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TERCER ENCUENTRO NACIONAL DE MUJERES DEL CNI “FALTA MUCHO, PERO MENOS”

GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ

Ciudad de México

La organización en el espacio tomado por la comunidad otomí radicada en México es impecable. Desde octubre pasado trasladaron su vida comunitaria a las instalaciones del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), que tomaron en protesta por la falta de vivienda, por los megaproyectos en los territorios indígenas y los ataques contra las comunidades zapatistas. Aquí recibieron durante dos días a 96 mujeres del Congreso Nacional Indígena (CNI) durante su Tercer Encuentro Nacional.

Mientras los hombres cocinan en el estacionamiento, ellas debaten sobre los retos de ser mujeres, indígenas y defensoras del territorio. Nada fácil, dicen. Se dividen en tres mesas y se hacen preguntas, como en sus pueblos. Se habla aquí en binnizá’, ñuu savi, mazahua, nahua, nhönhö/otomí y totonaco, de los estados de Veracruz, Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo, Querétaro, Oaxaca, Jalisco, Puebla, Morelos y Chiapas, junto las lenguas de Brasil y Kurdistán. Marisela Mejía, concejala del CNI, es unas de las otomíes anfitrionas. Explica a Ojarasca que su lucha “es por seguir vivas, es contra este sistema que nos está matando y nos calla. Nuestra lucha es por el territorio, por nuestras aguas, bosques, por la naturaleza… por ese bosque bonito que nos dejaron nuestros ancestros”.

Se dice orgullosa del trabajo logrado durante cinco meses de la toma de unas instalaciones diseñadas para darles apoyo, aunque de sus funcionarios sólo han obtenido “desprecio”. En este encuentro, afirma, “compartimos nuestras dolencias, nuestras luchas y resistencias, hablamos de cómo nos organizamos y cómo tenemos que enfrentar este capitalismo”.

En la declaratoria final del encuentro de dos días, las mujeres del CNI agradecen y apoyan el trabajo de las otomíes en resistencia. Desde el INPI, afirman, “los traidores de los pueblos indígenas han querido simular que nos quieren escuchar y apoyar”. Se refieren a Adelfo Regino, quien caminó con el CNI en sus primeros años y ahora dirige la institución en la que acampan.

Hasta aquí llegan las voces de Teresa Castellanos, Liliana Velázquez y Samantha César, las tres del Frente de Pueblos en Defensa del Agua y de la Tierra de Morelos, Puebla y Tlaxcala (FPDT-MPT). Representan al movimiento que desde el 2012 lucha contra el Proyecto Integral Morelos (PIM). A Teresa y a sus hijas las han amenazado de muerte, Samantha ha sufrido persecución y a Liliana le arrebataron a su compañero de vida y de lucha, Samir Flores Soberanes, a quien mencionan durante toda la jornada. “Nos manifestamos por que la defensa del territorio no sea nuestra sentencia de muerte y exigimos el esclarecimiento del asesinato de nuestro compañero Samir Flores Soberanes”, señalan en su pronunciamiento final. Liliana es más que la viuda de Samir. Es defensora, comunicadora, sanadora comunitaria, además de hacerse cargo, ella sola, de los cuatro hijos que quedaron a su amparo. “El territorio es nuestro espacio, el lugar en el que vivimos, donde están creciendo nuestros hijos y nietos, es el espacio que defendemos…”, dice sin titubear en el entrepiso tapizado del edificio de carteles del INPI tomado.

Samantha César, por su parte, llama a “tener mucha fuerza en el corazón” para seguir luchando. Ella, como el resto, tiene claro que “la lucha es contra el capitalismo y también contra el patriarcado que está en todas las dimensiones de de nuestra sociedad y también, incluso, dentro de nuestras luchas”. Entonces, añade, “es doble lucha para nosotras”. Y Teresa, de Huexca, donde se encuentra la termoeléctrica a la que se opone el FPDTA, refiere que las mujeres “estamos luchando porque queremos cosas distintas en el país y porque queremos cambiar todo lo que viene del patriarcado”. Para ellas, dice, el 8 de marzo es un día para “seguirnos organizando, para luchar y también para decirnos que somos muy importantes en la resistencia”.

Las mujeres otomíes, además de las anfitrionas, llegan de Santiago Mexquititlán, Querétaro, donde les imponen plazas comerciales y turísticas que las desplazan de sus comunidades. De este poblado son muchas de las familias que se encuentran en el campamento interno del edificio de Coyoacán. Son las hacedoras de servilletas bordadas y las muñecas Lele que tanto se presumen internacionalmente, pero que a ellas se las regatean.

María de Jesús Patricio, mejor conocida como Marichuy, ex precandidata a la presidencia de México, cofundadora del CNI y sanadora nahua, modera la mesa de defensa del territorio, lanza preguntas a sus compañeras y organiza las respuestas. Todas, como dice Samantha, hablan de lo complicado que puede ser, como mujeres, “luchar dentro de la lucha”, abrirse espacios y hacer valer su palabra en las asambleas. A “la guerra declarada por el gobierno contra los pueblos”, afirman, ahora se suman las dificultades que trae la Covid-19 para poder movilizarse. Advierten que hay “una estrategia de miedo con la que nos han querido paralizar y hacernos pensar que nuestra lucha es menos importante, pero nosotras decidimos apostar por la vida y, ante el miedo, nosotras decidimos seguir buscando tejer estas alianzas que refuerzan nuestra esperanza, y nos hacen más fuertes en la construcción de los otros mundos que soñamos”.

La organización de las mujeres zapatistas permea el encuentro. Ellas, dicen, “nos están dando el ejemplo de que podemos construir otros caminos, otras formas de vida, que nuestro destino no está escrito, sino que con nuestras manos, nuestras luchas llenemos de posibilidades la construcción de otros mundos posibles, respetando nuestras diferencias, creencias, colores, preferencias sexuales y desde nuestras geografías enlazarnos para hacerlo posible”. Las defensoras indígenas se pronuncian contra el Tren Maya, el Corredor Interoceánico, el Proyecto Integral Morelos y por un “alto a todos los megaproyectos de muerte”. Se habla de la defensa de los humedales de Xochimilco y de los manantiales de Los Pedregales de Coyoacán, ambos en la Ciudad de México. El agua, es claro, es un tema que las atraviesa a todas.

La palabra “feminista” no se ocupa, pero se habla de la cotidianidad de las luchas en sus territorios, de las múltiples violencias y de cómo las enfrentan. Se pronuncian contra el feminicidio y se hermanan con las familias de las víctimas. Y, finalmente, regresan a sus comunidades con las bolsas llenas de preguntas, pero con la certeza de saberse juntas. Falta mucho, pero menos.

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