que los daña. Esa disputa regularmente es invisibilizada por las prácticas hegemónicas de los políticos profesionales y expertos, al presentarla como problemas de salarios o atención gubernamental a “grupos vulnerables”.

El concepto de gente común como práctica es muy parecido al término “alfabetización lega” que usó Iván Illich (1986) para referirse a un modo de percepción distinto al de los letrados. Como la alfabetización lega, la gente común conoce lo concreto y situacional, se desata de los espacios heterónomos del saber, para construir su propio tiempo social a través del cuerpo que va percibiendo las cosas y la realidad al margen de los patrones temporales del sistema de mercancías.

Este pensamiento crítico implica necesariamente admitir la incertidumbre y posicionarse “contra el infantilismo cultural de la sociedad moderna, acostumbrada al inmediatismo caprichoso del consumismo, y a la que sólo satisfacen finales felices a golpe de chasquido, tenemos que volver a constatar y asumir socialmente la dimensión trágica de la vida” (Muíño, 2016: 26), pero sin fatalismo o conformismo resignado.

Habrá también que rechazar los proyectos de las revoluciones programadas, cual sea su contenido. Por ejemplo, el lema “hasta la victoria siempre” es engañoso. En la lucha política no podemos asegurar la victoria, podemos eso sí no parar de luchar.

También hay que ser conscientes de que, aunque la pandemia del SARS-CoV-2 se acelera, el fin del petróleo se acerca, la alteración del clima está en marcha, la acidificación de los océanos se intensifica y los sistemas agroalimentarios se ven amenazados por el calentamiento global y la agroindustria, el Estado y las élites mundiales y locales todavía tienen el control del calendario del mundo.

Por tanto, politizar el tiempo social no es tarea fácil. Sin embargo, es crucial para revertir la actual confusión y parálisis intelectual en que nos encontramos.

Entonces, ¿cuánto durará la pandemia? Los epidemiólogos y virólogos no pueden tener una respuesta. Pero tampoco los “intelectuales críticos” de moda (Kurz, 2014). Una ruta está en las prácticas de la gente común. Revertir la desorientación y desmoralización del pensamiento crítico es una tarea ineludible para enfrentar la aceleración de la pandemia.

Un problema concreto, como el preguntarse cuáles serían las condiciones óptimas de circulación que impedirían la propagación de la pandemia, ya es contenido para practicar la construcción de nuestro tiempo social.

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Bibliografía

Barbara Adam, Time and Social Theory. Oxford: Polity Press, 1990.

Robert Cervero, Erik Guerra, Stevan Al, Beyond Mobility. Planning Cities for People and Places. Washington: Island Press, 2017.

Iván Illich, “La alfabetización de la mentalidad. Un llamamiento a investigarla”. Cuernavaca, agosto de 1986. Título original: A Plea for Research on Lay Literacy. Traducción de Leonor Corral.

Iván Illich, Energía y equidad. Obras reunidas I. México: Fondo de Cultura Económica, 2006.

Robert Kurz, “Los intelectuales después de la lucha de clases. De la nueva aconceptualidad a un nuevo pensamiento crítico” en Anselm Jappe et. al. El absurdo mercado de los hombres sin cualidades. Ensayos sobre el fetichismo de la mercancía. España: Pepitas de calabaza, 2014.

Emilio Santiago Muíño, Rutas sin mapas. Horizontes de transición social. Madrid: Los Libros de la Catarata, 2016.

Peter Newman & Jeffrey Kenworthy, End of Automobile dependence. How Cities are Moving beyond Car-Based Planning. Washington: Island Press, 2015.

Hartmut Rosa, Alienación y aceleración. Hacia una teoría de la temporalidad en la modernidad tardía. Buenos Aires: Katz, 2016.

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