TRES AÑOS SIN EL CARNAVAL DE CHILATECA
A PROPÓSITO DE LA PANDEMIA EN UN PUEBLO DE OAXACA
Un pueblo sin asamblea
Corría el mes de enero de 2020. Casi un año había pasado desde el inicio de una pandemia derivada de un virus que atacó profundamente la salud biológica y social del mundo entero, especialmente en las comunidades rurales que no cuentan con acceso a la biotecnología necesaria para frenar y/o combatir a un enemigo biológico del que poco se sabía. A decir que las tecnologías de organización comunitaria, que tienen como principio y fin la autonomía, siempre han sido la principal ventaja de las comunidades rurales en la vida ordinaria y frente a cualquier contingencia. Sin embargo, la lógica por la cual se esparcían los contagios atacaba directamente el corazón de estas tecnologías, que es la organización.
Pensar a un pueblo sin la capacidad de realizar su asamblea presencial es un ejercicio que implica por lo menos un problema serio, el cual tiene que ver con el consenso. Es verdad que el momento del consenso en ocasiones se piensa de manera reducida al mero acto del voto, y por ello se ha confundido con la democracia directa; no obstante, el consenso es un proceso más complejo, que implica diversos juegos y estrategias previas y posteriores a la misma asamblea. Si se tratase solamente de establecer puntos, posturas y votos, perfectamente se hubiera podido trasladar la asamblea al plano virtual (no necesariamente en tiempo real), pero sin el elemento de la discusión que se crea al calor del momento, la asamblea sería en realidad una reunión cualquiera.
El segundo año que no hubo carnaval
En este caso no hubo de otra para muchas comunidades, la asamblea se tenía que realizar sí o sí de manera presencial, tomando el mayor número de precauciones y protocolos de higiene; presencial porque los temas prioritarios así lo ameritan en esta lógica de organización. Y en esa misma lógica, el carnaval ni siquiera apareció como un punto a tratarse. De manera aislada, pensaba que podía hacerse algo de manera virtual o simbólica,1 de modo que se diera continuidad con la tradición adaptando un poco la costumbre a la situación que en ese entonces se vivía. Lo propuse frente a las autoridades, pero recibí una negativa por dos puntos principales. El primero tenía que ver con un rechazo explicito hacía la virtualidad argumentando su dificultad de organización, pero el segundo es el que me parece realmente relevante, y tiene que ver con la percepción que se tiene del carnaval como un fenómeno inconmensurable, como si bastase apenas la más ligera referencia a ese monstruo para que se saliera de control.
El martes de carnaval previo al miércoles de ceniza, muy cerca del calvario, mientras un grupo de albañiles amarraba la varilla para la loza de una primer planta, se escuchaban los sones y jarabes tradicionales que interpreta la banda tradicional del pueblo. Además de la música, gritos, carcajadas y gemidos complementaban la atmósfera sonora inconfundible que anuncia el tiempo del carnaval, confundiendo a todas las personas que caminaban cerca de ahí. En el plano virtual, una de las familias que tradicionalmente se han dedicado al video, digitalizaba sus viejos VHS del carnaval y los transmitía mediante su página de Facebook, donde chinteros2 seguían la transmisión y comentaban sobre sus recuerdos, incluso estando del otro lado. Por mi parte publiqué también un pequeño video sobre la historia del carnaval, y agregué publicaciones para complementarlo.
El primer año que no hubo carnaval
Se cuenta en la tradición oral acerca de un año en que el carnaval se suspendió, o al menos se intentó suspenderlo. Como es costumbre, existen contradicciones en el relato, pero apelando un poco a lo que quiero resaltar sobre esto quisiera decir lo siguiente. Podría citar aquí a Goethe cuando dice que “el carnaval es una fiesta que el pueblo se da a sí mismo”, o podría contar sobre un grupo de jóvenes “solteros” de la comunidad que, no conformes con la suspensión del carnaval, se organizaron para que se llevara a cabo. Recalco con comillas la palabra solteros porque esto tiene implicaciones profundas, ya que originalmente el carnaval era una fiesta únicamente para “señores grandes”, que en aquellos tiempos significaba a ciudadanos varones, ya casados, por lo que ser joven y soltero significa la irrupción de un sector de la población en una tradición que originalmente no los contemplaba. Siguiendo con el relato, cuentan que se cooperaron para pagar a los músicos, al señor tío Jeño quien tocaba la tarola y al señor Evaristo quien tocaba el trombón, y de ese modo rescataron el martes de carnaval, aunque se haya suspendido el domingo y el lunes.
El tercer año que no hubo carnaval
En 2022, una vez más no se tocó el tema en la asamblea. La alza de contagios de la variante Ómicron del SARS-CoV-2 llevó a diversos municipios a tomar la decisión de suspender las actividades no esenciales, sin embargo, esto en lo formal, porque en lo real, en todo el estado se siguen realizando actividades que convocan un gran número de personas, y los protocolos de salubridad han quedado rezagados a una mera formalidad. Además de que un gran número de poblaciones vecinas han decidido que es tiempo de retomar esta festividad, incluso con la realización próxima de una Muestra de Carnavales de los Valles Centrales en la capital del estado, lo cual implica un mayor riesgo de contagios debido al gran número de personas que concentran ese tipo de actividades turísticas, que la realización del carnaval cada cual en su propia comunidad.
Otro factor importante que impide la realización del carnaval es la supeditación de las agencias y rancherías municipales a las decisiones de la cabecera municipal, una de las grandes contradicciones de los sistemas normativos internos que se basan en una autonomía a modo; que en ocasiones sólo reproduce la idea de que las comunidades pequeñas no pueden autogestionarse por sí mismas, y es por ello que un ente paternalista debe fungir como su gestor, cuando en realidad son estas comunidades las más abandonadas en el sistema federal y que si no fuera por sus tecnologías de organización comunitaria, como los cargos consuetudinarios, el servicio, tequio, guelaguetza, fiesta y todo lo que las define, simplemente no podrían sostenerse.
La vuelta a la historia y el futuro del carnaval
Dicen que en la concepción del tiempo en las comunidades rurales los ciclos se repiten cual siembra; aunque es una afirmación bastante determinista, hay algo de cierto en ello. En este caso, este año tampoco habrá carnaval como tal, no obstante, una vez más un grupo de jóvenes organizados han tomado iniciativa para hacer una representación. Por su parte, no solamente se han encargado de la organización y cooperación para llevar esto a cabo, han redactado también un escrito expresando sus motivaciones, investigando por su cuenta el valor del carnaval y justificando sus acciones encaminadas a la preservación de una tradición que sienten que están perdiendo, al igual que en los tiempos de nuestros abuelos y abuelas.
Pero no solamente han sido jóvenes solteros quienes han intervenido sobre la tradición y modificando la costumbre. Este espacio es el ideal para nombrar a la señora Bernarda, quien con mucho trabajo introdujo también la participación de las mujeres en el carnaval, otro sector de la población que no se contemplaba en la tradición original mas que para moler maíz o elaborar los alimentos, pero no para disfrazarse. No me extrañaría que, acabando la pandemia, quizá el siguiente año, se pueda llevar a cabo un día entero dedicado únicamente para que las mujeres se disfracen y bailen seguras, ya que aún sigue siendo riesgoso para ellas esta fiesta, por su carácter desmesurado.
La esencia del carnaval
Se podría discutir mucho acerca de concebir al carnaval como una actividad no esencial. Por un lado, es verdad que la subsistencia no depende del carnaval, pero sí la convivencia y me atrevería a decir que la coexistencia también. El trabajo constante que se vive en las comunidades rurales, las heridas históricas producto de las desigualdades profundas, y también el carácter festivo y solidario que cohesionan el pueblo, son dos dimensiones de la vida que están en constante equilibrio. Es decir, que bajo esta lógica es igual de importante el trabajo como la fiesta, y lo que ha sucedido debido a la pandemia es que, por un lado, el trabajo en el campo ha aumentado considerablemente, mientras que la fiesta se ha reducido del mismo modo. Aunque celebro el retorno al trabajo del campo, esta pérdida de equilibrio me parece preocupante.
En esencia, el carnaval pertenece a la tradición, pero no se limita a la misma, al contrario, como se ha visto, es un constante cambio de adaptación que refleja un proyecto de comunidad. Contiene en sí mismos elementos banales como el consumo del alcohol y despliegues de violencia catárticos, pero también historia y sabiduría, arquetipos que contienen un profundo sentido de identidad, comidas propias, un sistema de organización, y sobre todo carcajadas y risas. No es más que la proyección de la misma comunidad. Una oportunidad para preservar y al mismo tiempo cambiar, así de contradictorio y complejo es el carnaval.
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Mario Cruz estudia la maestría en Antropología Social en CIESAS Pacífico Sur. San Jacinto Chilateca es una comunidad de origen zapoteca en el municipio de Ocotlán, Oaxaca.
Notas:
1. Por ejemplo, recuperar la costumbre de que unos pocos disfrazados salían el miércoles de ceniza a marcar las esquinas de las calles con una, valga la redundancia, cruz de ceniza.
2. Gentilicio de San Jacinto Chilateca.