NUESTRO NOSOTROS CONTRA LA “IMAGINACIÓN” DIGITAL
La vida de las personas y las comunidades adquiere sus sentidos por la conexión que podamos establecer con el tiempo, con los tiempos. En la convivencia de los procesos hay sincronicidad, secuenciación, estallamiento, florecimiento, contrapunto, pulso o figura rítmica. Y cada proceso avanza en su propio flujo, en su temporalidad propia. No es lo homogéneo o parejo lo que define esta vastedad: en el entrevero de los tiempos confluye lo que dura la floración de una orquídea o cómo aparecen y proliferan las bacterias, las esporas, los líquenes y helechos. Las horas que pasa alguien bajo condiciones de calor extremo y maltrato en un invernadero, mientras los capataces aceleran la fructificación del jitomate o el pepino subiendo la temperatura o cañoneando las nubes para dejar sin lluvia toda una región y así “proteger sus cultivos”.
Cómo entender el tiempo de la comunidad con sus ciclos anuales de cultivo de la milpa desde el exilio de un trabajo de lavaplatos o armando microchips en una maquila. “La fábrica que trabaja toda la noche es un signo de la victoria de un incesante, uniforme e implacable tiempo. La fábrica continúa aun durante el tiempo de los sueños”, dice John Berger.
Cómo medir el tiempo de una pena, de un viaje o una germinación. Cómo discrepan el tiempo de los planificadores desde sus oficinas y el de una artista del vidrio en su taller. Cómo equiparar el tiempo de un dibujo, en su diversidad interna, que privilegia una mano o la sombra de unas mejillas, con el instante capturado por una fotografía. Cuál es la distinción imaginativa entre viajar a pie o a la velocidad de las autopistas internas de las ciudades y cómo entender la erosión del tramado de veredas y senderos, de caminos vecinales que son el trasiego de tantas historias, por la construcción irrefrenable de autopistas. Qué cadena perpetua implica el encarcelamiento, por breve que sea.
Cómo organiza sus tiempos y espacios el poder y cómo podemos, desde la resistencia, darles la vuelta. Quien se apodere de nuestros tiempos nos puede someter, y si alguien se apodera de nuestro tiempo de la conciencia puede incluso hacer aún más difusa nuestra conciencia de ser, nuestra identidad, esa interrogante que nos hace cuestionar por qué exactas circunstancias de tiempo y localización no somos nuestro hermano, o no fuimos nuestro padre.
Lo decía Novalis, “el espacio es tiempo exterior y el tiempo espacio interior”. Nuestra imaginación es el sentido que tengamos del tiempo, lo que se conoce como tiempo de la conciencia, que nos permite invocar en un instante nuestros juegos en el parque a los cinco años, nuestro amor más primero a los 14 y el accidente donde un carro te iba a atropellar por voltear al lado incorrecto del tránsito a los 17 años. Eso mientras imaginas tu horario de la semana que entra y recorres las noticias del día y tus pendientes de la tarde. Ese tiempo de la conciencia es la memoria, el espacio interior donde conviven, se desmadejan, contrapuntean y equilibran pasados, presentes y futuros. Entonces el espacio es el punto de encuentro de vidas, historias e iluminaciones —y no la distancia, o la atomización de la experiencia aplanada por el capitalismo.
Todo eso nos insistía John Berger al explicarnos la fotografía como herramienta de esa memoria, porque nos mostraba la distancia entre un instante descarrilado (la foto de un evento, digamos un hombre sobre el techo de un vagón de tren), y todo lo que ocurriría y ocurrió después.
Así, Berger nos instaba a ejercer las posibles lecturas de lo que nos rodea según acciones y circunstancias en espacios y tiempos dispares. Nada es lineal, nos insistía. O a cada linealidad le corresponden ciclos, vueltas, entreveros, tejidos paralelos.
Podemos aprehender a lidiar con la complejidad de la que hablamos con las herramientas de los procesos creativos —teatro, cine, música, dibujo, pintura, foto y escultura, tejidos, cerámica, narración, poesía— porque nos acercan al sentido y la belleza que nos revelan. Pero hay también una pertinencia (una relación de importancia puntual) en estos encuentros si entendemos, como la gente de las comunidades rurales lo hace, que es justo la diversidad de tiempos y espacios lo que configura la diversidad de la existencia.
Para que esta diversidad subsista, lo saben en el mundo campesino donde la relación con la tierra y el todo está viva, hay que cuidar nuestra relación con la vastedad de tiempos descubiertos. Vivir con plenitud es situarnos y resituarnos en relación con ese mundo de detalles, a los que prestamos atención cada día.
Para el imaginario mesoamericano, estos cuidados implicaban visitas. Y en sus tránsitos, lo que llamamos detalles son las sutilezas o cualidades que originan y revitalizan periódica y precisamente las acciones y relaciones de la humanidad con el todo: eso que llamamos vida. Hablamos de fuerzas, personalizadas y concretadas como “dioses”, que suben y bajan en movimiento helicoidal, que estallan en los sucesos de los días. Esa generación continua de flujos y fuerzas pudo incluso calendarizarse en sistemas de ordenamiento temporal tan notables como el calendario maya o el calendario mexica.
“Es como si los dioses se turnaran para gobernar el mundo de la misma manera que los grupos humanos se turnaban para desempeñar las funciones públicas”, decía Pedro Carrasco, citado por Alfredo López Austin, uno de nuestros maestros, en uno de sus libros más entrañables y pertinentes: Los mitos del Tlacuache.
La visión mesoamericana le da fuerza a un mundo donde todos somos un nosotros más las fuerzas que se asientan en el mundo día tras día. Responder a sus tiempos es justo cuidar el mundo, el territorio. Así el mundo es una construcción colectiva de multitud de fuerzas-energías, “los dioses”, y por ende la construcción colectiva del saber es algo natural. “Sólo entre todos hacemos todo”, dirían las fuerzas-cualidades- dioses que visitan el mundo para darle su complejidad y promover la vida en sucesión.
Así saben hacerlo en los pueblos y comunidades donde la asamblea es fuerte y nos entretejemos con otros. No hay individuos aislados o encapsulados. Hay un cuerpo común que apela a su interioridad y que con las otras personas potencia todavía más su imaginación arrebatada, pero también productiva, creadora, y por eso política y transformadora.
No es posible entender la corporeidad individual o colectiva sin entender la infinita relación entre el tiempo de la conciencia que rejunta y comparte, que asocia y relaciona al interior de cada uno de nosotros y entre todo el cuerpo social.
Siempre debe haber un adentro y un afuera. “La subjetividad es el modo en que la objetividad se expresa”, dirían quienes descubrieron e idearon la física cuántica, Böhr, Heisenberg, Schrödinger, tan situacionistas ellos: desde dónde y en el cuándo, plantearon siempre.
Para que la historia propia (individual, pero sobre todo colectiva) pueda ejercerse, todos los caminos deben estar abiertos. Así como la imposición de una historia lineal se traga todas las formas del tiempo, y se han reprimido y suprimido vastísimas cualidades humanas, de las más sociales a las más íntimas, la versión única de la historia se ha empeñado en destruir “activamente, a través del imperialismo y la proletarización, otras culturas o formas de vida y trabajo que encarnaban diferentes tradiciones con respecto al tiempo”, dice también Berger.
Cualquier noción de un tiempo único, homogéneo y abstracto (que fluya del pasado al futuro como una flecha tendida) borra o tachonea el pasado mientras mide con el mismo rasero todas las experiencias humanas anteriores y actuales. Con este emparejamiento brutal, “la gente ya no puede leer fácilmente” el cúmulo de condiciones que pesan sobre ella y es más difícil que se oponga a la opresión o entienda cómo confrontar la dominación o el exterminio para transformar su situación.
El desafío a nuestra imaginación, hoy, es que el capitalismo nos quiere vender un replanteamiento de los términos de referencia de la libertad, y nos vende su dominación como la libertad más plena y nunca antes vista.
Hoy el capitalismo busca imponernos la versión última de la sustitución: nos privatiza la noción del ser. Nos ofrece en apariencia la posibilidad de tiempos conjuntados en un núcleo [como en la imaginación] pero la experiencia ya no es corpórea. Está dislocada. No es lo mismo imaginar una relación que sumergirnos en una realidad “aumentada” o dizque “tridimensional”. La gente se pregunta, ¿y para qué?
Las corporaciones de la digitalización emprenden una loca carrera por abarcar y transformar todo rastro de vida en el planeta al ámbito de lo electrónico. Y en este mundo enchufado, extremarlo todo hasta la más chiflada de las ocurrencias del dueño de Facebook: el metaverso. Todo lo que hemos dicho arriba, dicen, pero subsumido, embotellado, literalmente entubado a la ilusión de una realidad virtual. “La inmersión”, moda en los museos de la globalidad aunque superficialicen a Leonardo da Vinci o la caza de ballenas, pero no parece importarles.
La matrix terminó ocurriendo y es chafa. La experiencia acotada es estar adentro de un mundo donde ocurren todos tus deseos, pero no estás en ese mundo. Te hacen creer que eres en ese mundo, pero eres en éste. Todo lo que ocurre en ese universo, por más liberador que parezca, promueve no una imaginación creadora sino una imaginación adquisitiva, consumista, que no está al alcance de todos, y si llega a estarlo será en su versión más “sopa instantánea”.
Sobre todo, lo que ahí ocurre, aunque te dé la ilusión de estar decidido por ti, es producto de decisiones automatizadas, algorítmicas, mecanizadas, que en el otro extremo de esa disneylandia del alma que nos quieren promover, necesita de mano de obra explotada [y muy invisible a ojos de los usuarios] y externalidades cruentas, con daños ambientales, para poder operar y troquelar esa experiencia digital, de modo semejante a las otras fantasías digitales que nos venden ahora, como las cadenas de bloques que secuestran las relaciones contractuales de negocios y la contabilidad y administración, o las criptomonedas que sustituyen al dinero que de por sí ya sustituía toda relación. Es también la agricultura climáticamente inteligente, o con drones, una agricultura sin campesinos, o una alimentación sin agricultura, gracias a la digitalización que implica la llamada “edición genómica”.
Para el caso de nuestra imaginación, y ésa es la gran paradoja, los tiempos dejan de existir. El tiempo de la máquina lo subsume todo. En el confinamiento de la realidad virtual nuestro ser está prisionero de su ser estadístico, de su versión más genérica, que se le vuelca sin intervención propia, aunque parezca que el mundo está a sus pies. Igual ocurre con las versiones transgénicas de las semillas, que impiden todas las transformaciones de las que son capaces tales semillas.
Hay aquí un brutal robo de sentido de lo que vivimos, que atropella la memoria y la diversidad de la experiencia humana. Hay encierro y expulsión al verter nuestras relaciones en el tubo de la realidad virtual. Se aplana y se exalta la percepción hasta niveles adictivos y se nulifica la experiencia plena.
Todo ocurre en dos dimensiones a partir de las cuales se simula todo lo demás.
Estas dos dimensiones no pueden abarcar la historia propia, individual y colectiva, que es fruto de una “constelación particular de hechos”. La resistencia es seguir pensando y sintiendo, imaginando la diversidad. Dentro y fuera de nuestro cuerpo, pero siempre en nuestro cuerpo, individual que siempre será social —y desde ahí nuestra historia, la tierra, la relación entre los vivos y los muertos, lo sagrado, la poesía. Lo eterno de aquellos instantes (“de logro, trance, sueno, pasión, decisión ética crucial, valentía, casi muerte, sacrificio, luto, música o duende”) que por su plenitud desafían el tiempo.
Si no entendemos la disparidad de duraciones y ciclos en que se mueve la experiencia humana, si no tendemos relaciones entre lo que permanece y lo que se transforma, no podemos asir la idea misma de lo diverso. Ser “centro único de nuestra propia experiencia y como tal diferentes”, como propusiera John Berger, es apostarle a la plenitud con justicia y libertad, y la plenitud nunca podrá provenir de los controles, las restricciones e ilusiones digitales que nos quieren imponer.