ORIGEN, VIDA Y MILAGROS DEL MAÍZ / 298 — ojarasca Ojarasca
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ORIGEN, VIDA Y MILAGROS DEL MAÍZ / 298

RAMÓN VERA-HERRERA

Elisa Ramírez Castañeda,

Del surco a la troje. Mitos y textos sobre el maíz.

Pluralia Ediciones y Universidad Nacional

Autónoma de México, 2020.

La saga del maíz en nuestras tierras se entrevera siempre con los mitos y las consejas, con las consideraciones, las aprehensiones por su futuro y el maravillamiento por todo su universo. Como bien dice Elisa Ramírez Castañeda en la introducción a Del surco a la troje, “las matas de maíz y los seres humanos viven en simbiosis y las mazorcas actuales son producto de milenios de selección natural”.

Los pueblos han sabido tanto de esta simbiosis, de esta relación de crianza mutua, que la han narrado diciendo vez tras vez que la milpa les enseñó a ser comunidad, como tanto insisten las comunidades wixárika, ñuhú, tsotsiles, tseltales, chatinas y otras muchas. Tal relación tiene su trayecto, sus veredas, por donde llega hasta nuestros días la encarnación de esa mutualidad.

El maíz es la primera familia de los pueblos, y existe un entendimiento espiritual con el maíz, tlaolli, ixim, kux, ikú, xoa’, xob, xuba, sunúu y tantas otras voces indispensables para hablarse con el maíz, “que es una persona que siente, habla y entiende”.

Es muy afortunado que este tejido de relatos, un tramado de mitos recopilados por todo nuestro país, lo haya realizado Elisa Ramírez, socióloga, poeta, historiadora, narradora, editora, traductora y comprometida promotora de las culturas de los pueblos originarios mexicanos, porque en su cobija lograron reunirse narraciones antiquísimas y textos del siglo XX donde autores abordan directamente al maíz o éste es parte de alguna historia particular incluida en su obra.

Está también la sistematización que ella hace del quehacer de la milpa, antiguo y actual, de la brega en el coamil, en el tlacolole, en la ladera con sus coas y sus modos de alpinistas sembradores. El corazón del libro, no obstante, lo constituyen mitos que van configurando hileras de cuentos y fabulaciones que semejan las mazorcas con sus granos, semillas de otros textos y conversaciones.

La secuenciación y sistematización de la obra son muy importantes: Elisa no divide cada historia para etiquetarla y acomodarla como en una antología o una catalogación etnográfica. Lo interesante es que va enhebrando cada relato, cada mito, como si fuera un enorme meta-texto configurado de cada retazo recogido entre las comunidades tsotsiles, tseltales, wixárika, tepehua, cuicatecas, teenek, mazatecas, zapotecas y otras muchas. Son fragmentos que riman, “combinan” o se completan entre sí, logrando contarnos la saga del maíz, como experiencias cruzadas y alternas de tantas “mitologías”; son variaciones, versiones, floraciones que entre todas destellan la enormidad de lo que hoy es el maíz para el pueblo de México.

Aunque el libro proceda por capítulos, reuniendo nombres del maíz, poemas y canciones con maíces, mitos y relatos, y de ahí deriven algunas vertientes principales profundizando en el robo original del maíz y cómo éste llegó a los humanos, o la importancia del niño maíz, la presencia de Nakawé y Watákame para el pueblo wixárika, y otras muchas anécdotas de milenios cuyas versiones van recontándose —según las diversas memorias de los pueblos y comunidades que resaltan una treta, un animal, un don, un mal, una protección, una familia, un giro afortunado o fatal por buenas o malas acciones—, estamos ante un espejo mágico que todo lo absorbe para volver a volcar su brillo.

Se suman a estos mitos los refranes, oraciones, poemas, canciones y cuentos directamente escritos por autores que incluyeron el maíz en el vuelo de su escritura. Y aunque Mariano Azuela, Agustín Yáñez, Juan José Arreola, Elena Garro, José Revueltas o Ramón López Velarde tengan su peso junto con referencias como Motolinía o Sahagún, Lumholtz, Preuss, Hamilton Cushing, Enzo Segre o Ingrid Geist, el peso central lo lleva la memoria colectiva de las comunidades, que a veces es recreada por voces particulares como Pedro Santos Castañeda, Marcelino López Arias, Genaro González Cruz, Anath Ariel de Vidas, Guadalupe Valdés, Antonio Rentería, Haciano Felipe, Pedro Pérez Conde, Luciano Pérez, Alonso y Virginia Solano e incluso esfuerzos colectivos como el Taller de Tradición Oral de la Sociedad Agropecuaria del CEPEC. Vayan estas líneas para hacer el reconocimiento de la gente que, como los trovadores antiguos, van reuniendo y compartiendo retazos de la historia de vida imaginaria y real del maíz, hileras de las fabulaciones que buscan comprender sus orígenes y los orígenes de su relación con los pueblos.

No siempre es el maíz el protagonista central de todos estos relatos. Como lo muestra el fragmento del libro que incluimos en la página final, todas las historias relacionadas con el maíz y la milpa, con la preparación de la tierra y el cuidado del monte, son parte fundamental de ese tlayolli, ixim, sunnú, ikú, kux que busca ser entendido, que no quiere quedarse sin sus amistades humanas.

El enhebramiento que hizo Elisa funciona de maravilla y configura un tejido de historias únicas y a la vez rememorables en la cauda que viene de otros lugares, lo que amasa como el barro una memoria común que nos alimenta como pueblo, como pueblos.

No puede pasarse por alto la enorme importancia de las lenguas propias para entenderse con el maíz. “Dicen que cada maíz escucha y habla el mismo idioma de cada uno de los pueblos de donde es originario”, afirman los sabios wixáritari. Dice Elisa Ramírez:

Además de mitos y ceremonias en todas las lenguas, en México hay una cultura cotidiana y universal construida alrededor del maíz que nos acompaña hace milenios: nos singulariza, nos distingue y nos marca día a día, desde la creación del primer hombre hasta el último bocado de tortilla, desde el primer suspiro hasta el bastimento que acompaña a los difuntos en sus entierros.

Poetas, literatos, campesinos, antropólogos, rezanderos y adivinadores han hablado del maíz en diferentes circunstancias. En todo campo y en toda mesa, el maíz impera: peligra, merma y cambia, pero impera.

Qué cercano es todo esto con la mirada de Guillermo Bonfil, cuando dijo:

Al cultivar el maíz los seres humanos también se cultivaron. Las grandes civilizaciones del pasado y la vida misma de millones de mexicanos de hoy tienen como raíz y fundamento al generoso maíz. Ha sido un eje fundamental para la creatividad cultural de cientos de generaciones; exigió el desarrollo y el perfeccionamiento continuo de innumerables técnicas para cultivarlo, almacenarlo y transformarlo; condujo al surgimiento de una cosmogonía y de creencias y prácticas religiosas que hacen del maíz una planta sagrada...1

Este libro, entonces, es la celebración de su origen, vida y milagros. Por eso Elisa comienza: “En el principio de los tiempos, el maíz estuvo oculto y se cuentan distintas versiones de cómo llegó a la tierra y se propagó aquí: se lo robó la tuza, la iguana, la hormiga, el zorro, el zanate; el primer maíz se cultivó sin sacrificios y el hambre era saciada con un solo grano...”

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1. “El maíz”, El gallo ilustrado, 17 de octubre de 1982.

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