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EL ÁRBOL DEL CONOCIMIENTO DE IXCATÁN, JALISCO. EPISTEMOLOGÍA DE LA GENTE COMÚN

JAIME TORRES GUILLÉN

El 31 de enero de 2021, en la Comunidad Indígena de San Francisco de Ixcatán se creó el Centro de Estudios e Investigación de la Barranca (CEIBA).1 Ixcatán se encuentra al norte de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, a 25 kilómetros por la carretera 54 que lleva a Saltillo, Coahuila. Geográficamente se ubica sobre una ladera de la Sierra Madre Occidental, en el área natural protegida de La Barranca del Río Santiago. Ixcatán junto con otros pueblos ocupa un área de 52 kilómetros cuadrados, la mayor parte de la tierra es propiedad social y abarca la Exhacienda del Lazo, San Isidro, San Esteban, Tatepozco, Copala, Los Camachos, Paso de Guadalupe, San José, La Soledad, Huaxtla, Milpillas y San Lorenzo.

La importancia del CEIBA radica no sólo en su proyecto que reconoce y valora la historia de los pueblos de la Barranca y su patrimonio biocultural, sino también en su aporte a la construcción de epistemologías de la gente común, entendidas como aprendizajes sociales de personas capaces de crear, no sin contradicciones, formas de vida autónomas y con porvenir. Quienes crearon el CEIBA tienen una visión colectiva de la tierra, entendida ésta como el lugar donde se quiere vivir. De ahí que su idea de investigación no signifique “descubrimiento” científico, sino reconocimiento del lugar.

La idea de descubrimiento está vinculada a la de exploración, término asociado a la conquista y colonización de Europa hacia lo que se llamaba “regiones lejanas” del mundo. Con esta idea, de 1492 a la fecha se exploran territorios para descubrir sus “recursos naturales”, inventariarlos y explotarlos. Ése es el espíritu de los herederos del optimismo de Francis Bacon, quienes entienden el descubrimiento científico como dominio de la naturaleza y también de quienes cultivan la diada “ecologista” de ciencia y desarrollo.

Es verdad que para reconocer un lugar donde existir se requiere conocerlo, pero no debería confundirse conocimiento con ciencia. Esta última es importante sólo en la medida que contribuya a mapear el suelo que es común y a construir las herramientas con qué labrar los distintos modos de vida que se requieren en la defensa del territorio. El conocimiento que se despliega en CEIBA concierne a una lucha por seguir en la tierra y no al que se hace a partir del “objeto de estudio” o de los “fenómenos sociales”.

Ixcatán, como la mayoría de los pueblos aledaños, surgió antes del inicio de la dispersión territorial de la zona metropolitana de Guadalajara. Sus problemas ambientales comenzaron luego de que urbanistas, diseñadores de viaductos y grandes avenidas, políticos profesionales y zonificadores hicieran realidad sus sueños de amurallamiento de cotos y segregación de poblaciones según ingresos. Cerca de los pueblos de la Barranca, instalaron basureros y fraccionamientos de alta densidad con los que contaminan las cuencas del río Blanco, Agua Prieta, Agua Zarca-Los Camachos, El Taray-La Soledad y el arroyo Grande de Milpillas, afluentes del hoy envenenado río Santiago.

El conocimiento que proyecta el CEIBA responde de manera crítica a esta ecología del terror. Los pueblos de la Barranca saben que la escala y velocidad de urbanización no tiene retorno y que la apocalíptica demografía de la metrópoli los amenaza cada día. La posibilidad de un desplazamiento forzoso de su territorio es una amenaza real, de ahí que el CEIBA se conciba, entre otras cosas, como un árbol del conocimiento con el que los pueblos, aliados con algunos urbanitas de Guadalajara, podrían desafiar la droga más potente de nuestro tiempo: la modernización.

Los árboles del conocimiento como el CEIBA provienen de una epistemología de la gente común. Ésta es muy distinta a la que se enseña en las universidades. La inician las personas a partir de interesarse por aquello que les permite vivir en un lugar y por comprender lo que los daña. Sus ramas son diversas y no se limitan a programas preestablecidos. Bien se estudian las raíces históricas de los pueblos, como la geología de su territorio; se conoce y reconoce la flora del lugar y la existencia de animales no humanos; se evalúa constantemente la contaminación de arroyos y ríos y las políticas de los gobiernos en turno; se desarrolla la cultura y oficios de sus habitantes como sus saberes medicinales; y se diserta sobre el tipo de tecnología y energía requerida, así como de sus umbrales. Es un tipo de investigación convivencial como lo entendía Iván Illich: con poco financiamiento, sus estudios no pretenden patentar marcas ni publicar en revistas prestigiosas, sino generar saberes para luchar contra el desarraigo.

Estas ramas del conocimiento que proyecta el CEIBA bien pueden vincularse con las universidades, pero no deberían subordinarse a éstas. La universidad como corporativo público o privado sufre de desorientación teórica y práctica. Sus miembros no están en condiciones de aceptar la inexistencia de lugares en el planeta para materializar eso que llaman desarrollo sustentable. La geoingeniería, energías limpias, ciudades sustentables, biotecnología o vida posthumana, temas de interés en la universidad, no tienen sustrato en la tierra. Al ser presa de esta sociología del error, los saberes derivados de estos intereses son inútiles a los pueblos.

En términos prácticos la extensión universitaria tampoco es útil a la gente común. Al funcionar de manera análoga a la teoría económica del trickle-down (goteo o derrame),2 se sigue creyendo que entre más existan en el país científicos, laboratorios, centros de investigación acreditados, museos de ciencias ambientales, capacitación y profesionalización de expertos, “goteará” saber hacia los legos quienes podrán adquirir conocimientos a través de los profesionales. En realidad, los centros de investigación convivenciales como el CEIBA muestran la magnitud de la ignorancia de profesionales y expertos instruidos en las universidades.

Esto se debe a que sus estudios son más precisos. Al definir sus investigaciones desde lo que les concierne y daña, el proceso de conocimiento es más sustantivo debido a que éste puede confirmarse o refutarse in situ con los más diversos criterios, sean éstos estadísticos, etnográficos, geológicos, éticos, químicos, políticos o comunitarios. Además, sus experiencias sobre los eventos sucedidos en sus territorios capacitan su entender para elegir el tipo de conocimiento que requieren y evaluar así en términos normativos aquello de lo que son testigos y participantes en el saber popular y la organización comunitaria.

La fundación y proyección del CEIBA es de gran relevancia por lo que he argumentado arriba, pero necesita ser apoyado y retroalimentado. Para que operen sus seminarios, sesiones de estudio, conferencias, exposiciones, presentaciones de libros, audiovisuales, cartografías comunitarias, avances de investigación y demás actividades propias del Centro, se requiere participar con espíritu de investigación convivencial y bajo los principios de las epistemologías de la gente común. El llamado del CEIBA a la investigación es simétrico en su sentido antropológico, esto es, en éste no se establece distinción entre quien estudia o investiga, porque a quienes lo hacen, sea científica o campesino, cineasta o comunero, lo que los une es la necesidad de detener, primero, las utopías terroristas de los modernizadores del mañana y transformar, después, los lugares que se requerirán para seguir existiendo en la tierra.

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Notas:

1. https://facebook.com/ceibarranca

2. La teoría económica trickle-down supone que el crecimiento económico erradicará la pobreza, si y sólo si se crean incentivos para que los empresarios e industriales se hagan más ricos, cosa que generará beneficios por “derrame” a los más pobres.

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