CONCEPCIÓN VILLAFUERTE, FIGURA MATERNA Y PIONERA DEL PERIODISMO LIBRE
Se fue doña Conchita, un pilar del periodismo comprometido y congruente hasta el final. Con su esposo Amado Avendaño, atravesó muchas aventuras políticas y periodísticas, simples o secretas, casi mortales, en los Altos de Chiapas. Con el tiempo se sumarían sus hijos Amalia, Amado, Conchita y Elia, y su yerno Elio Henríquez. Crearon periódicos locales, y sobre todo el histórico Tiempo de San Cristóbal de Las Casas, y luego ella, viuda, La Foja Coleta. Ferozmente independientes, comprometidos con las comunidades indígenas de Chiapas, incorruptibles e irrompibles, Conchita y Amado son verdaderos héroes civiles y periodísticos. Sufrieron en la lucha, vencieron. Por algo a fines de 1993 el EZLN eligió a Tiempo como su primer interlocutor, con la cara visible de Amado a partir del primero de enero de 1994, y la mano inteligente de Conchita.
A la vez, Tiempo se volvió casa-hogar y escuela de periodistas de todo el mundo, modestos y de catego. Y sin proponérselo, distribuidor de los comunicados zapatistas al mundo entero. En su casa, en una barriada de San Cristóbal, Conchita y Amado fueron en carne y hueso la plataforma base del primer evento mediático global de la era de Internet. En el mundo. Y sólo tenían teléfono fijo, fax y mimeógrafos. Las cámaras llegaron en 1994. Y las computadoras. Y los celulares. Y el espionaje, las amenazas, los robos. Se convirtieron en un objetivo de inteligencia militar, como diría entonces Carlos Payán.
Tiempo encarnó por años lo que es la información alternativa en un estado con tradición priísta de unanimidad mediática chayotera y represión incontestada.
Concepción Villafuerte, editora, comentarista y reportera, siempre incómoda para el poder, y de allí para los corruptos, los represores, los cobardes y los traidores, traicionada ella misma (o en sus principios) varias veces, se arriesgó como pocos en su tierra en aquellos años ochenta, cuando gobernaba Chiapas un general y en el campo indígena reinaban finqueros de horca y cuchillo. San Cristóbal era el crisol de un increíble racismo colonial, hasta que salió al paso el largo obispado de Samuel Ruiz García, de quien Conchita y Amado siempre fueron cercanos aliados. No en balde participaron en la fundación del pionero Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, Frayba, en 1989.
Nunca conoció la autocensura ni el miedo. Todavía hace poco, días antes de su muerte, acompañada por su hijo Amado, también periodista, se apersonó en una Mañanera en Palacio Nacional, y aunque el presidente López Obrador no le dio nunca la palabra y evitó ser aproximado por ella, Conchita interpeló al vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, quien fue uno de sus lejanos pupilos al fin del siglo XX en Chiapas. “¿Qué te pasó, si tú no eras así?”, le preguntaba, y logró hacerlo admitir que en Chiapas la situación estaba hecha un desmadre.
Discreta, tenía una presencia de roca. De piedrecita si se quiere, pero firme y jodedora. Su voz y sus preguntas eran de las que no quisieran escuchar alcaldes, diputados, gobernadores, ganaderos, funcionarios, generales, presidentes. ¿Qué le iban a responder?
Ojarasca