“TODAS NUESTRAS RELACIONES” / 289 — ojarasca Ojarasca
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“TODAS NUESTRAS RELACIONES” / 289

RAMÓN VERA-HERRERA
Pedro Favaron,
La senda del corazón,
Editorial Heredad,
México, 2020.

 

Hace casi 46 años se montó una provocación en la reservación

de Pine Ridge, Dakota del Sur, en la que participaron

paramilitares y policía federal estadounidense con el afán

de desbaratar al Movimiento Indio Americano [American

Indian Movement, o AIM, como se le conoce en todo el

mundo]. El 26 de junio de 1975 se inició un tiroteo donde

murieron baleados dos agentes y un indígena. Pese a que en

el tiroteo participaron unas cuarenta personas, el gobierno

acusó sólo a tres, todos dirigentes. Con tal pretexto se lanzó

sobre Leonard Peltier —uno de los líderes del AIM— todo

el aparato de la ley, acusándolo de un crimen del que es

inocente. De gran vileza es el desaseo profundo en el proceso

que lo mantiene en la cárcel, y lo vuelve el más antiguo preso

político estadounidense.

 

Si la presentación de La senda del corazón, de Pedro Favaron, comienza hablando de Leonard Peltier es porque, aunque no lo declare (no hace falta), este documento es profundamente político. Porque por entre los vericuetos de la historia de Estados Unidos confronta directamente el aplastamiento de una miríada de naciones, pueblos y tribus que no sólo eran guardianes del mundo hasta la orilla interminable del horizonte: eran una civilización originaria para quienes “no existe separación entre lo sagrado y lo profano, porque lo espiritual es parte constituyente de la vida”.

Esa civilización que en lakota pregona como plegaria “mitakuye oyasin” (“todos mis parientes, “todas mis relaciones”, o “todo está relacionado”, que bien podría sintetizarse en “todas las relaciones son mis parientes”) propone una postura ante el mundo que implica un reconocimiento expreso de la imbricación de los flujos históricos exteriores y las sendas internas que en el corazón se cruzan para reconocer nuestros límites y nuestros alcances. Sobre todo nuestra luz y nuestra sombra, nuestro gozo y nuestra responsabilidad con el quehacer cotidiano que es cuidado de la vida en todos sus veneros y aristas. Esta propuesta es crucial en nuestros días.

Esa civilización sigue siendo despojada, devastada, perseguida, encarcelada, asesinada hoy, como lo fue desde que llegaron los primeros colonos y conquistadores. Y Leonard Peltier es un símbolo de lo que esa civilización representa y resguarda, y un recordatorio de que el ataque brutal continúa.

Todo lo dicho en La senda del corazón en palabras del sanador peruano, Pedro Favaron (autor de este intenso libro), resuena con lo que Peltier escribió al cumplirse los 35 años de su encarcelamiento:

No sé cómo salvar al mundo. No tengo respuestas ni la Respuesta. No poseo saber secreto alguno para enmendar los errores de las generaciones pasadas y presentes. Sólo sé que sin compasión y respeto por todos los habitantes de la Tierra, ninguno de nosotros sobrevivirá —ni lo mereceremos. De la muerte viene la vida. Del dolor, la esperanza. Esto he aprendido en los largos años de pérdida. Pérdida mas nunca desesperación. Nunca he perdido la fe ni la confianza absoluta en la justeza de mi causa, que es la supervivencia de mi pueblo.

El futuro, nuestro futuro mutuo, el futuro de todos los pueblos de la humanidad, debe fundarse en el respeto. Que el respeto sea nuestro reclamo y la consigna del nuevo milenio al que ingresamos todos juntos. Así como queremos que otros nos respeten, debemos también mostrar nuestro respeto hacia ellos.

Estamos en esto juntos —los ricos, los pobres, los rojos, los blancos, los cobrizos, los amarillos. Somos una sola familia, la humanidad. Compartimos la responsabilidad hacia nuestra Madre la Tierra y hacia quienes viven y respiran en ella.

Creo que nuestro trabajo quedará inconcluso mientras haya un ser humano hambriento y golpeado, mientras se fuerce a morir en la guerra aunque sea a una sola persona, mientras algún inocente se consuma en prisión, mientras alguien sea perseguido por sus creencias.

Creo en la bondad del género humano. Creo que el bien puede prevalecer, pero sólo con gran esfuerzo. Y tal esfuerzo es nuestro, de cada uno de nosotros, de ustedes y mío.

[...] Nunca cesen de luchar por la paz, la justicia y la equidad para todos. Sean persistentes en cualquier cosa que emprendan y no permitan que nadie les robe la conciencia. Toro Sentado decía: “Cada dedo en lo individual puede romperse con facilidad, pero juntos hacemos un puño poderoso”. La lucha es nuestra…

Para escribir La senda del corazón, Pedro Favaron desnudó entonces su propia historia, el camino sólo suyo que lo hizo llegar hasta lo profundo y vasto de los saberes de estos pueblos de llanuras, quebradas y bosques en ese subcontinente que es Norteamérica. Su libro es la crónica de su viaje interior y de sus propios descubrimientos, hasta imbricarse con saberes que atraviesan el cuerpo —pues la imaginación y la iluminación son corporales, como la brega, el caminar, el proveer nuestro alimento o el luchar por resolver lo que nos es crucial.

Eso sumerge al texto en su íntimo encuentro con seres, piedras, fuerzas masculinas y femeninas o duales y disolventes como el agua, para establecer presencias que nos envuelvan de permanencia cuando todo es mutable y frágil y que nos enseñen el camino de la transformación ante lo inamovible. Al salir a flote, Favaron nos ofrece la flor azul de un mundo vasto e invisible.

Por La senda del corazón transcurre la historia de la deshabilitación, cercamiento y genocidio de los pueblos por parte de acaparadores, corporaciones y gobierno que los despojaban de su territorio y les “envenenaban las relaciones comunales” —y hasta el mismo espíritu con licor mezclado con láudano. Pero los encuentros de Favaron también nos develan un pensamiento intersubjetivo que todo abarca y lo vuelve nuestra responsabilidad (la idea contenida en “todas las relaciones”).

Así giran ante nosotros la rueda medicinal, los ancestros de sabiduría, amor, humildad, coraje, honestidad, respeto y verdad que nos guiarán para “permanecer atentos, presentes en el aquí y ahora, y cultivarnos en lo que cada momento tiene para enseñarnos”. Así lo pone el sanador Herb Nabigon (en el relato de Favaron), quien resulta luminoso por ser un humano común que remontó sus más grandes fallas, defectos, temores y límites hasta volver a ser responsable para el mundo siendo persona —y no héroe o personaje. “Hay que ser valientes y enfrentar a tus demonios internos”, nos dice.

Pedro Favaron es un comunero de Santa Clara Yarinacocha, en la Amazonia peruana, y devino sanador a través de su viaje al norte y de regreso al innombrable mundo de vastedad selvático, donde su palabra ahora “cura y alivia”, como refiere Rafael Mondragón, editor de este libro, en la clínica de medicina tradicional Nishi Nete, donde junto con su compañera, también sanadora, mantienen un jardín botánico.

Y Pedro es un sanador porque es poeta, en el sentido más radical de la poesía, como dijo Rafa que dijo Yaxkin Melchy cuando presentó en la Feria del Libro en el Zócalo el libro Manantial transparente, un poemario de Favaron: es poema toda aquella palabra que no sólo busca sentido sino que forma parte del sentido del mundo; toda palabra cuya función ética ayuda a recuperar la conciencia de pertenecer a un mundo que nos rebasa y convoca a la construcción de una asamblea que reúne todas las voces, humanas o no, que participan del secreto de la vida.

Que “participan del secreto de la vida”, dice. Y en realidad, ésta sería una de las invocaciones más centrales de La senda del corazón, porque en su viaje interior, como en su trasiego de tareas trascendentes y a la vez cotidianas donde conociera la vastedad de las llanuras y los valles y los bosques de la conciencia de los pueblos originarios del Norte (gente que en verdad carga su espacio interior y su tiempo exterior relacionando el todo con lo nimio, lo vital con el detalle), Pedro Favaron nos devela todo el gozo del trabajo de hacer el quehacer, lo que toca, para fluir en el respeto de la vida. Y desde ahí en la defensa de la vastedad interior de todos los seres, de todo lo que vive. Eso es hacer la lucha, desde lo más nimio hasta lo más transfigurativo: entregarnos a la brega como el modo más claro del estar y ser.

Si hoy es pertinente que este libro se publique en México, es justamente porque llega en un momento donde es urgente buscar de nuevo en todo el tejido que como sociedad antes despreciamos, que no supimos ver, que pasamos por alto, o que nos arrancaron para que nos fuera más difícil o imposible defendernos o resolver lo que nos tiene en sumisión.

Es ese tejido lo primero que nos despojan para que ya no miremos, para que ya no fluyamos, para que ya no entendamos, ni sepamos cómo resistir. Estamos en un momento del mundo donde es urgente todo lo que nos reconstituya. Donde todo lo que nos devuelva a los cuidados cotidianos como centro indispensable de lo que hacemos llega a ser el corazón de nuestra resistencia y nuestra estrategia de liberación como pueblos y personas ante un sistema de acumulación de poder y dinero que en su voracidad destruye cuanto se interpone a su paso. Descubrir junto con Pedro Favaron el delicado tramado de los saberes de la Norteamérica profunda nos regresa a la certeza de que, siendo comunidad, nos toca a cada quien ser todas nuestras relaciones.

Desde esa noción es diáfana la senda de alguien como Caballo Loco, gran guerrero y chamán lakota, que no se defendía al luchar sino que buscaba “resolver el dilema del ataque para contrarrestarlo: porque no mira tal ataque como un acto sino como un tejido de relaciones”. Para Caballo Loco era crucial entonces mimetizarnos, ritmar nuestro cuerpo con el viento, saber como el puma dónde y cuándo dar los pasos, cómo y cuándo no proyectar la sombra del sol, cómo sonar como el pasto o los árboles o las cigarras, cómo hacernos invisibles o devenir silencio.

Tal sería el resumen de las enseñanzas de este libro: ser y estar con todas nuestras relaciones, cuidando el aquí y ahora que es infinito “porque asume el pasado total hasta aquí porque no se ha ido”, y que las nuevas generaciones nunca olviden vivir conforme al misterio. La paradoja es que desde su celda sea Leonard Peltier quien nos sople esta plegaria total, detallada, contundente y sutil:

 

El silencio, dicen, es la voz de la complicidad

Pero el silencio es imposible

El silencio grita

El silencio es un mensaje

Así como hacer nada es un acto

Deja tu ser resonar

En cada palabra y en cada acción

Sí, conviértete en quien eres

No hay manera de escapar tu propio ser

O tu propia responsabilidad

Lo que haces es quien eres

Eres tu propio resultado

Tú te conviertes en tu propio mensaje

Tú eres el mensaje.

En el Espíritu de Caballo Loco

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